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noviembre 24, 2021

Las exguerrilleras de las Farc que lideran la reincorporación en el Caquetá


Colombia+20 visitó uno de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación más consolidados del país para conocer cómo viven las mujeres excombatientes el regreso a la vida civil que comenzó hace cinco años. Desde el Comité de Género lideran proyectos de sastrería, zapatería, producción de aceites esenciales, ganadería y agricultura.

En el Centro de Desarrollo Infantil (CDI) del Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación de Aguabonita II (Caquetá), apenas hay cupo para 10 de los 90 hijos e hijas de excombatientes de las Farc que tienen entre dos y cinco años allí. Las mujeres en reincorporación, que son madres en su mayoría, deben arreglárselas para dejar a sus hijos con alguna cuidadora o madre comunitaria mientras esperan que se libere algún cupo en el CDI. Muchas de ellas trabajan todo el día en el campo, en zapatería, en sastrería, en los cultivos de piña de la vereda o en ganadería mientras intentan sacar adelante una vida civil que vaya más allá de proyectos productivos o empleabilidad.

Este lugar, ubicado en el poblado Héctor Ramírez, municipio de La Montañita, es una de las zonas desde donde los exguerrilleros de las Farc hacen su proceso de regreso a la vida civil. El 17 de febrero de 2017, luego de la dejación de armas, a esas montañas llegaron alrededor de 232 personas que pertenecieron a los frentes 14 y 15. Inicialmente, armaron cambuches temporales sin la certeza de que cinco años después de la firma del Acuerdo de Paz en el Teatro Colón, el lugar que prometió ser transitorio terminó convirtiéndose en un centro poblado formal, con personería jurídica y pionero por su liderazgo para organizarse y para integrarse con la población civil aledaña.

Llegar al Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de Aguabonita II es como entrar a una galería de arte urbano. Las fachadas de las casas y los negocios, pintadas con grafitis de colores, reflejan lo que cada uno de sus habitantes vive y siente. Uno de los murales centrales, ubicado a la entrada del espacio, es el de una mujer vestida de camuflado con un bebé en brazos. A dos cuadras de allí, una pintura de tres mujeres que se trenzan el cabello una a la otra representa la sororidad y la importancia de la unión femenina sin importar las barreras generacionales. Ese mural es uno de los que da la bienvenida.

Para hablar sobre mujeres en la reincorporación en este espacio es indispensable mencionar a Betsy Ruiz, conocida en la guerra como Sandra González y una de las mujeres que lleva la batuta de varios proyectos productivos centrados en la independencia económica de las mujeres. Betsy es la coordinadora del Comité de Mujer y Género del espacio de reincorporación, pero también es la consejera, la amiga y hasta la defensora en los casos de violencia intrafamiliar que se presentan en el poblado. “Lo único que no soy es la madre porque nunca quise y no quiero tener hijos”, asegura. Su labor, explica, es hacer que el enfoque de género pactado en el Acuerdo de Paz se cumpla al menos en este pedacito de tierra.

Por esa falta de oferta institucional para el cuidado de los más pequeños, varias mujeres han visto en la necesidad de ofrecer sus servicios como madres comunitarias de los menores que no pueden acceder al CDI o que, después de su jornada escolar, deben permanecer horas o días completos solos mientras sus padres trabajan. Una de las madres comunitarias es doña Beatriz, de 62 años que, aunque no es excombatiente de las Farc, conoce de cerca cómo es la vida de quienes hace cinco años decidieron volver a la vida civil. Su hijo, conocido en la guerra como Aníbal Gómez, es uno de ellos.

La casa de doña Beatriz, de pasillos largos y amplios, está llena de juguetes en el suelo que pertenecen a los tres pequeños que cuida mientras sus padres, que trabajan en Humanicemos DH, la organización de desminado humanitario liderada por firmantes del Acuerdo de Paz. “Cuando mi hijo volvió a la vida civil y nos pudimos reencontrar, volvimos a vivir juntos y ahí fue que llegué a este espacio territorial y comencé a cuidar a los bebés de los compañeros de él, que a veces se van a misiones de desminado humanitario en otros territorios y se demoran varios días en volver y no tenían quién les cuidara a los muchachos”, dice.

Esa misma tarde lluviosa, cuando salimos por la carretera del ETCR hacia la vía a La Montañita, nos encontramos con nueve muchachos, de unos seis o siete años, caminando por la carretera para llegar a sus casas después de la jornada escolar. En cada trayecto se pueden demorar entre 40 minutos y una hora. “Ojalá algún día podamos construir un colegio en este espacio territorial para que ellos no tengan que ir tan lejos y podamos brindar el servicio educativo también a los niños de otras veredas”, es el sueño de Paola, pero también es uno de los objetivos de la Junta de Acción Comunal (JAC) que comenzó nuevo periodo el pasado viernes 12 de noviembre.

