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marzo 14, 2022

Una mirada a los feminismos y la lucha de las mujeres desde la marcha del 8M


En medio de una ola de incesante violencia contra mujeres y niñas, choques al interior del movimiento, diversidad en el activismo y diferencias en la academia y la teoría, el 8 de marzo en la Ciudad de México las familias de víctimas, las mujeres y las colectivas encontraron un punto de conciliación: tomaron las calles y las pintaron de verde y violeta.

Siempre me ha gustado hablar sobre feminismos, así en plural, porque me parece fundamental que la perspectiva de género considere también la perspectiva de interseccionalidad. Si hablamos de la mujer en lugar de las mujeres, podemos caer en el error de obviar, invisibilizar y hasta invalidar las experiencias de todas. 

En los últimos meses, el debate y las discrepancias en redes sociales, la academia y el activismo se han intensificado de manera importante: las diversas posiciones feministas no han logrado conciliación y, pareciera entonces, que lo que pudo ser un movimiento encausado, ahora está cada vez más desarticulado. 

El 8 de marzo, volví a marchar de la mano de mis amigas de toda la vida, de mis compañeras de colectiva y de cientos de mujeres que pararon para tomar las calles en ejercicio de la protesta en un país donde las cifras –y la realidad– no nos dejan dormir: entre 9 y 11 mujeres son asesinadas cada día y sólo en 2021 se alcanzó el récord histórico de más de 1,000 presuntas víctimas de feminicidio, de acuerdo con los registros del SESNSP (Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública). 

Esto sin contar que 7 de cada 10 mujeres afirman que han experimentado algún tipo de violencia económicaemocionalfísica o sexual al menos una vez en su vida y que en la mayoría de los casos estas agresiones son perpetradas por alguien cercano a ellas. 

Entonces me parece importante resaltar que los feminicidios son justamente la expresión máxima de la violencia de género que se sostiene en estructuras de opresión, desigualdad y discriminación. Algunos años atrás, algunas agresiones relacionadas con el género se conceptualizaron como “micromachismos”, ahora sabemos que no son micro. 

Estas estructuras son las que permiten que la brecha salarial por género sea amplia todavía, que las mujeres sean penalizadas por ser madres en sus trabajos, que no puedan escalar a puestos de liderazgo o que enfrenten acoso y hostigamiento dentro de sus lugares de trabajo. Que el transporte público y las escuelas también sean lugares inseguros. Que realicen tres veces más trabajo del hogar sin pago y caiga sobre ellas todo el peso del cuidado de los menores y los adultos. Que sus parejas o familiares cercanos ejerzan algún tipo de violencia sobre ellas. Que enfrenten procesos judiciales por ejercer su libertad reproductiva y que con mucha más frecuencia de la que pensamos sean víctimas de violencia obstétrica. Y que cuando busquen denunciar algún tipo de estas violencias se encuentren con sistemas con personal poco capacitado y nada sensibilizado, operando en sobre capacidad y escasez de recursos y entonces se sume una violación a sus derechos. Otra vez. 

Hay tanto por hacer todavía, somos tantas y tan diversas, que es imposible hablar de un solo movimiento y de una sola lucha. Pero ver las calles llenas de niñas, adolescentes y mujeres con sus carteles, sus pañuelos, ahora con un accesorio adicional: el cubrebocas, y sus ojos llenos de esperanza y de digna rabia simultáneamente, me regresó un poco de esperanza. 

Antes de que la pandemia llegara, tomar las calles, colectivizar la lucha, gritar, cantar, bailar, tomarnos de la mano, abrazarnos, para mí era una de las formas más sencillas de conciliar. Y estos últimos meses, ver un movimiento digital tan separado, tan distante, tan hostil me había hecho pensar si realmente la marcha sería lo que fue en otros años. 

Durante la marcha, un recorrido de cuatro horas que pasaron como si fueran apenas 15 minutos, donde el sol ni siquiera molestaba y donde tantas voces suenan como una sola, encontré a mis amigas y a mujeres que mi trabajo como periodista me ha dado la oportunidad de tener cerca. Escucharlas, abrazarlas, aprender de ellas, me carga de energía. Me gusta pensar que los feminismos sí concilian. 

Al llegar a mi casa pensé en lo significativo que fue poder conocer y abrazar –por fin, en persona– a María Elena Ríos, a quien entrevisté vía telefónica para esta casa editorial y con quien mantengo contacto a través de las redes porque vivimos en ciudades distintas y a quien justamente esperaba encontrar porque en la llamada que sostuvimos me comentó que vendría. Ese mismo día estaba entre nosotras Paulina Rodríguez, que compartió su testimonio y su historia. 

Así como ellas, muchas otras adolescentes y mujeres tuvieron la fuerza de hablar fuerte y en voz alta, recuerdo las palabras de una de ellas, que me solicitó no hacer público su nombre: “Esta es la primera vez que cuento esto, porque me siento segura, y no sé si voy a tener el valor de denunciarlo a las autoridades, ni siquiera sé si podré volverlo a contar. Pero sé que no soy la única y sé que no estoy sola y a partir de hoy, eso ya no me define”.

Sentada, junto a mis amigas, y los cientos de mujeres que ya les contaba –tal vez éramos miles–, pensé en aquello que leía mientras leía a Marta Lamas en su libro Dolor y política: sentir, pensar y hablar desde el feminismo, este es el diálogo, este es el momento, hay que encausar la digna rabia. Porque sí hay algo que fue claro en ese momento es que sí, estamos todas muy enojadas, pero también, estamos todas gritando con esperanza que no se va a caer porque ya estamos aquí para tirarlo. 

Es claro que los privilegios sesgan algunas perspectivas, que no todas somos igual de vulnerables, que hay historias significativamente diferentes de otras, que hay quienes creen en el punitivismo y quienes consideran que esa no puede ser una puerta de solución, que si la iconoclasia sí o que la iconoclasia no. Los feminismos son así, plurales, como nosotras. Me gusta pensar que como los contingentes en la marcha de este 8 de marzo del 2022, las corrientes de lucha por las mujeres –todas– pueden construir desde la pluralidad y el reconocimiento de la interseccionalidad. 

Durante la marcha también nos acompañaron mujeres con sus hijas e hijos de la mano, con aproximadamente siete años, una de ellas comenzó a cantar en voz alta la adaptación a una de las canciones infantiles más famosas, todas las demás la acompañamos a cantar: 

“Arroz con leche, yo quiero encontrar a una compañera que quiera soñar, que crea en sí misma y que salga a luchar en busca de sus sueños y más libertad, valiente sí, sumisa no, feliz, alegre y fuerte, te quiero yo”.

FUENTE: https://www.eleconomista.com.mx/


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