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febrero 7, 2022

Pamela, la colombiana que sobrevivió a una red de tratantes sexuales en España


Con solo 26 años, conoció las entrañas de la prostitución en Colombia y en México, Argentina, Paraguay, Panamá y España, donde al final terminó presa de una peligrosa red de trata de personas con fines de explotación sexual en el exterior, que hoy es procesada por la justicia española.

Pamela* tiene 26 años, pero cuando habla sobre lo que padeció parece que tuviera 50. Estamos en la sala de una casa en el norte de Bogotá, a pocos días de su regreso a Europa. Su estadía en el país fue rápida, casi de fantasma, porque teme sufrir un atentado. Aceptó contar su historia por primera vez con la condición de reservar su identidad, el nombre que tampoco conocieron los hombres que pagaron para acceder sexualmente a su cuerpo, porque además en la prostitución las mujeres siempre usan apodos. Hoy, lejos de ese mundo, es testigo protegida de la justicia española en un proceso contra una poderosa red colombiana de tratantes con fines de explotación sexual.

La mañana en que los uniformados de la Guardia Civil española tumbaron la puerta del apartamento, Pamela tenía tanta fiebre que pensó que alucinaba. Llevaba varios días enferma, sin más cuidados que un acetaminofén cada tanto para soportar el dolor. “Tenía mucho miedo. Los veía armados, revolcando todo y pensaba que me iban a llevar presa, hasta que llegaron los de derechos humanos y me indicaron que no me preocupara, que yo y la venezolana que estaba conmigo éramos víctimas. Ahora pienso que tuve suerte, porque en esos días ya no podía conmigo y a ellos [los tratantes] no les importaba. Días atrás, estaba sola en ese piso y prefería mentir, decir que los clientes no llegaban, apagar la luz y no abrir la puerta. Prefería que me putearan antes de seguir acostándome en esas condiciones de salud”, recuerda Pamela, quien llora y pide perdón por hacerlo, como si no tuviera permiso para derrumbarse.

Ese día de diciembre de 2019, cuenta ella que fue llevada por la Policía española a un hospital. Allí fue diagnosticada con bartolinitis, delicada infección en la entrada de la vagina que se produce cuando se obstruyen las glándulas de Bartolino por bacterias asociadas a enfermedades de transmisión sexual. Tuvieron que hacerle cuatro cirugías y estuvo convaleciente y hospitalizada durante varias semanas. “Mi parte vaginal estaba destrozada. Los tamaños de las partes íntimas de los hombres que pagaban eran enormes y si tú tenías cinco clientes diarios, bajo esas circunstancias, era muy difícil. Aun así, tocaba hacerlo. Ellos me decían que tomara algo para el dolor y que a trabajar”, comenta Pamela y levanta la mirada, se pierde por segundos, y yo no dejo de pensar cómo su apariencia de modelo elegante, estilizada y a la moda contrasta con su relato de horror.

A su salida del hospital, uniformados de la Guardia Civil le indicaron que podía testificar contra la organización criminal de la que fue víctima, a cambio de la residencia española, o partir en el primer vuelo, deportada a Colombia. “Yo dije: ¿Mierda, no puedo regresar, no tengo un peso’. Por eso acepté ser testigo protegida. Pero el día que tuve que declarar bajo juramento me temblaban las piernas, porque ya había dimensionado que estaba metida con una organización criminal muy peligrosa, en vueltas también de narcotráfico y de homicidios”, recalca. La noticia de la captura de la red de tratantes con fines de explotación sexual en España e Italia pasó inadvertida para los medios en Colombia; pero en Europa fue registrada ampliamente por la prensa. El operativo se adelantó en seis residencias de dos países europeos y fueron capturadas quince personas y liberadas doce mujeres, entre ellas Pamela.

La Guardia Civil explicó que esta organización criminal “se servía de mujeres procedentes de Venezuela y Colombia y, abusando de su situación de vulnerabilidad y pobreza, eran instaladas en Italia y España. Una vez en Europa, las mujeres eran distribuidas en diferentes pisos donde eran explotadas sexualmente bajo el control de la organización”. Las cabezas hacían parte de una misma familia de colombianos: una mamá y dos hijos mayores de edad. Las mujeres eran intercambiadas entre diferentes apartamentos y ciudades para controlarlas y “ofertarlas” como novedades. Contaban con transportistas que las llevaban y telefonistas que las contactaban con los hombres que pagaban por ellas. Durante dos años, según las autoridades españolas, al menos treinta mujeres fueron explotadas sexualmente, confinadas y vigiladas permanentemente con cámaras, con apenas tiempo para dormir.

Pamela explica que la coacción era poderosa. Les decían que eran “libres” y nunca les retuvieron los pasaportes. Pero las llenaban de miedo, las amenazaban por su condición de migrantes y les retenían el dinero. “Si yo salía me quitaban dinero. Entonces uno decidía no salir”, expresa Pamela y cuenta que los tratantes les cobraban todo, desde los condones baratos que les daban. Vigilaban hasta lo que ponían en sus redes sociales.

Viajó de Colombia a España debiéndole los tiquetes a la organización criminal. El tiquete aéreo, que en condiciones normales cuesta 700 euros, se lo cobraron a 3.000 euros y debía cancelarlo mientras estuviera en Europa. Esa deuda es la primera estrategia de coacción. “Tú tienes que pagar sí o sí. Y una vez que terminas de pagar te regresan a Colombia. El sistema es ir a pagarles lo que a ellos se les dé la gana. Mi meta era pagar la deuda y luego trabajar en España para sacar la cuota inicial de una casita en Colombia, pero no pude porque la mayoría de lo que ganaba de alguna manera me lo descontaban”.

