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enero 7, 2021

Utopías y violencia política: recuerdos de la última amiga upecista


Elizabeth Hurtado y Gloria Vidal siempre creyeron que la revolución sería posible. Su sueño creció con la aparición de la Unión Patriótica y sus primeros éxitos electorales, pero la violencia política asesinó o desapareció uno a uno a gran parte de sus militantes, incluso a una de ellas.

Una escena común entre 1978 y 1987 era algo así: Elizabeth Hurtado y Gloria Vidal en casa de alguna amiga sintonizando Radio Habana Cuba (RHC), una emisora considerada lavoz de un pueblo en revoluciónSolo ellas. Por momentos recostadas sobre la cama mirando algún punto de la techumbre o bocabajo apoyadas en los codos, los puños sosteniendo la cara, lanzando ideas una mañana, una tarde, una noche; o tal vez de costado, como sirenas, o sentadas en alguna parte de la sala, donde conversan de cuanta ocurrencia les pasa por la cabeza mientras juegan al dominó, atrapadas por un Pablo Milanés que se toma el dial de la RHC y dice en voz baja “Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada. Y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes”.

Y ellas tararean mientras la una busca seguir la secuencia del juego con un doble tres o un doble seis, mientras la otra manifiesta que le gustaría tocar guitarra, que el fin de semana hay una peña artística, que podrían ir. Milanés le da paso a Mercedes Sosa que canta “Tantas veces me mataron. Tantas veces me morí. Sin embargo estoy aquí resucitando. Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal, porque me mató tan mal. Y seguí cantando”.Y aparecen los sueños: tal vez Elizabeth o Gloria podrían ser diputadas o seguro alcaldesas o concejalas. Aunque quizás, antes de asumir esa responsabilidad preferirían primero viajar a dedo por el país. Tal vez a la Costa Caribe o Pacífica. Pero ellas presienten que la revolución está punto de lograrse y hay que salir a las calles, ir al partido para apoyar, para luchar. Y llega a la cabeza de alguna el verso de Neruda: “Por eso desde lejos te he traído una copa del vino de mi patria: es la sangre de un pueblo subterráneo, que llega de la sombra a tu garganta”.

***

Las palomas blancas comenzaron a aparecer en los colegios, en las calles, en murales. Era el símbolo de la paz que revoloteaba por el país después de que el presidente de Colombia, Belisario Betancur Cuartas, firmó el 28 marzo de 1984 con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) el Acuerdo de la Uribe (Meta), con el que anhelaba dar inicio a la pacificación del país. Catorce meses después, el 28 mayo de 1985, se creó la Unión Patriótica (UP) como un mecanismo de participación política donde tendrían cabida los guerrilleros que se acogieran al proceso y aquellas fuerzas de izquierda, sindicales o partidos políticos afines a esta propuesta.

Desde que estudiaba en el colegio, Gloria ya tenía la idea de que en el país se necesitaba justicia social y en su cabeza estaban frescas las historias de la revolución cubana que habían logrado los legendarios ‘Barbudos de Sierra Maestra’. Así que no dudó en unirse a la UP junto a su amiga. Fue una idea más en la que coincidieron, porque Gloria y Elizabeth coincidirían muchas veces.

La de ellas parecía una amistad predestinada. Se encontraron por primera vez una tarde de 1978 al llegar a la casa de una compañera de colegio, tal vez tenían 16 o 17 años. Allí, solo el saludo, la presentación fría y tímida de protocolo. Otro día se volvieron a encontrar, un saludo distante; después fue igual, nuevamente en casa de alguna compañera común para hacer la tarea. Al año siguiente Gloria ingresó al Sena para tomar un curso en administración, así que comenzó a viajar desde el centro de la ciudad hacia el norte, donde quedaba la sede. En ese vaivén de personas en los corredores, en los salones, una mujer: tez canela suave, ojos brillantes y dormilones, de sonrisa constante y una altura que sobrepasaba por poco el metro y medio: Elizabeth. No lo consideraron una casualidad porque ya sabían que a esas alturas esa palabra no podía existir entre ellas. Aquel día conversaron con más confianza, compartieron la experiencia de los cursos, se hicieron recomendaciones. Y con el paso de los días se convirtieron en compañía cotidiana durante el viaje de 25 minutos que tardaba el bus en hacer el recorrido hasta el Sena. También disfrutaban con las amigas aquellas tardes o noches donde aparecía la RHC con canciones y con los discursos del comandante Fidel. Los encuentros se hicieron más frecuentes para compartir gustos: salir a bailar, jugar básquet, escuchar a Serrat y a Milanés, leer a Neruda y a Benedetti, y luego se darían cuenta de que el mismo signo las presidía: capricornio.