La presidenta de la JAC se llama Esperanza Torres, pero su nombre en la guerra siempre fue Jimena. Desde 2017, cuando llegaron a reincorporarse, ella asumió la batuta de la personería jurídica de este lugar que lejos de ser transitorio, se convirtió en otro poblado del municipio. Fue hasta 2019, dos años después, que lograron que la municipalidad de La Montañita los reconociera formalmente, pero la lucha ha sido por tener representación en el consejo municipal y por ser incluidos en los proyectos de ordenamiento territorial. “Acá todo sigue siendo una lucha con el municipio. No ha sido fácil que a los exguerrilleros nos reconozcan como actores políticos locales. Llevamos años pidiendo una red de alcantarillado, la mejora de algunas vías internas y un sistema estable de energía eléctrica”, nos dijo en medio de un carrerón en una de las vías del ETCR mientras se dirigía, precisamente, a una reunión con el alcalde de La Montañita.

Esa misma tarde lluviosa, cuando salimos por la carretera del ETCR hacia la vía a La Montañita, nos encontramos con nueve muchachos, de unos seis o siete años, caminando por la carretera para llegar a sus casas después de la jornada escolar. En cada trayecto se pueden demorar entre 40 minutos y una hora. “Ojalá algún día podamos construir un colegio en este espacio territorial para que ellos no tengan que ir tan lejos y podamos brindar el servicio educativo también a los niños de otras veredas”, es el sueño de Paola, pero también es uno de los objetivos de la Junta de Acción Comunal (JAC) que comenzó nuevo periodo el pasado viernes 12 de noviembre.

La presidenta de la JAC se llama Esperanza Torres, pero su nombre en la guerra siempre fue Jimena. Desde 2017, cuando llegaron a reincorporarse, ella asumió la batuta de la personería jurídica de este lugar que lejos de ser transitorio, se convirtió en otro poblado del municipio. Fue hasta 2019, dos años después, que lograron que la municipalidad de La Montañita los reconociera formalmente, pero la lucha ha sido por tener representación en el consejo municipal y por ser incluidos en los proyectos de ordenamiento territorial. “Acá todo sigue siendo una lucha con el municipio. No ha sido fácil que a los exguerrilleros nos reconozcan como actores políticos locales. Llevamos años pidiendo una red de alcantarillado, la mejora de algunas vías internas y un sistema estable de energía eléctrica”, nos dijo en medio de un carrerón en una de las vías del ETCR mientras se dirigía, precisamente, a una reunión con el alcalde de La Montañita.

El liderazgo de Jimena, así como el de Betsy, no es nuevo ni nació con su paso a la reincorporación. Ambas explican que en sus años de guerra hicieron parte de los comités organizativos de las Farc en los que ambas tenían que relacionarse constantemente con las juntas de acción comunal de las veredas en las que hizo presencia la guerrilla. “Nosotras estábamos en constante contacto con la población civil y nos tocaba estudiar mucho el funcionamiento de las juntas, pero verlo desde afuera es distinto a venir a liderar toda una comunidad (…) Nosotras nos dimos cuenta que podíamos hacer exactamente lo mismo y hasta más que los hombres, cuando en la guerra nos ponían a cargar hasta siete toneladas de peso o cuando nos mandaban a combates, al igual que ellos. Allá no había diferencia en si uno era hombre o mujer, entonces acá tampoco la vamos a tener”, relata Jimena, que también está a la cabeza del área de reincorporación del ETCR.

Aunque para las mujeres es innegable que la guerra, al igual que cualquier entorno militar es machista, hablan con admiración de algunas mujeres como Miriam Narváez, una excombatiente que en los años 80 fundó y presidió el Comité Femenino y que es recordada por ellas por haber sido de las primeras mujeres guerrilleras que puso sobre la mesa temas de equidad y feminismo, cuando esta última palabra no era mencionada sino en libros teóricos. La foto enmarcada de Miriam está en tres paredes de la Biblioteca Alfonso Cano, del ETCR. Pero también aparecen fotografías de Lucero Palmera, quien dirigió la emisora La Voz de la Resistencia, que pertenecía al Bloque Sur de las extintas Farc y sonaba en varias zonas de Huila, Caquetá, Putumayo, Amazonas y Nariño.

