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noviembre 23, 2021

¿Quién se acuerda de nosotras?


Las feministas llevamos muchos años sabiendo que las leyes que apoyan la autoidentificación de sexo (que no de género, porque no existe tal posibilidad, ¡ya nos gustaría a las mujeres!), están rompiendo el tejido social y las bases sobre las que descansan las políticas de equidad y de igualdad entre seres humanos.

El objetivo de este tipo de leyes, que avalan como derecho la auto percepción, solo busca asignar al individuo la responsabilidad absoluta sobre su propio destino, como si cada persona viviera de una manera aislada en el mundo, sin ser afectado ni afectar a nadie. Mediante una suerte de “juegos de rol” que, tristemente, se convierten en realidad, despojan a la ciudadanía de los argumentos que les permitían identificar sus situaciones de desigualdad y, por tanto, de la posibilidad de actuar en consecuencia y denunciarlas. A cambio, a los individuos solo les queda la posibilidad de imaginar un futuro en forma de “avatar” donde poder ir haciendo sus pertinentes “upgrades” como si vivieran en un mundo virtual o en un video juego.

Esto lo sabemos muy bien en AMANDA, Agrupación de Madres de Adolescentes y Niñas con Disforia Acelerada. Para quien no nos conozca, somos un grupo de madres que lucha denodadamente por sus hijas e hijos. Comenzamos nuestra andadura a mediados de septiembre de 2021, a raíz de la llamada de auxilio en twitter de una de nuestras compañeras. Ocho madres comprometidas y con las ideas bien claras decidimos sacar adelante el proyecto de apoyar a otras familias que, como nosotras, pudieran estar perdidas y sin recursos emocionales, informativos o de cualquier otro tipo para ayudar a sus vástagos e impedir que tomaran decisiones irrevocables que, sin género de dudas, carecían de la madurez suficiente para afrontar por sí mismos.

Y es que no estamos hablando de la clásica disforia de género, sino de un fenómeno nuevo y muy preocupante descubierto por Lisa Littman: la Disforia de Género de Inicio Rápido (DGIR), producto del contagio social, que se presenta de forma repentina en la pubertad y adolescencia en jóvenes con una salud mental precaria y que pasan mucho tiempo en redes sociales.  Las cifras de afectadas/os por DGIR crecen a un ritmo frenético a nivel mundial. Por ejemplo, en Madrid, la Unidad de Identidad de Género ha visto un incremento de solicitudes de atención del 500% entre 2017 y 2019, la mayoría de ellas de chicas muy jóvenes. En otros países, como Gran Bretaña, este incremento ha sido del 4000% entre 2009 y 2018.

Estamos a 15 de noviembre y el número de madres (y algunos padres) que se nos acercan desde todo el territorio nacional no deja de crecer. Ninguna de nuestra hijas e jamás había mostrado disconformidad con su sexo previamente. Y todas y todos “salieron del armario” de repente contando las mismas historias, las mismas frases, las mismas reacciones. Una familia tras otra, con el mismo patrón, donde la mayoría de afectadas son niñas (90,3%) y donde alrededor del 74,2% ya han comenzado la transición social, al menos en su grupo de amistades. Incluso en alguna ocasión dicha transición social se ha producido en el ámbito escolar, a espaldas de los familiares. La media de edad para esta transición se sitúa, en nuestro grupo, en los 16 años, siendo la más pequeña de 12 años y el mayor de 24 años. Algunos han comenzado la terapia de hormonación cruzada.

El 100% de los casos se sentía previamente afectado por problemas de salud mental relacionados con la ansiedad y la depresión, trastorno límite de la personalidad, TDAH, TOC, u otros, y en todos los casos, también, se trata de chicas y chicos brillantes -algunas y algunos con valoración de altas capacidades- con problemas para encajar en sus grupos de pares antes de “salir del armario”. Todos pasan muchas horas en redes sociales y todos son fans de las series y la estética anime y manga.

Las madres y padres padecemos grandes dosis de ansiedad y la depresión llama a la puerta con demasiada frecuencia. Nos sentimos solas, estamos en duelo por nuestra hija o hijo “perdida/o” y nos resistimos a que nos los arranquen de nuestras manos. Se nos obliga a ser testigos de su lavado de cerebro sin salir siquiera de casa, a través de sus pequeñas pantallas, en la televisión, en las escuelas, entre sus grupos de pares o, lo que es peor, en sus sesiones terapéuticas donde se les jalea como si fueran héroes y heroínas de su propia película y no víctimas de una ideología sectaria que anula toda su capacidad crítica. Mientras tanto, nos sentimos cada vez más apartadas de su vida y, a pesar de lo rotas y rotos que nos sentimos, seguimos luchando por mantener la conexión emocional con ellos, sabiendo que es lo único que les podría salvar.

En paralelo, los lobbies transgeneristas se frotan las manos sabiendo que en el altar de sacrificios del Dios Trans ellos conseguirán sus metas: dinero, poder y una ciudadanía atontada, medicalizada y físicamente rota. Por eso les mandan mensajes que les alejen de sus familias, como este de Chrysallis:

Las madres y los padres nos encontramos solos. La primera reacción que tenemos cuando nuestras hijas e hijos nos comunican que se sienten del sexo contrario es buscar ayuda para que salgan de esa fantasía, para que puedan solventar ese malestar que tanto les hace sufrir y del que somos conscientes, precisamente porque les queremos y les apoyamos de manera incondicional. Pero la realidad es que tenemos pocas opciones.

El 54,8% de las madres y padres que se han acercado a nosotras solicitaban búsqueda de terapeuta no afirmativo para sus hijas o hijos y un 32,3% pedían ayuda para ellos mismos. Y en AMANDA nos está costando encontrarlos porque hay miedo. Y eso es lo que quieren los grupos transactivistas, que los profesionales y las familias tengamos miedo de actuar, para que sean ellos los que puedan decidir por nosotras y nosotros.

Solo se dan a conocer los terapeutas, psiquiatras, o grupos de ayuda que afirman a nuestros hijos en su auto diagnóstico, pero ¿dónde se encuentran los que no? ¿dónde están los médicos y sanitarios que creen que es mejor esperar a que maduren, como apuntan los estudios científicos? ¿por qué solo existe una línea argumentativa y se nos intenta callar a las familias? ¿dónde está la libertad de expresión y la libertad de acción?

Desde AMANDA queremos levantar la voz y pedir a todos esos profesionales que se acerquen a nosotras, que nos pregunten y que se alíen con nosotras porque nuestras hijas e hijos y nosotras mismas LES NECESITAMOS.

Queridos terapeutas, médicos, endocrinos, sanitarios que sabemos que os estáis llevando también las manos a la cabeza, si nosotras hemos decidido arriesgarnos a hablar ¿por qué vosotros no? ¿A qué estáis esperando?

FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA


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