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julio 1, 2020

Las arhuacas también vivieron violencia sexual por parte de militares


En el informe “Voces de la Madre Tierra”, las mujeres de este pueblo indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta hablan sobre la violencia continua que han vivido desde la colonización por parte de los actores armados en el conflicto. Dunen Muelas, abogada arhuaca, comenta sobre esta historia de violencia y resistencia femenina indígena.

En el pueblo arhuaco, uno de los cuatro pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, las niñas tienen una conexión profunda con la Madre Tierra. Desde que nacen sus madres hacen rituales de pagamento y usan la placenta para mantener la armonía con la tierra. Los mamos, guías espirituales del pueblo, se comunican con las lagunas y estas les revelan el nombre de los niños y las niñas nacidas. A los tres años las niñas ya empiezan a tejer. Así garantizan la pervivencia de su cultura. Sin embargo, el camino de las niñas arhuacas se ha visto muchas veces truncado por la violencia. Primero fue la colonización, cuando las misiones capuchinas a finales del siglo XIX entraron a su territorio a evangelizarlas, se las llevaron a orfelinatos y las obligaron a no tejer o no hablar su lengua. Luego cuando el conflicto armado se quiso apropiar de su entorno y causó daños físicos, sexuales, culturales y espirituales en ellas y su comunidad. Y fueron todos: guerrillas, militares y paramilitares quienes, basados en prejuicios racistas sobre las mujeres indígenas, las violentaron. Aun así, ellas resistieron.

Sin embargo, los impactos han sido profundos. Al igual que en los casos conocidos recientemente sobre violencia sexual por parte de siete militares a una niña indígena embera chamí en Risaralda, y otro a una niña de 15 años indígena nukak en Guaviare, las arhuacas no se salvaron de estos hechos. A través del enamoramiento o el abuso, miembros del Ejército que hacían presencia en sus territorios se aprovecharon de su poder para violentarlas, partiendo de estereotipos racistas sobre las mujeres indígenas. Esto no es nuevo, de hecho, la Fiscalía dijo que tenía, en etapa de juicio, 40 casos de violencia sexual contra menores de edad indígenas, y nueve más en etapa de investigación. Dunen Kaneybia Muelas, abogada arhuaca y joven investigadora de la Escuela Intercultural de Diplomacia Indígena (EIDI), dice que, además, no han encontrado justicia cuando han llevado los casos por fuera de su justicia propia.

Esto se menciona en el informe “Voces de la Madre Tierra: Zaku Seynekun Zun Nokwuzanamu”, un ejercicio de verdad y memoria del pueblo arhuaco, de la mano de la EIDI de la Universidad del Rosario, que llevan un trabajo conjunto desde hace 10 años. Este documento, que será entregado a la Comisión de la Verdad el próximo 9 de julio, resalta también prácticas de resistencia como el tejido, la partería, el saneamiento del territorio y la femiología de las ancestras. Hablamos con Dunen Muelas sobre la violencia vivida por las mujeres arhuacas.

¿Cómo se ha ejercido violencia contra mujeres y niñas arhuacas?

Además de la violencia sexual hay otros tipos de violencias que se desencadenan con el solo hecho de que lleguen a los territorios. Esto representa una desarmonía de la Madre Tierra, y en esa medida todo eso causa que haya ese irrespeto y violencia contra las niñas y las mujeres. Es la violencia sexual una de ellas, por eso es necesario avanzar en una documentación concertada con las mujeres indígenas sobre esto que han vivido, cómo lo han sentido y cuáles han sido las causas. El informe que se entrega es un primer acercamiento, un trabajo de 10 años, pero se queda corto ante la realidad cruda que están viviendo en las comunidades.

¿En el pueblo arhuaco también se han presentado casos de violencia sexual por parte de la Fuerza Pública?

Sí, hay casos.

¿Han sido llevados a la justicia ordinaria?

