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mayo 6, 2019

Las mujeres también somos narradoras de historias


Hablemos sobre el poder detrás de la simple y agradable tarea de contar y escuchar historias—y de las tremendas implicaciones de que seamos las mujeres las que lo hagamos.

“Hablaré sobre la escritura de las mujeres: sobre lo que puede lograr.” -Hélène Cixous

Era marzo y tres organizaciones que trabajan por los derechos humanos nos pusimos a la tarea de organizar un evento sobre mujeres y asuntos de género. Tuvimos varias sesiones de planeación en las que pensamos mil maneras de crear un evento memorable y que sobresaliera entre el mar de eventos que habría sobre este tema en el Mes de la Mujer. Finalmente llegamos a un concepto en el que, quizás sin querer, reiteramos la filosofía del menos es más: a nuestro evento invitaríamos a varias mujeres colombianas a contar sus historias y ya. El evento, además, llevaría del nombre de ‘Juntas Hacemos Historia’.

No fue durante la planeación, sino durante el mismo evento y en las reflexiones que este me dejó, que me di cuenta del poder detrás de la simple y agradable tarea de contar y escuchar historias—y de las tremendas implicaciones de que seamos las mujeres las que lo hagamos. Y cuando hablo de historias hablo exactamente de lo que se están imaginando, de las historias que escuchan los niños antes de dormir, en las que hay uno o varios personajes que intentan superar una serie de obstáculos. En nuestro evento, tuvimos la oportunidad de escuchar historias contadas por ocho mujeres y las maneras en las que superaron obstáculos como la injusticia, la discriminación y los prejuicios.

Y lo interesante de todo esto es que fueron mujeres totalmente diversas. Si algo he aprendido como bloguera feminista es que no existe tal cosa como ser mujer o ser colombiana y que cuando yo hablo de mi lucha y mi empoderamiento no estoy hablando en nombre de todas. Aunque tenemos experiencias en común, lo que nos hace más fuertes es nuestra diversidad de origen, de intereses y de opiniones, ya que todo esto contribuye a que el feminismo sea un movimiento pluralista, vivo e imperfecto. Y nos interesa que sea imperfecto, porque, como leí alguna vez, “La feminista perfectamente coherente y plenamente empoderada no existe. Esa exigencia de coherencia y pleno empoderamiento que nos exige este universo patriarcal que se resiste a cambiar no es más que la reproducción de un sistema machista que nos quiere aspirando a la perfección para tenernos inseguras y calladas.” Todo esto fue lo que nos llevó a organizar este evento, este espacio en el que ocho mujeres (una mujer afro, una mujer trans, una lideresa y una modelo plus size, para mencionar algunas) narrarían sus historias diversas.

¿En qué radica el éxito de un evento en el que el objetivo principal es ir a escuchar historias y no conferencias, investigaciones o tesis doctorales? Esta es la pregunta que pretendo responder hoy. Y quiero empezar señalando que, históricamente y de varias maneras, a las mujeres se nos ha prohibido narrar historias, o más bien, de hacerlo en público. La esfera pública se ha consolidado como un espacio para los hombres, pues han sido ellos quienes han compartido las hazañas de grandes guerras, presentado descubrimientos, declarado independencias y convocado a las masas. Es más, como lo demuestra Mary Beard en su excelente libro Mujeres y Poder, desde la Antigua Grecia existía la noción de que parte de volverse hombre era aprender a apropiarse del espacio público, de poder proyectar la voz y las ideas. Y al hacer esto, los hombres eran capaces de distanciarse de las mujeres, confinadas a la esfera privada, a la casa. Y aunque esto no nos ha impedido conversar entre nosotros y ser narradoras de historias, sí nos ha impedido narrar nuestras historias y expresar nuestros dolores y deseos en público para inspirar cambio. Las mujeres siempre nos hemos expresado a la par de los hombres, pero el resultado de nuestra expresión no ha sido tan valorado, porque mientras que un hombre que era un gran narrador solo se estaba volviendo más y más hombre, una mujer que lo era estaba contradiciendo el lugar (tanto físico como simbólico) que le había sido asignado.

