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agosto 31, 2021

Las familias de las víctimas de desaparición que le ofrecieron flores al río Cauca


Decenas de personas se reunieron para rendirle un homenaje a quienes fueron asesinados y desaparecidos en el suroeste de Antioquia. En esta región hay al menos 1.464 víctimas de este flagelo, según el Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica.

Juan Muñoz se convirtió en sepulturero cuando los primeros cuerpos de las víctimas de la avalancha de Armero empezaron a cruzar por el corregimiento Bolombolo, a orillas del río Cauca, en el suroeste de Antioquia. “Me regalé”, dice, porque no había quien se encargara del cementerio. En pocos días enterró 42 cuerpos que viajaron cientos de kilómetros entre las aguas ocres del “Mono”, como llaman al segundo río más importante del país, que nace cerca de la laguna del Buey en el Macizo Colombiano, atraviesa Antioquia y desemboca en el río Magdalena, cerca de la población de Pinillos, en el departamento de Bolívar.

Con los años, dice, “llegó la pila de muertos”, los que bajaban flotando por el río y que algunas veces encallaban en los remansos y playas del Cauca, con marcas de balas, de cuchillos, de sogas. “Los paracos tiraban los cuerpos en la carretera o los tiraban al río”, recuerda mientras se toma una bolsa con agua. Pero llegó el día en el que Alcides de Jesús Durango, conocido como René, comandante del Bloque Suroeste de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), prohibió a la gente recoger los cuerpos.

Muchos de los que enterró Juan Muñoz los recogió José Antonio Ríos, un hombre de 59 años, quien fundó el cuerpo de bomberos en el corregimiento. Dicen que a Toño le encanta sacar muertos del río. Hay una razón: la tragedia de Armero le enseñó que no podía quedarse mirando. Asegura que rescató más de 30 y que los remanses Overón, El Mosquito y El Dormido fueron la calma de un río que llevaba con fuerza troncos y basura, cuerpos y más cuerpos.

A veces caminaba al lado del río y le llamaba la atención ver los gallinazos en las playas. Era una señal: un cuerpo había encallado. En el libro de minutas del cuerpo de bomberos describió lo que veía: los rasgos, el color de piel, la estatura, los tatuajes, las cicatrices. Algo, afirma sentado en la sala de su casa, que algún día pudiera servir. La minuta sirvió para recordarle a René y Chorizo, otro miembro de las Auc, la cantidad de muertos que los paramilitares habían dejado en el suroeste. En 2010, el río Cauca subió hasta el parque de Bolombolo y la antigua estación del Ferrocarril de Antioquia y la creciente se llevó consigo el archivo que Toño construyó durante décadas y que hoy sería clave para ayudar a encontrar a los desaparecidos.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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