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noviembre 26, 2021

Los cinco reencuentros en vida con personas desaparecidas tras el Acuerdo de Paz


Mujeres y hombres que hicieron parte de grupos armados y ahora abrazan a sus familias, hermanos que se conocieron en medio de la búsqueda de su padre, una hija que halló a su madre biológica y familias que volverán a pasar fechas especiales unidas. Estos son los cinco reencuentros de personas desaparecidas y halladas con vida que ha propiciado la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas, una de las entidades nacidas del Acuerdo de Paz.

“Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Esta es una de las consignas que organizaciones y familias buscadoras en Colombia gritan al unísono en cada conmemoración, reunión o acto simbólico en memoria de las personas desaparecidas que ha dejado la violencia en el país.

Las víctimas de este crimen reclamaron durante el proceso de negociación con las Farc en La Habana que se creara una entidad dedicada a la búsqueda de sus seres queridos. Fueron las artífices de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), una entidad humanitaria, confidencial y extrajudicial que comenzó a operar en 2018. A partir de ese momento y durante 20 años deberá dar respuesta sobre el paradero de 120.000 desaparecidos que dejó la guerra, así como lo estima su actual directora, Luz Marina Monzón.

Pero la desaparición usualmente es ligada con la muerte, las fosas clandestinas y el paso de los años sin respuestas. Para la gran mayoría de las familias esta sigue siendo su realidad, por eso le exigen mayor celeridad y menos burocracia a esta entidad.

Después de cinco años de la implementación del Acuerdo de Paz, la UBPD ha recibido 19.608 solicitudes de búsqueda, ha hecho 314 acciones humanitarias de recuperación y ha recuperado 337 cuerpos. También ha hecho 132 entregas dignas de cuerpos a sus familias y tiene en marcha 20 planes regionales de búsqueda.

Entre esos resultados, también están los cinco reencuentros de personas desaparecidas que fueron halladas con vida y pudieron volver a abrazarse con sus padres, hijas y hermanos. Aunque es un número pequeño con respecto a la dimensión de este crimen, cada reencuentro alivió el dolor de esas familias y les permite ahora celebrar unidas. También significa la esperanza de que sí es posible encontrar a los desaparecidos, y con vida, a pesar de que pasen más de 30 años, como ocurrió en algunos de estos casos. Estas son las cinco historias de los reencuentros.

El primer reencuentro

Los cinco reencuentros en vida con personas desaparecidas tras el Acuerdo de Paz

Camila Sánchez Naicipa

El 14 de julio de 2020 Orlando* recibió la llamada de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) para contarles que sus hermanas lo habían estado buscando durante los últimos 35 años, que querían confirmar que era él y preparar el reencuentro con toda su familia. Él quedó en silencio y sorprendido, con su esposa habían intentado buscar en vano a sus hermanas a través de Facebook.

Orlando creció en una finca de la Orinoquia* junto a siete hermanos más. En 1985, la familia salió desplazada por amenazas de grupos armados y, como a Orlando lo querían reclutar a sus 25 años, huyó aún más lejos. Desde ahí perdió la pista de ellos. Recorrió Bogotá, Villavicencio y Guaviare, donde encontró a la que ahora es su esposa y madre de sus cuatro hijos.

En medio de la angustia, sus hermanas lo buscaron a través de las emisoras municipales, preguntaron por él y llamaron cada número que les dieron, sin conseguir alguna pista. Quince años después, a una de ellas le contaron que Orlando estaba muerto, así que no hubo más preguntas sobre su paradero. Tampoco denunciaron, por miedo.

En 2008, a Orlando y su esposa les tocó salir desplazados de Guaviare por los enfrentamientos de los grupos armados con el Ejército. Aunque intentó en varias ocasiones saber de su familia, le daba temor regresar porque el grupo armado que lo intentó reclutar continuaba con el dominio sobre esa zona.

Fue en diciembre de 2019 cuando Claudia*, de 62 años y una de sus hermanas mayores, -con la que más jugaba y se peleaba en su niñez -, hizo la solicitud de búsqueda en la UBPD. El único papel que tenía de su hermano era un registro civil hecho a mano y casi ilegible, con fecha de nacimiento de 1960.