Hoy reconocemos a las grandes narradoras de la historia y también nos hemos vuelto más críticos sobre la manera en la que aprendemos sobre nuestra historia. Por ejemplo, en un artículo pasado, sugerí que el Cristóbal Colón que nos imaginamos y sobre el que aprendimos en el colegio es el resultado de interpretaciones posteriores al navegante y no de hechos históricos. Todo esto nos ha permitido no solo reconocer, sino admirar y aclamar a mujeres determinantes en la construcción de géneros literarios. Sin duda este es el caso de Mary Shelley y el legado de su obra Frankenstein para la ciencia ficción y también es el caso de Emma Orczy (también conocida como Emmuska) con La Pimpinela Escarlata, considerada una de las primeras obras sobre superhéroes.

No podemos decir que la realidad de todas las mujeres sigue siendo la esfera privada. Hemos logrado sobresalir y expresarnos en todos los campos, yo, por ejemplo, me siento capaz de hablar con mediana autoridad en espacios como este y en Siete Polas (y reconozco que esto ha sido posible gracias a todas las mujeres que dieron sus batallas en su tiempo). No obstante, la tarea no está del todo hecha, pues, aunque ya estamos hablando en público a veces es difícil convencer a los hombres de que nos escuchen, a veces les hablamos pero al hacerlo le estamos hablando a oídos que están acostumbrados a escuchar relatos masculinos. Por ejemplo, se ha demostrado que tanto hombres como mujeres preferimos que nuestros líderes tengan una voz masculina, ya que esto denota autoridad y capacidad de convocatoria. Mientras tanto, consideramos que la voz femenina es más cálida y empática. Esto ha sido un insumo importante para el diseño de asistentes de voz como Alexa, Siri y Google: todos tienen una voz femenina y en ocasiones sus creadores se han preguntado si, aunque estén respondiendo a las necesidades de los usuarios, también están reiterando estereotipos de género (al apelar a los prejuicios de género que tienen dichos usuarios).

Y quizás lo más desafortunado de todo esto es que, a lo largo de la historias, las mismas mujeres nos hemos creído el cuento. Nos hemos creído que no somos narradoras, que no poseemos los atributos para esto y que nuestras aventuras de mujer no merecen ser contadas. “Sé por qué no has escrito,”, dice la escritora francesa Hélène Cixous en su icónico artículo La Risa de la Medusa, “porque sientes que el acto de escribir es demasiado ambicioso para ti, que está reservado para los grandes hombres.” Nos invade el miedo y la pena, no queremos incomodar, no queremos ser una burla. Nos creímos, también, que como mujeres somos demasiado emocionales, casi locas, y que nuestras historias no tienen pies ni cabeza. Que son historias desordenadas y confusas que no pueden ser contadas a través de un lenguaje que fue inventado para expresar la razón y el intelecto. Pero Cixous dice que el continente oscuro e inentendible que las mujeres pensamos ser no es tan oscuro e inentendible. Como la medusa de los cuentos mitológicos, que nadie se atrevía a mirar a los ojos por miedo a convertirse en piedra, ¡las mujeres no nos hemos atrevido a mirarnos y a descubrirnos a nosotras mismas!

Debemos atrevernos a creer que somos narradoras de historias, ¿porque quién va a contar las historias de mujeres, si no las mismas mujeres? “La mujer debe escribirse a sí misma,” dice Cixous, “debe escribir sobre las mujeres y traer a las mujeres a la escritura, que es un acto que se nos ha arrebatado tan violentamente como nuestros cuerpos y por las mismas razones, bajo la misma ley, con el mismo fin fatal. Deseo que una mujer se atreva a pronunciarse, para que otras mujeres quizás exclamen: ¡yo también tengo deseos que se desbordan! ¡Mis deseos se han inventado nuevos deseos!”

No pretendo decir que cuando nos encontramos en situaciones de desventaja es culpa de nosotras mismas. Evidentemente hay barreras externas y sistemáticas que nos impiden crecer y desarrollarnos libremente, pero sí debemos asegurarnos de que confiamos en nosotras mismas, en nuestras fortalezas y en nuestra capacidad para contar historias e inspirar cambio. Y además de contar nuestras propias historias, debemos escuchar las de las demás mujeres. Por eso las invitamos a que estén atentas a las próximas ediciones de nuestro evento, porque ‘Juntas Hacemos Historia’.

FUENTE: LA SILLA VACIA


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