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enero 26, 2021

Los libros de la memoria en el Bajo Atrato


Hombres y mujeres de Riosucio (Chocó) están escribiendo una serie de 30 libros sobre sus familiares dados por desaparecidos. Mientras llenan las hojas en blanco, trabajan por la construcción de una casa de la memoria para la región.

Por Riosucio, Bajo Atrato chocoano, rondan 30 cuadernos. Todos tienen el mismo título: “Rostros que caminan”. Cada uno tiene en el centro de la portada el retrato de una persona dada por desaparecida y al pie, su nombre. Las páginas están en blanco para que amigos y familiares escriban a mano sobre la persona ausente. Eyudis Córdoba tiene tres libros de tres hermanos dados por desaparecidos: Eudilio, Emilson y Eberto Córdoba. Tras escribir mensajes sobre ellos, para ellos, les pasó los libros a su hermana y a su sobrina. Entre esas hojas se rompió el silencio del duelo suspendido. “Todos habían decidido dejar así. Bueno, si en tantos años no han aparecido, pues de pronto están muertos o como los tantos casos que hay acá, que la gente les ha dejado al tiempo y a Dios. Pero decidí emprender y (en la familia) han sido muy receptivos”.

Córdoba emprendió por el camino de la memoria en 2019, durante un diplomado de los misioneros claretianos sobre el Acuerdo de Paz. Al llegar al punto sobre las víctimas del conflicto armado, empezó a hablar con cuatro compañeras sobre las circunstancias de las desapariciones forzadas de sus seres queridos. Se conocían bien, pero se reconocieron mejor como víctimas de la desaparición forzada. “El proceso genera nostalgia. A veces uno descubre que hay familias a las que les han tocado casos más duros”, cuenta Córdoba. “En ese proceso de escuchar las historias de las hermanas, como que nos compadecemos la una de la otra”.

Ese momento de compasión fue fundacional. Con el apoyo de Proclade, la fundación de los misioneros claretianos, el grupo de mujeres creó la Asociación del Darién Chocoano Canto a Nuestros Ancestros, que está uniendo a las familias víctimas de este flagelo en torno a iniciativas de memoria.

El misionero claretiano Marcial Gamboa Valencia les ha dado espacio e impulso a estas iniciativas. Cuando llegó a Riosucio, en 2019, se encontró con el trauma masivo de la desaparición forzada y la puja de la gente contra el olvido. “Empecé a consultar y en todas las reuniones con la gente que llegaba a la casa (parroquial) me encontraba con alguien que tenía a una, dos o tres personas dadas por desaparecidas”. Escucha a todas las personas que se atreven a hablar sobre sus familiares. Algunas le dan permiso de registrar los detalles de sus casos en una base de datos. Lleva 75, una multitud que es apenas una fracción de las víctimas. Según la Cartografía de la Desaparición Forzada en Colombi,a de Human Rights Everywhere, hay al menos 554 personas dadas por desaparecidas en los dos municipios del Bajo Atrato, más de un tercio de todos los casos del departamento.

Por su capacidad de interlocución, Proclade se ha convertido en un enlace clave para las organizaciones que están trabajando en la búsqueda de personas dadas por desaparecidas. Ya han facilitado reuniones entre las familias y el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), la Unidad para las Víctimas y el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). En colaboración con los claretianos, la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) comenzó en 2020 a reunirse con las familias interesadas en abrir procesos de búsqueda.

Aunque fundamental, el proceso de la búsqueda es largo y no satisface la necesidad de los riosuceños de hacer memoria colectiva. Proclade y las mujeres de la Asociación Canto a Nuestros Ancestros están creando espacios para que las familias hablen, se reconozcan y aviven la memoria de sus familiares. Uno de los más importantes fue la Semana de la Paz, que celebraron en 2020. Los claretianos y varios miembros de familias recogieron fotos de las personas dadas por desaparecidas, las imprimieron en pendones y las colgaron en la puerta de la iglesia. Se formaron corrillos en torno a las imágenes, gente que reconoció a sus vecinos, amigos y familiares. De ahí salió la idea de la serie de cuadernos, que crearon con la ayuda del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y la Unidad para las Víctimas.

Jenry Serna recuerda la primera reunión con el CNMH para hablar sobre los libros. “Cada una de las familias salió hablando y recordando. En ese espacio se buscaba contar todo lo bonito de nuestros seres queridos. Se llegó a un momento de tristeza, porque la gente empezó a recordar a sus familiares. Hubo lágrimas, hubo llanto, pero sirvió mucho para sacar todo lo que había en la mente, en el corazón”. Esa reunión fue una de las primeras oportunidades en 23 años de hablar sobre su padre, Armencio Serna, y escuchar las historias de otras familias. “Hace muy poquito tiempo no era capaz de hablarlo porque me hacían falta cosas para salir de mi corazón”.

A Armencio Serna lo desaparecieron en 1997, año de incursiones paramilitares y repliegue de las Farc en la región. Según Fredy Rendón, conocido como el Alemán, comandante del bloque Elmer Cárdenas de las Auc, las operaciones (Génesis y Cacarica) se hicieron con la cooperación de la Brigada XVII del Ejército. Más de 4.000 campesinos de Riosucio tuvieron que abandonar sus tierras. Ese año hubo al menos 270 desapariciones forzadas, más de la mitad de las registradas en la región hasta 2018. Jenry tenía 12 años cuando vio a su padre por última vez. Estima que son escasas las posibilidades de que den con sus restos, porque, según ha escuchado, los victimarios los arrojaron al Atrato, pero el anhelo de encontrarlos supera toda conjetura. “Pueden pasar 20, 30 años, y cuando usted no ve el cuerpo de la persona, usted en ocasiones se olvida de que esa persona está muerta o desaparecida”.

En el libro sobre su padre, Jenry ha ido armando un mosaico de recuerdos, elogios y anécdotas de familiares y amigos. Los mensajes componen libros; los libros, una colección que las familias quieren en una casa de la memoria abierta a los riosuceños. “Necesitamos ese sitio, un centro de memoria colectiva, porque son muchos casos de desaparición acá que no han sido visibilizados”, dice Eyudis. “La esperanza y lo que nos motiva es que, con esos libros, la gente diga: ‘Ay, sí, sería bueno vincularme a esto, que conozcan el caso de mi familiar, que de pronto alguien me pueda ayudar’, que empiecen a ver que es real y es posible”.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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