El tour y la explicación de la vida de las mujeres exguerrilleras que marcaron la historia de las Farc los da Tatiana, una excombatiente que trabaja en la Biblioteca Alfonso Cano y espera su primogénito. Desde allí, es una de las archivistas que organiza los libros sobre historia, geografía, literatura, matemáticas, lenguaje, biología, entre otros tantos que hay en tres de las paredes de la sala de lectura a disposición de todos los habitantes de la vereda. En la mitad de la biblioteca está un pequeño museo que es una vitrina alargada en la que están expuestas las botas, maletines y camuflados que usaban algunos exFarc durante la guerra y que ahora son muestras de memoria histórica.

Aunque casi todos los proyectos productivos de ese ETCR son exitosos, Betsy denuncia que no ha sido gracias al apoyo institucional, sino más bien a la autogestión y el trabajo comunitario con lo que han podido construir todo lo que tienen. Recuerda, por ejemplo, que para la consolidación de la JAC y de las primeras propuestas, cada uno de los excombatientes accedió a donar 1 millón de los ocho millones de pesos que cada uno exguerrillero recibió de forma individual para emprender un proyecto productivo o colectivo. “Si nos hubiéramos quedado esperando que el Gobierno cumpliera con lo que nos prometió y que está pactado, no tendríamos casas, ni todas las opciones de emprendimientos que tenemos ahora. Pero nos falta la red de alcantarillado, el agua potable, el sistema de energía, vías de acceso y vías terciarias, oportunidades de estudio y de empleo, para que nuestros niños y jóvenes tengan más alternativas que las que nosotros tuvimos”.

Uno de los murales del espacio territorial sobre sororidad y género.

Uno de los murales del espacio territorial sobre sororidad y género.

Betsy, que se conoce de memoria todas las iniciativas productivas y económicas del ETCR, explica que uno de sus más grandes esfuerzos ha sido procurar que en todas las iniciativas haya mujeres que puedan aportar desde sus conocimientos a los proyectos de ecoturismo, cultivo de piñas, zapatería, sastrería y ganadería; sin embargo, el de sastrería, que es el más reciente, fue una iniciativa pensada en comienzo solo para las mujeres que quisieran producir y comercializar cualquier tipo de prenda. Quien asumió el liderazgo de esta idea fue Nancy Rojas, de 50 años y que lleva media vida cosiendo y confeccionando ropa, pantalones y maletas.

“En la guerrilla yo era una de las que confeccionaba las prendas militares, pero también hacía hamacas y otras cosas, entonces cuando llegamos acá lo primero que hice fue conseguirme una máquina de coser y empecé a hacer prendas, pero de civiles”. Ahora, la sastrería comercializa maletines, bolsos, pantalones, camisas y prendas para vender en La Montañita y en Florencia, que es hasta donde pueden transportar los productos, pero esperan poder abrirse espacio en el mercado nacional y convertirse en un centro de confecciones.

Otro de los proyectos liderados por mujeres es el de los aceites esenciales llamado “Mujer Esencial”. Gracias a la cooperación internacional ya cuentan con una fábrica de extracción de esencias en la que fabrican productos de belleza como aceite de romero, aceite de sábila, jabones faciales, cremas corporales y labiales que, aunque todavía no son muy comerciales por los costos para sacar el producto de la vereda, esperan que el próximo año puedan ofertarlos en el primer espacio que albergaría emprendimientos netamente de mujeres, tanto en reincorporación como de víctimas: la Tienda de las Comuneras.

Su nombre, por supuesto, viene de mujeres que se auto reconocen como personas del común. Ese espacio, en el que ya se levantó la estructura de lo que serán las paredes y el techo, está ubicado justo en toda la entrada del ETCR. Será la primera casa que reciba a los habitantes e invitados del centro poblado y, seguramente, su fachada también será pintada con grafitis alusivos a la fuerza femenina. Allí se ofrecerán todos los emprendimientos de reincorporadas y mujeres de otras veredas, como una forma de sororidad empresarial.

Para Betsy, que pasó del Comité Femenino de las Farc a liderar el Comité de Género de la reincorporación, los retos que han tenido para avanzar no provienen de los prejuicios de ser excombatientes ni por el hecho de ser mujeres, “sino porque hemos tenido que hacer muchos sacrificios como tener que abandonar nuestro hogar para dedicarnos a la comunidad o dejar de hacer cosas propias como estudiar, para continuar saliendo adelante como colectivo y la Tienda de las Comuneras va ser la materialización de nuestro sueño y de tantos años de esfuerzo”.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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