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octubre 26, 2020

“La literatura testimonial es una forma de construir verdad”: Viridiana Molinares


La escritora y profesora Viridiana Molinares Hassan reflexiona sobre la violencia que ejercieron los actores armados, y secundó la sociedad civil del Caribe colombiano, contra la población LGBT. Ahonda en los impactos de la literatura testimonial.

En 2010 tomé un curso sobre filosofía del mal y memoria, e hice un máster en Literatura. En ambos espacios aprendí que la literatura testimonial es una forma no oficial de construcción de verdad y memoria que algunas víctimas utilizan para intentar comprender lo que les ha sucedido y dejar un testimonio escrito de su experiencia para enfrentar el olvido colectivo.

A su vez, la literatura testimonial es un valioso instrumento de debate sobre acontecimientos relevantes de la historia, y causa impacto en los lectores que, ante las particularidades de los relatos, pueden llegar a analizar “lo que el hombre ha sido capaz de hacer con el hombre”, como escribió Primo Levi, el escritor judío, sobreviviente a los campos de concentración y exterminio nazis, en su novela testimonial Si esto es un hombre, publicada después de la guerra, y considerada uno de los textos que abrió un espacio para la construcción de verdad y memoria social a través de la literatura.

Con base en esa experiencia, y motivada por el inicio de los diálogos de paz con las FARC, en 2014 empecé una investigación para narrar en forma de relatos testimoniales la manera como los paramilitares infringieron violencia sexual contra lesbianas, gais y travestis, como parte de un proyecto político moralizante, y para afianzar su poder en el territorio de la región Caribe, caracterizada por la homofobia y la transfobia, y encerrada en una dicotomía que aún no termina de explicarse: por un lado, en esta región se exhibe el cuerpo en su desnudez, mucho más que en otras regiones del país; pero por el otro, en el cuerpo se castigan las identidades diversas que se revelan, precisamente, a través de sus formas.

Con la investigación concluí que no solo los paramilitares recurrieron a la violencia sexual para “disciplinar cuerpos desviados” de la heteronormatividad, sino que la guerrilla, la fuerza pública y autoridades de gobierno y la sociedad civil también desconocieron y agredieron a la población LGBTI. La violencia sobre esa población, en esa región, era parte de un proceso de naturalización y normalización que debía cambiar.

Los relatos derivados de la investigación, como muchos otros que hoy circulan en nuestro país, representan una forma no oficial de construcción de verdad y memoria. Pueden incomodar a algunos, porque mostrar lo que se ha ocultado, lo que se quiere olvidar, lo que no se quiere incluir en la verdad, molesta. La forma literaria como se presentan les da un carácter singular; los dota de significados que escapan al Derecho –aunque en la construcción de verdad y memoria se reconozcan al mismo nivel que otras formas, como declaraciones institucionales y decisiones judiciales–, y por eso pueden generar cambios.

Después de la lectura de esos relatos en la Universidad del Norte, donde trabajo, y en otros espacios del país en los que los he socializado, vi a muchos jóvenes tomado como suyas preguntas que en ellos se formularon las víctimas: ¿por qué ante una denuncia por violación la respuesta de la Policía es que a los gais les gusta que los violen? ¿Por qué en la Biblia solo se habla de hombres y mujeres? ¿Por qué hay tabúes alrededor del amor entre cuerpos diversos? ¿Por qué en la región Caribe se ridiculiza el travestismo y se oculta el lesbianismo? ¿Por qué se paga con violencia sexual por vivir desde la diversidad?

La forma como se cuente la verdad para construir memoria en nuestro país tiene el gran reto de seducir a una población habituada y cansada de historias sobre un conflicto en el que han vivido siempre. Por esa razón, es importante “contar” de varias formas lo que aquí ha sucedido, atendiendo a las particularidades del conflicto en las regiones e incluyendo voces que hasta ahora empiezan a escucharse por el silencio al que fueron sometidas.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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