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febrero 3, 2022

Mujer Awá: tejido de vida


Discriminación, racismo y exclusión son algunas de las violencias que han tenido que sobrellevar las mujeres indígenas en el “Katsa Su”, el territorio ancestral del Pueblo Awá en el departamento de Nariño. A pesar de estas afrentas contra su cuerpo y dignidad, las mujeres Awá han encontrado caminos de reparación a través de una apuesta de sanación integral.

Las mujeres indígenas Awá viven en las montañas del piedemonte costero de Nariño, donde la espesura de los bosques las arropa. De ahí alimentan su cuerpo y su corazón. Ellas son parte de la naturaleza, con la que siempre han mantenido una comunicación fuerte y especial. Son ellas quienes urden hilos de esperanza día a día entre humanos, ríos, árboles, animales, montañas, desde sus actividades cotidianas en la tulpa, en la siembra y cosecha, en los caminos de su territorio, van tejiendo una higrainvisible que sostiene a su pueblo.

Las mujeres Awá aseguran que cuando le pasa algo a alguna o a alguien, todos los Awá y la naturaleza se afectan. Cuando le pasa algo al territorio todos quedan afectados espiritualmente, así no sepan qué fue lo que pasó. Todos los seres vivos del Katsa Su hacen parte de un tejido intrínseco que se ha visto afectado por las agresiones que ha generado el conflicto armado de Colombia.

Un ejemplo de estas afectaciones son los relatos relacionados con la celebración de las fiestas del Pendón, una fiesta que mezcla elementos de la cultura Awá y el cristianismo, al que bajaban los indígenas de su territorio al municipio de Llorente. Las mujeres relatan cómo los mestizos secuestraban a las niñas indígenas para violarlas, obligarlas a trabajar en fincas o cocinar. Una práctica heredada de la colonia que concibe a las mujeres indígenas como seres inferiores o no civilizados, objetos que se deben subordinar y colonizar, deshumanizando sus cuerpos y vidas.

Estas prácticas fueron reproducidas por los actores armados en el territorio Awá, especialmente, el ejercicio de violencia sexual que, de acuerdo al Centro Nacional de Memoria Histórica, constituye una forma de dominar y penetrar los territorios indígenas. Para las mujeres Awá, la llegada de los actores armados, el tráfico de coca y los proyectos extractivos, sumado al contexto de extrema militarización, recrudeció la violencia en su contra.

La explotación y esclavitud doméstica eran prácticas reiterativas: desde entrar a sus casas, obligarlas a cocinarles y hurtar sus alimentos; hasta señalarlas, intimidarlas, insultarlas y tratarlas despectivamente por su origen étnico. De igual manera, señalan que la violencia sexual, el acoso y los “enamoramientos” (método usado por el Ejército para obtener información de los otros grupos armados, y el reclutamiento de niñas y mujeres) fueron constantes. A esto se sumaron las acciones que alteraron y transformaron la relación de las mujeres Awá con el territorio, como los desplazamientos forzados o la siembra de minas antipersonales en lugares que habitan las mujeres y desarrollan la agricultura.

Los hechos descritos causaron múltiples daños y afectaciones en dos niveles. En lo individual, secuelas emocionales y físicas, rupturas y transformaciones de su forma de relacionamiento en sus familias y comunidades. A nivel colectivo y comunitario, la violencia hacia las mujeres tuvo como consecuencia el debilitamiento cultural y espiritual del pueblo Awá y del territorio, entendiendo que la mujer Awá representa y tiene conexión directa con él.

Naturalmente la cultura en cualquier lugar es cambiante, se transforma, pero en el pueblo Awá estos cambios han sido forzados por la violencia, el narcotráfico, el desplazamiento, las masacres y el dolor. En este territorio, las mujeres viven diferentes tipos de violencias, como las de tipo simbólico, caracterizadas por la legitimación de la inequidad, tanto en ámbitos familiares como organizativos; o las “invisibles”, con el poder de normalizarse y volverse cotidianas. Estas obedecen a tres razones: primero, la idea de la mujer indígena como objeto que se puede apropiar, controlar, dominar y violentar para demostrar la potencia masculina; segundo, la triple discriminación (etnia, género y condición socioeconómica) y, finalmente, una estrategia para fijar en sus cuerpos un lenguaje y mensaje de poder, subordinación y exterminio.

Resiliencia y propuesta de sanación integral

Las agresiones a las mujeres Awá han tocado partes insondables de su salud mental y emocional. Al mismo tiempo, al ser ellas quienes transmiten gran parte de la cultura propia a sus hijos, la cultura también se ha visto afectada, transgredida y subvalorada. En medio de este panorama, las mujeres del territorio Awá se reúnen constantemente para acompañarse en sus procesos individuales de resiliencia frente a las agresiones que han tenido. Es ahí, en esa juntanza, donde nacen sueños para rehacer su vida, para acoplarse de la mejor manera a su nuevo contexto tanto físico, familiar, como emocional.

Ellas sueñan con tener una “Casa de Sanación para la Mujer Awá”, en donde puedan transmutar y dejar sus dolores… en donde puedan tener nuevos aprendizajes que les permitan adquirir herramientas para habitar con mayor fortaleza sus procesos individuales y colectivos. Este espacio de sanación y compañía entre mujeres es necesario para reconstruirse, reparar las injusticias que conlleva la violencia, resignificar sus cuerpos, sus imaginarios y su dignidad.

En el marco del Caso 02 de la Jurisdicción Especial para la Paz, que prioriza la situación territorial del pueblo Awá, es relevante que su Sala de Reconocimiento no pierda de vista cómo los hechos del conflicto han afectado directamente a las mujeres de este pueblo. La Sala ya reconoció alKatsa Su como víctima del conflicto por su conexión con el desarrollo social, cultural y espiritual del pueblo Awá. Ahora, es imprescindible que no pierda de vista el papel central de la interrelación de la mujer con el territorio, la familia y el pueblo; reconociendo a la vez, que las afectaciones a las mujeres han tenido consecuencias espirituales y de pervivencia en el territorio y en el mismo pueblo.

Es la oportunidad para que la JEP busque que este escenario de justicia transicional no se limite a una serie de procedimientos jurídicos, sino que permita escuchar a las mujeres y buscar los mecanismos para reparar esas heridas por medio del fortalecimiento de sus procesos de resignificación, juntanza y resistencia.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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