“Nosotros en el fondo decíamos que ya para encontrarlo estaba como difícil. Pero vea, gracias a Dios, como a los cuatro o cinco meses me dijeron que estuviera contenta porque él estaba vivo y pronto lo volvería a ver”, le contó Claudia a Colombia+20.

El nombre completo fue suficiente para que el equipo de la UBPD lo buscara en todos los sistemas de información misional de personas vivas en Colombia: el sistema de salud, de comparendos, contratos y antecedentes judiciales. Lo hallaron en el Registro Único de Víctimas por el desplazamiento forzado de 2008 y luego confirmaron que era él a través de la Registraduría Nacional, que les confirmó que no había en este país dos personas con el mismo nombre.

En el sistema de salud confirmaron que Orlando seguía vivo, contrario a lo que pensaban sus hermanas. También dieron con el municipio en el que vivía junto a su familia. Y luego se dio esa llamada de julio y muchas otras más para conocer de nuevo a sus hermanas. Desde ese momento, el contacto con Claudia fue sostenido y a través de videollamadas, con videos y fotos familiares, para restablecer la confianza entre ambos.

“Sentí mucho gozo de que ya después de creerlo muerto pudiera volver a mirarlo. Eso le parece a uno como si hubiera soñado, como que no era cierto; así me pasaba a mí”, dijo ella.

El 29 de noviembre de 2020, más de 25 familiares de Orlando, entre los que estaban Claudia y sus cinco hijos, se encontraron en Arauca. Orlando llegó minutos después junto a su esposa y sus cuatro hijos. El inesperado, pero anhelado reencuentro familiar se ambientó con el sonido del arpa, las maracas y comida típica del Llano.

“Uno se pone nervioso”, señaló Orlando. Ya tantos años y vernos tan cambiados: yo medio recordaba a mis hermanas, pero a mis sobrinos no. Ya están hechos todos unos hombres y mujeres. Y mis hijos están contentos de conocer a sus tías y primos”, agregó.

Lo afectó saber la noticia del desplazamiento de su familia, de la muerte de su padre un año después de su huida y la de su hermano menor. “Ese día él me dijo que estaba cansado de dar entrevistas, pero yo le dije: no hermanito, así como nosotros luchamos por encontrarlo a usted, también tenemos que ayudar para que otra familia encuentre a su ser querido. Sean vivos o muertos, pero que sepan dónde están”, dijo ella.

A partir de ese reencuentro, las familias acordaron pasar diciembre en la casa de Claudia. Tomaron chicha, carne asada, sancocho y hallacas, tal cual como festejaban Navidad de pequeños. “Desde entonces no nos hemos visto más por esa vaina del coronavirus”, señaló Claudia. “Tampoco hemos podido porque estamos escasos de plata, pero cada ocho días hablamos, una o dos horas. Él dijo que haría el deber de volver a venir este diciembre”. Cuatro de sus hermanas lo han visitado en Casanare.

Me siento feliz de tenerlos otra vez. Le doy gracias a Dios por esta oportunidad que me ha dado de encontrar a mis papás vivos. Es una fecha muy especial. Yo le digo a la gente que nunca pierda la esperanza de encontrar a sus familiares. Cuando uno lo vive, uno dice sí puede ser realidad

Yolanda, una de las personas que encontró a su familia

El abrazo con la hija que le quitaron en la guerrilla

Los cinco reencuentros en vida con personas desaparecidas tras el Acuerdo de Paz

Camila Sánchez Naicipa

Marcela* y Lorena*, madre e hija, se estaban buscando al mismo tiempo. La primera conoció a la UBPD durante un evento en Sincelejo, a finales de 2019. Aprovechó para pedirle al equipo territorial que estaba allí que le ayudaran a recuperar a su hija, la cual le habían quitado hace 17 años, cuando ella hacía parte de un grupo armado del que luego escapó.