Primero fue trasladada a Roma, a un aparta-estudio donde había dos colombianas que tampoco superaban los 28 años. De ahí, todos los días, era trasladada para tener encuentros sexuales con hombres que pactaban con los proxenetas. “En Italia fue donde llegué a cobrar más por un servicio, cerca de 400 euros por una hora. Siempre eran hombres que pagaban hoteles de mucho dinero. Pero de eso no me quedaba ni la mitad y de nada servía porque no me dejaban salir. Después me trasladaron a España y ahí fue peor, porque los clientes pagaban 50 euros y a mí solo me daban 25. Llegaban a la casa y muchos eran asquerosos. Los hombres que pagan por sexo en Europa son fetichistas. El trato era fuerte”. Reconoce que muchos de esos maltratos son considerados en la prostitución “servicios por los que se cobra más”. “Le enseñan a uno que es un servicio más. Como la lluvia dorada (que se te orinen en la boca) o el griego (sexo anal sin protección). Digamos que a eso no estaba obligada. A lo que sí era a tener sexo oral sin protección”, dice mientras se peina con los dedos el pelo, largo y alisado con plancha.

También fue violada, en diferentes ocasiones, por los tratantes colombianos que hoy están presos en España. “Uno de ellos para mí era un monstruo, me robaba el dinero, me obligaba a tener relaciones con él y con su hermano con el cuento de que me iba a pagar. Era una persona que me causaba repugnancia”. Cuando le pregunto a Pamela si antes de viajar a Europa hubo algo que la alertara de que podría vivir una situación de violencia y explotación sexual como la que padeció me dice que sí: “Antes de viajar a España me había olido la cosa, porque la amiga que me invitó a ir me dijo: tienes que darme los datos de tu madre, la dirección, el nombre y la cédula. Entonces, yo le dije: ‘Pero eso no tiene lógica, para qué quieren esos datos’ y me negué a entregárselos. Al final, confié y decidí viajar. Después supe que a ella le pagaban cierto porcentaje por reclutar a las chicas de Colombia”.

“Antes de viajar a España me había olido la cosa, porque la amiga que me invitó a ir me dijo: tienes que darme los datos de tu madre, la dirección, el nombre y la cédula. Entonces, yo le dije: ‘Pero eso no tiene lógica, para qué quieren esos datos’ y me negué a entregárselos”

Pamela*

La había conocido años atrás en Cartagena, en la Torre del Reloj, adonde Pamela llegó a prostituirse. Se hicieron amigas y se cuidaron varios años. Incluso, recuerda, en esa ciudad trabajó para Liliana del Carmen Campos Puello, conocida como la Madame, capturada en julio de 2018 y condenada por explotación sexual: “Esa mujer era el diablo. Presionaba mucho para que las chicas se operaran. Decía que si quería trabajar con ella tenía que operarme, pero no quise porque conocí a muchas chicas que habían sufrido por esas operaciones, por los biopolímeros, las prótesis y demás. Se veían bonitas los primeros tres meses, después terminaban enfermas. Por ella [la Madame] salí con mucho famoso. Jugadores de fútbol, actores, militares o policías de alto rango, funcionarios que trabajan en ONG y hablan de derechos humanos, pero están ahí pagando por sexo, que jamás tendrían con las chicas sin esa transacción”.

Antes de llegar a Europa, por su contextura delgada y poco voluptuosa, a Pamela siempre le sugirieron que viajara a otros países, porque supuestamente en Colombia “sin tetas no había paraíso”. Así estuvo en Argentina, Panamá, Paraguay, México y, finalmente, Europa. Se anunciaba en Mil Eróticos, una página web que nació en España, con fuerte influencia en países de habla hispana, donde ofertan servicios eróticos y de prostitución. “Cuando te vas a otros países bajo ‘los contactos’, te sometes a las circunstancias que te ofrecen, como me pasó en Argentina, donde me obligaban a hacer muchas cosas que no quería. Por eso, en Panamá intenté trabajar por mi cuenta. Después fui a México, pero ese sí es uno de los países más peligrosos para la prostitución, no se lo recomiendo a nadie, porque si vas con contacto es trata y si no, te enfrentas sola a las mafias, que si te ven por ahí solita te caen y te piden ‘la gota’ de 5.000 pesos mexicanos. Allí estuve con un mafioso al que asesinaron dos horas después de que le hice un servicio. También me ofrecieron ir a China, pero la deuda era de US$60.000 y eso seguro era trata”, dice y mira por la ventana, como si alguien estuviera viéndola.

Por todo lo que ha vivido, Pamela es hoy una mujer desconfiada y de pocos amigos. Sufre de depresión y no concilia fácilmente el sueño. Está asistiendo a terapia psicológica, pero asegura que no volverá a ser la misma. Mientras estuvo en la prostitución siempre tuvo miedo de morir asesinada o de sufrir de enfermedades de transmisión sexual. Nunca superó ver a proxenetas, a la madrugada, ofrecer a hombres con dinero a niñas y niños entre ocho y doce años en la calle. Entró a ese mundo cuando tenía veinte años, a la edad en que según ella más reclutan mujeres, con el sueño de tener dinero para pagar una carrera de Derecho, porque su familia no podía costearla. La necesidad y la falta de oportunidades son lo único que, según ella, tenían en común la brasileña, la rumana, las venezolanas y las colombianas que fueron liberadas de la explotación sexual esa mañana de diciembre por la Guardia Civil española.

FUENTE. EL ESPECTADOR


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