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octubre 10, 2018

Para decir ‘ni una menos’, hay que abolir el sistema prostitucional


Soy abolicionista desde la convicción más personal, y por tanto más política, de todas. Comienzo así este artículo porque no voy a entrar en consideraciones que ya he manifestado en otros textos, en este mismo medio, sobre la magnitud que tiene la prostitución como forma de violencia extrema contra las mujeres, fruto de un sistema patriarcal que nos cosifica y empobrece. La prostitución es la esclavitud más longeva de la humanidad y una cruenta manifestación de la violencia de género. Dicho esto, me centraré en otro aspecto que me gustaría abordar en este artículo: la necesidad de cambiar la perspectiva desde la que analizamos el fenómeno de la explotación sexual de mujeres y niñas.

Creo que el feminismo, y especialmente las feministas más jóvenes, debemos practicar la sororidad, la generosidad y la memoria histórica con aquellas que nos precedieron, y que son las que nos han abierto los caminos que hoy nosotras podemos transitar. Los debates en torno a la prostitución no son nuevos, tienen un recorrido largo. Ha habido muchas maestras que han teorizado ya sobre este debate y, en buena medida, hace años que la mayor parte del movimiento feminista se ha declarado abiertamente abolicionista. Especialmente el feminismo que analiza la desigualdad de género aplicando, también, un discurso de clase u otras intersecciones necesarias para ofrecer un análisis más global y multidimensional al fenómeno.

Estamos, por tanto, ante un debate que tiene una importante trayectoria y al que muchas de nuestras teóricas han dado respuesta desde hace décadas. Incluso siglos, si nos retrotraemos a los textos de Alexandra Kollontai, Flora Tristan o las compañeras de Mujeres Libres.

Como enunciaba al inicio del artículo, considero que, llegadas a este punto, y ante la brutal campaña desplegada por determinados lobbies económicos, vinculados a la explotación sexual, para legitimar la compra-venta del cuerpo de las mujeres para el disfrute de la sexualidad patriarcal, se hace necesario tornar la mirada y fijarla en el propio sistema prostitucional que origina y sostiene la explotación sexual de mujeres, bajo la utilización de todos los medios que encuentra a su alcance, así como de discursos perversos como el “mito de la libre elección”, ya desmontando por la maestra Ana de Miguel.

El sistema prostitucional, el hijo más privilegiado del patriarcado, ha desplegado sus tentáculos para perpetuarse. Nos ha intentado colar como referente feminista a una actriz porno, que afortunadamente una ínfima minoría de feministas reconocen como tal. Es importante recordar, en este punto, que la sexualidad es biológica, pero el sexo es una construcción cultural que ha cambiado a lo largo del tiempo. La cultura de la pornografía en la que se está educando la juventud es el caldo de cultivo de las violencias sexuales contra las mujeres. Nos han vendido un salón erótico, que es la máxima expresión del neoliberalismo patriarcal, como un espacio de empoderamiento femenino y progresía. Y una parte importante de la izquierda ha tragado. Han conseguido, además, que un emergente partido político que dice estar a la vanguardia del feminismo, se haya convertido en uno de los aliados que el sistema prostitucional ha encontrado en la esfera política. Descorazonador.

Pero el movimiento feminista no puede invisibilizar más esta realidad alejándola de los debates internos que el propio movimiento debe y necesita tener. El movimiento feminista, que es la gran esperanza de las mujeres en todo el mundo, no puede taparse los ojos ante la explotación sexual o reproductiva de las mujeres, que son los goles que el patriarcado y el neoliberalismo nos están metiendo por toda la escuadra. No puede callar, porque, como decía Unamuno, a veces el silencio es la peor mentira.

Entre 2010 y 2015 fueron asesinadas en España 31 mujeres en situación de prostitución. Aunque no se nombren, aunque se sigan invisibilizando, eliminando su memoria, son mujeres. Como tú, como yo, como nosotras. Mujeres que soportan la violencia que algunas personas, desde una falsa progresía, pretenden legitimar y regular legislativamente. Algunas no dejamos de reblar, porque para poder decir definitivamente “ni una menos”, hay que abolir el sistema prostitucional, hay que abolir una de las instituciones más antiguas y bestiales y del patriarcado.


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