Quedó embarazada de un hombre de alto rango dentro de esa guerrilla. A los seis meses de dar a luz, le quitaron a Lorena para entregársela a la familia del papá. Su hija creció en un municipio de Antioquia, en medio de una familia grande, amorosa y que siempre le contó sobre su origen y sus padres. Así que ella, ya adolescente y junto a su madre de crianza, contactó en Medellín al equipo de la UBPD para saber qué había pasado con su madre.

Marcela recordaba solo algunas descripciones físicas de su hija: que tenía ojos grandes, el pelo liso y negro azabache igual que ella y un lunar en forma de orificio en una de sus orejas. Su hija, mientras tanto, solo sabía el grupo al que había pertenecido Marcela y el alias que tuvo en tiempos de guerra. Estos datos fueron claves para que ambos equipos se dieran cuenta de que ambas solicitudes de búsqueda coincidían.

Cada equipo empezó a reunirse con Marcela y Lorena por aparte para conocer más de sus vidas. Las reuniones se hicieron de manera virtual con la llegada de la pandemia a Colombia en marzo de 2020. En una de ellas le preguntaron a Lorena sobre su lunar. Ella estaba con su mamá y primos hermanos frente a la pantalla. Todos le buscaron el lunar en la oreja y lo descubrieron; ni la madre de crianza ni ella sabían que lo tenía. Fue la primera confirmación.

La toma de muestra genética en efecto ratificó que eran madre e hija. Ante la noticia, cada una reaccionó con alegría, pero con temor e incertidumbre. Lorena, sobre todo, temía que su madre biológica la separara de la familia que tanto amaba. Y Marcela pensaba en la posibilidad de que su hija la rechazara por su historia en la guerrilla o si la iba a aceptar y amar como madre.

El reencuentro se realizó el 10 de diciembre de 2020 en Medellín, con alrededor de 15 personas. Además de conocer a su madre biológica, de la cual es la viva estampa, Lorena habló con sus hermanos menores. Ahí le surgió una nueva preocupación: la de ser la hermana mayor y dar ejemplo. Intercambiaron números con su hermana menor, otra adolescente un poco más joven que ella, y reconoció a Marcela como su segunda mamá.

La UBPD reconstruyó con cada una sus historias de vida, desde el nacimiento hasta la fecha de encuentro, a través de fotografías, videos y álbumes familiares. Lorena le regaló a su mamá ese álbum, mientras que Marcela le dio el reloj de su padre, la única pertenencia que conservaba de su compañero luego de que muriera en un combate.

En el reencuentro hubo muchos llantos y abrazos, pero también claridades. La joven le dijo que ella no iba a dejar a la familia que la crió y la mamá, sin tener esa pretensión, le dijo que había muchas partes dolorosas de su vida y de la historia entre ambas que con el tiempo irían aclarando. Se dieron cuenta de que no había razón para sus temores.

Un reencuentro frustrado por el coronavirus

Los cinco reencuentros en vida con personas desaparecidas tras el Acuerdo de Paz

Camila Sánchez Naicipa

El reencuentro de Magnolia con su padre, Roberto Granja, se frustró por el Covid-19. Durante 54 años creció pensando en cómo sería él físicamente, qué gestos y características le habría heredado y que, tal vez, su vida y la de su hermana Aurelina hubiera sido más fácil con él a su lado. Pero su rostro solo pudo conocerlo en el funeral.

“Yo siento que tenía un presentimiento”, recordó Magnolia. “Me despertaba en las noches, le oraba al Señor, le decía que me diera la oportunidad de conocerlo, de saber quién era él y que si estaba enfermo que lo sanara”.

Roberto Granja murió el 29 de julio de 2021 en Cali, luego de estar tres semanas hospitalizado. Tenía 81 años, no sabía que su hija lo estaba buscando a través de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, ni mucho menos que ya lo habían localizado.

Desapareció cuando Magnolia tenía un año de edad. A los cuatro años, su abuela se la llevó a Arauquita para criarla. Eso descartó cualquier posibilidad de encontrarse. Roberto huyó de Puerto Araújo (Santander) en 1968. “Mi abuela me contó que era irse o que lo mataran, porque estaba siendo perseguido por el Ejército”, señaló. Y le dio más detalles: que a Roberto le gustaba la selva y el campo, que entre más lejos viviera de un lugar poblado, mucho mejor. Por las fotos supo que su padre fue un hombre alto y moreno.