Se ha intentado, pero no prosperan las denuncias. No hay representación y faltan condiciones como fortalecer la jurisdicción especial indígena y que haya mecanismos de coordinación entre la justicia propia y la justicia no indígena, y que en esa articulación las mujeres tengan un lugar muy importante. Se necesita que haya protocolos interculturales. Pasa algo tan básico que a veces parece mentira: muchas mujeres no hablan español y cuando se acercan a una comisaría de familia o quieren iniciar un proceso, no es posible porque el funcionario que atiende no maneja su idioma y desconoce su pueblo. Hay que mirar la formación de los funcionarios que atienden.

¿En qué contexto suceden los casos de violencia sexual?

En algunos momentos se ha utilizado el enamoramiento por parte de los actores armados, y no solo en el marco de la guerra. Cuando uno revisa la situación de mujeres indígenas que están en trabajo doméstico porque tuvieron que migrar, también se enfrentan a muchas violencias invisibilizadas. Esto también está cruzado por la idea de que la mujer indígena es fácil, es cualquiera, es “bruta” y en esa medida quieren utilizar sus cuerpos. Esto es algo que el conflicto reforzó, pero que tiene que ver con la colonización.

Ustedes son claras en decir que la violencia no comenzó con el conflicto armado.

Sí, sería un análisis sesgado. En las mismas narrativas de las mujeres arhuacas está lo que significó el paso de la Misión capuchina en la Sierra Nevada de Santa Marta. Esto lo que quiere decir es que muchas de las mujeres que fueron víctimas del conflicto también sufrieron antes. Las apartaron siendo niñas para llevarlas a la Misión. Las obligaban a no tejer y a no hablar su lengua. Este es un entramado de violencias que no ha cesado. Este es el interés del informe: cómo la violencia está de forma permanente, pero a la vez las mujeres siguen resistiendo con sus conocimientos ancestrales.

En los 90 ocurrió la incursión paramilitar. ¿Qué le pasó al pueblo?

La Sierra Nevada de Santa Marta es un lugar muy estratégico para los actores de la guerra. Durante mucho tiempo la guerrilla de las Farc quiso hacer presencia y luego llegaron los paramilitares. Entonces acusaban a los indígenas de estar con uno y con otro, y en medio de esto se ocasionaron muchas muertes, acusaciones, humillaciones… Y en diferentes comunidades, sobre todo las que trabajamos en el informe, las violencias a las que se sometían a las mujeres eran terribles. Por ejemplo, esto no permitía el tránsito de la comunidad a las fincas donde tienen los cultivos de pancoger, ni se podía ejercer de forma permanente los tributos a la naturaleza, sino que también requería por parte de la comunidad indígena una organización para que se pudieran hacer los pagamentos. Fue por la presencia de estos dos actores y del Ejército. Hablamos de, en 1991, el asesinato de tres líderes del pueblo arhuaco, y esta serie de cuestiones generan una ingobernabilidad, que hablamos de que es un daño que se produce en nuestro pueblo.

En el período del régimen paramilitar, en el que sucede el impacto a los pueblos talanqueras (por fuera del resguardo) y a líderes, ¿qué les sucedió a las mujeres y niñas?

Hay muchos casos de violaciones. Mucho miedo a movilizarse dentro del territorio y esto en el informe lo trabajamos como una violencia espiritual contra las mujeres indígenas, porque el hecho de que no puedan acceder ni tener los medios para realizar sus pagamentos, que son fundamentales, esto también desencadena una serie de violencias que no les permiten vivir de forma digna. Eso fue lo que identificamos en los testimonios de las mujeres: “No podemos salir de nuestras casas, nacen nuestros hijos y necesitamos hacer rituales con la placenta, pero no los podemos hacer porque los paramilitares nos dicen que no nos podemos mover”. Esto sin contar esos casos exacerbados de violaciones y vulneraciones a niñas.

¿Qué sucedió en el período antes del ingreso paramilitar, cuando las Farc hacían mucha presencia en el territorio?

Hay muchos casos de reclutamiento de niños y niñas, mujeres que se iban a la guerrilla, y alrededor de esto también hay un gran silencio. Creo que la misma falta de reconocimiento de nuestros saberes conllevó a una desvalorización y, en esa medida, a la aniquilación, en particular en las mujeres. Cómo la guerra también es un escenario de continuum de las violencias en la que no hay más posibilidades para las niñas y niños.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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