En 1980 ingresaron juntas a la Universidad del Cauca para estudiar literatura, pero se pasaron para filosofía porque no les gustaban los libros que las ponían a leer. Andaban juntas de arriba para abajo por las calles de Popayán.

─Vamos para la Juventud Comunista─ le propuso Elizabeth a Gloria, quien no tuvo argumentos para negarse.

Llegaron las reuniones y los grupos de estudio, el pensamiento de Marx y Lenin, el trabajo en las calles, los canelazos. Un día, después del terremoto del 31 de marzo de 1983, Elizabeth le dijo a Gloria que fueran a visitar a una militante del PCC que había llegado desde Bogotá: Ana Elsa Rojas Rey, una joven cuyo liderazgo ya se destacaba dentro del Partido Comunista y con la cual construirían una amistad de resistencia durante los siguientes 37 años en el Cauca.

“Qué bueno que ustedes están interesadas en luchar por la patria”, les decía, mientras les hablaba de mujeres como la literata, líder social y política, María de los Ángeles Cano Márquez, que entre 1920 y 1940 emprendió luchas a favor de las personas más desfavorecidas, asegura Magdala Velásquez Toro en la reseña ‘María Cano. Pionera y agitadora social de los años 20’.Ana Elsa también les mencionaba a Yira Castro, quien fue colaboradora del Semanario Voz, educadora, dirigente del Partido Comunista Colombiano, entre otras actividades y cargos, hasta su fallecimiento el 9 de julio 1981, según lo reseñó Manuel Cepeda Vargas en el libro ‘Yira Castro: mi bandera es la alegría’.

* * *

Después del anuncio de la creación de la Unión Patriótica, Gloria pensó que la transformación social y política del país sería posible. Así que junto a Elizabeth apoyaron las actividades de la UP en el Cauca. Y, como la intención del nuevo partido político era participar en los comicios regionales de marzo y en las presidenciales de mayo de 1986, comenzaron sus labores para la campaña. “Creíamos que la toma del poder sería posible”, recuerda Gloria.

Comenzaron las correrías por los barrios de la ciudad, por los asentamientos surgidos después del terremoto de 1983. También viajaron a veredas, corregimientos y municipios del Cauca para regar la voz de que Colombia tendría un mejor destino si todos quienes las escuchaban se integraban al proceso de democratización integral, político, social y económico que tenía la UP. Si debían ir al Naya, al noroccidente del departamento del Cauca, allá estaban. Si debían viajar hasta el corregimiento de Huisitó, al occidente en el municipio de El Tambo, no tenían reparo en hacerlo y realizar actividades para convocar a las personas. Viajaron a San Sebastián, Balboa, Santander de Quilichao, Bolívar, Argelia, Corinto y en cada lugar se contagiaron de entusiasmo.

Ellas y otras tantas mujeres upecistas buscaban los espacios para las reuniones, convocaban a los simpatizantes, militantes o curiosos para que se sumaran a la idea. Repartían volantes, andaban con pancartas, cargaban afiches del candidato presidencial Jaime Pardo Leal para empapelar la ciudad y posicionarlo como la opción que el país necesitaba. En algunas ocasiones también iban a las plazas de mercado, a los parques para vender el Semanario Voz como una tarea de propagación de sus ideales; hacían brigadas de salud en los barrios, campeonatos de fútbol.

“Vamos a la reunión porque habrá cambio, amigo, vecino”: Elizabeth y Gloria trataban de convencer a las personas para que votaran por sus candidatos. “Los diálogos de paz nos traen la paz”, resaltando lo obvio intentaban concienciar a la mayor cantidad de gente posible.

Un día de abril de 1986, en la plaza de mercado del municipio de Piendamó, Gloria empuñó el micrófono frente a decenas de asistentes y pronunció un discurso para convocar el apoyo de los presentes a su partido. Al bajar de la tarima ya había gente preguntando cómo afiliarse, palabras de felicitaciones, apretones de mano. Todo un sueño. Incluso, días después le seguían llegando hasta su casa cartas de agradecimiento, flores y mensajes por el discurso que había pronunciado.

Cuando había una pausa en medio de la agitación sintonizaban la RHC para inspirarse con la nueva trova cubana y soñar con que serían líderes políticas destacadas de la región.

─Mi mamá se parece a Mercedes Sosa─ le confesó Elizabeth a Gloria.

─Escúchala─ le recomendó.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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