Puso la solicitud de búsqueda en la UBPD el año pasado gracias a la insistencia de su hijo mayor, que había escuchado de esta entidad por su trabajo como escolta. La UBPD localizó la vivienda de Roberto en San Cipriano, muy cerca a Buenaventura, pero él ya estaba hospitalizado en Cali por el coronavirus cuando intentaron contactarlo.

“Me llamaron de la Unidad y me comentaron que una persona estaba buscando a mi papá. Yo sabía que eran mis hermanas de Arauca y les dije que necesitaba comunicarme con ellas porque mi papá acababa de fallecer”, contó Alonso Mina, uno de los tres hijos que tuvo Roberto años después de huir de Puerto Araújo.

Magnolia y Alonso tienen 14 años de diferencia. El reencuentro que ella ansiaba con su padre no se dio pero, al menos, como dijo ella, pudo conocer a sus hermanos. A pesar de que fue en el funeral, le alegró que se enteraran de la existencia del otro y el poder conocer a sus sobrinos. “No sé si es muy fuerte la sangre de mi papá, pero lo que siento por Alonso no lo he sentido por ningún otro hermano. Es muy amoroso”, afirmó.

Al sepelio viajó con su hija Stephany y las recibió Alonso con su esposa e hija menor. “Nos presentamos y nos dimos un gran abrazo. Todos estábamos muy contentos y le pregunté por mi otra hermana”, sostuvo Alonso. Magnolia le respondió que llevaba 18 años muerta. Él se quedó frío con la noticia; durante muchos años había querido conocerla.

“Allá escuché cómo mi sobrina le decía a mi hermana: ‘ahora entiendo por qué usted es así. Mire todos los Granja que están aquí y son iguales’. Ni prueba de ADN querían hacerse porque era evidente que somos familia, pero era algo protocolario”, añadió.

Alonso nació en San Cipriano, vivió su infancia en Guaviare, departamento del que tuvo que salir desde muy joven porque hombres armados lo intentaron reclutar. Ganó una beca para estudiar en la Escuela Nacional del Deporte y hoy es entrenador del equipo nacional de paratletismo, con el cual estuvo en los Juegos Paralímpicos de Tokio en 2021.

“Yo siento que tenía un presentimiento (… ) Me despertaba en las noches, le oraba al Señor, le decía que me diera la oportunidad de conocerlo, de saber quién era él y que si estaba enfermo que lo sanara”.

Magnolia, hija de Roberto Granja

Él las invitó a dormir a su casa después del entierro. Hablaron sobre sus familias, hijos, sobrinos y sobrinas; sobre Roberto -que también estuvo ausente durante varios años para Alonso -, y de su trabajo como entrenador de paratletas. Al otro día las llevó a conocer Cali. Magnolia le habló de sus tres hijos, de cómo los sostuvo como empleada doméstica y de su cotidianidad en Arauquita. Los invitó a visitarla en enero de 2022.

“Todos estábamos contentos de saber de su vida, de que se sintiera identificada con la familia. Y de las cosas que más me sorprendió de ella fue esa esperanza que nunca perdió de encontrar a mi papá. Es muy bueno saber que a pesar de que también le tocó muy duro en la vida, es una persona de bien, muy comprometida con sus hijos”, aseguró Alonso.

A raíz de este reencuentro crearon un grupo de Whatsapp con 20 familiares Granja. Magnolia también está en el grupo y desde entonces mantiene un contacto diario con ellos. “Si su corazón les dice que esa persona está viva, búsquenla. Yo les digo a más familias en este país que se aferren a las manos de Dios que lo demás viene por añadidura”, exclamó Magnolia.

Encontrar a su hija fue su regalo de cumpleaños

Reencuentros con desaparecidos

Reencuentros con desaparecidosCamila Sánchez Naicipa

La familia de Yolanda* pasó 21 años sin saber de su paradero. A sus 12 años, en zona rural de Magdalena, fue reclutada por un grupo armado que hacía presencia en la zona. Su madre, como le contó a la UBPD, la empezó a buscar horas después de su desaparición, pero el conflicto en la zona la obligó a desplazarse en dos ocasiones con el resto de su familia y a perder sus tierras.

En este caso fue la persona desaparecida la que le pidió a esta entidad encontrar a su familia, cuando usualmente es al revés. Yolanda, que ahora sobrepasa los 30 años, hizo la petición de búsqueda en Cúcuta, en abril de 2020. Se enteró gracias a una conocida de la Agencia para la Reincorporación y Normalización que le comentó sobre la ayuda que le podrían dar para reencontrarse con su familia.

En 2001 fue reclutada, combatió en varias zonas del norte del país hasta terminar en Venezuela, donde conformó su familia. En 2018 se desmovilizó de ese grupo armado y hoy lleva una vida tranquila junto a sus cuatro hijos y su esposo, que también es exguerrillero, razón por la cual decidió no hablar con ningún medio de comunicación sobre su historia.

La UBPD encontró a la familia a partir de la denuncia de la desaparición de Yolanda en el Sistema de información red de desaparecidos y cadáveres (Sirdec) y al registro que había de los desplazamientos forzados en las bases de datos de la Unidad para las Víctimas, plataformas a las cuales tiene acceso esta entidad por el Acuerdo de paz. Con esos datos lograron ponerse en contacto con Claudia*, la menor de cinco hijos.

Ella fue el enlace para la reconstrucción de la trayectoria de la familia y de la vida de Yolanda antes de que fuera reclutada. Claudia la recordaba por ser quien la bañaba a sus cinco años y su deseo era conocer y compartir con la hermana ausente con la que tanto le decían que se parecía.

El 16 de junio de 2021 les dieron la noticia a ambas partes de que el cotejo genético confirmaba lo que esperaban: que Yolanda era la hija que faltaba y que seguía viva. Yolanda pensaba que sus padres o algunos de sus hermanos estarían muertos, y más con la llegada de la pandemia. Se preguntaba qué habría pasado con cada uno luego de tantos años, cómo serían sus vidas y sus respectivas familias. Se metía a Facebook a buscarlos y alcanzó a enviarle la solicitud de amistad a uno de sus hermanos, pero él, sin imaginarse que era su hermana desaparecida, nunca le dio aceptar.

El reencuentro se llevó a cabo el 5 de agosto de 2021 en Santa Marta. Ese día era el cumpleaños de la mamá. Entre el equipo de la UBPD, su esposo y sus hijos le cantaron el cumpleaños y al final apareció Yolanda como el regalo más grande que le faltaba a la celebración. Salieron corriendo y entre todos se abrazaron.

“Me siento feliz de tenerlos otra vez. Le doy gracias a Dios por esta oportunidad que me ha dado de encontrar a mis papás vivos. Es una fecha muy especial. Yo le digo a la gente que nunca pierda la esperanza de encontrar a sus familiares. Cuando uno lo vive, uno dice sí puede ser realidad”, le dijo a la UBPD en ese momento.

Ese día, sus padres dijeron que esta oportunidad de encontrarla fue única, que muchas familias quisieran que su ser querido regresara con vida. “Mi mamá nunca perdió la esperanza. Ella sabía que mi hermana estaba viva y que le iban a ayudar a encontrarla. Este es un caso de esperanza que debe inspirar a otras personas a no desistir en su búsqueda de sus seres queridos”, precisó uno de los hermanos.

Claudia, por su parte, le aseguró también a esta entidad que está pensando en tatuarse la fecha del reencuentro. “Poder decir que vamos a pasar fechas especiales, cumpleaños, reuniones familiares con una hermana más es algo que no tiene explicación, no sé ni cómo expresar esta emoción”, sostuvo. Entre las tres hermanas que ahora son tiene pensado salir, conocer las ciudades donde vive cada una y contarse todo lo que han vivido en estos 21 años.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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