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mayo 4, 2020

Violencia «intragénero» otro troyano del patriarcado


El Ministerio de Igualdad ha publicado una Guía de recursos para hacer frente a la exclusión y a discriminaciones por orientación sexual e identidad de género durante la crisis por COVID-19 .

En  primer lugar, sorprende que la mayoría del contenido de la guía sea simplemente un resumen del paquete de medidas sociales previstas para paliar la situación de crisis económica que afectará a la clase trabajadora. Cierto es que es posible que algunas personas discriminadas por su opción sexual puedan tener una situación especialmente difícil a la hora de encontrar trabajo o mantener el que ya tengan. Sin embargo, no hay propuestas específicas al respecto; sólo un recordatorio de las medidas previstas para la clase obrera en su conjunto. Siendo así, esa parte de la guía resulta perfectamente inútil.

A las personas discriminadas por su orientación sexual en su entorno familiar se les anima a buscar apoyo telemático contactando con asociaciones de defensa del colectivo LGTB. Me parece apropiado, urgente y necesario. Por desgracia existen entorno en los que el silencio y el miedo impera y una absoluta falta de libertad de expresión sobre los propios sentimientos atenaza a muchas personas sumiéndolas en un sufrimiento emocional injustificable e inaceptable. Pero, a renglón seguido, exactamente a renglón seguido, se espeta lo siguiente: “Si te encuentras en una situación de síndrome de abstinencia puedes encontrar con los servicios de atención telefónica o telemática del que disponen numerosas asociaciones LGTBI.” (p.23). ¿Por qué estas asociaciones deben hacerse cargo de personas con problemas de adicciones, independientemente de la preferencia afectivo-sexual de las mismas? ¿Por qué se vincula un problema médico a una preferencia afectiva? ¿Por qué se vincula un síndrome de abstinencia a personas homosexuales, bisexuales o transexuales? ¿No es profundamente ofensivo? ¿No es una mezcla injustificada de dos realidades que no tienen nada que ver? ¿Qué unión existe entre un síndrome de abstinencia con las opciones afectivas de un ser humano? ¿Por qué esa mezcla atávica que recuerda a tiempos lamentables de derechos cercenados y prejuicios éticamente inasumibles?

Avanzando la guía, aparece la siguiente pregunta: “¿Eres una mujer trans en situación de trata, explotación sexual o en contexto de prostitución?” A continuación, se explica que muchas mujeres trans son víctimas de trata. Y es cierto: muchas mujeres transexuales lo son. Es inadmisible que la mayoría se vean abocadas a la prostitución. Ni ellas ni ningún otro ser humano deben verse privadas de una respuesta del Estado que vele por sus derechos y condene con firmeza a quien las trafique u obligue a prostituirse. Por supuesto, remover todas las circunstancias que lleven a cualquier persona a prostituirse (siempre es por necesidad) es inexcusable. Pero, ya que esto se propone en una guía para el colectivo LGTBI, ¿acaso las mujeres bisexuales o lesbianas están exentas de ser víctimas de trata o de vivir una situación económica que las obligue a prostituirse? Mejor dicho: ¿tiene algún sentido dividir a las mujeres en situación de prostitución entre lesbianas, bisexuales o heterosexuales? Para liberarlas a todas de semejante sumisión patriarcal sólo hay un camino. El camino que el Ministerio de Igualdad les niega: la abolición de la prostitución. Una vez más, hay un claro deseo de distraerse en lo secundario para dejar intacta la raíz de la opresión.

Mucho más inquietante es lo que viene a continuación. En la página 46 y siguientes nos encontramos con un concepto que me preocupa profundamente. El concepto de “violencia intragénero”. Queda definida así: “Se denomina violencia intragénero a aquella que, en sus diferentes formas, se produce en el seno de las relaciones afectivas y sexuales entre personas del mismo sexo.”(p.46). Aunque a continuación se aclara que no es violencia de género y que su tipificación atiende al concepto de violencia doméstica, el término “violencia intragénero” es profundamente desafortunado. Lo es porque denota un pleno y absoluto desconocimiento de la teoría feminista, de la violencia de género, sus causas y su conceptualización y de la carga semántica que la propia palabra género alberga. Contenido que el actual Ministerio de Igualdad, como ya demostró en el Anteproyecto de Ley de Libertades Sexuales, no sólo no maneja con exactitud sino que le es profundamente ajeno. Lo que no tengo tan claro es que esa ignorancia sea inocente o más bien interesada.

La teoría feminista entiende que sobre el sexo biológico de los seres humanos (que los subdivide material y naturalmente en machos o hembras de la especie), el sistema patriarcal ha impuesto una jerarquía ilegítima e injustificable, tanto desde el punto de vista natural como desde el punto de vista legal, ético, político, económico, cultural, etc. El género, pues, es un sistema de opresión. El género es su expresión misma. Es el conjunto de estereotipos, normas, comportamientos, exigencias y restricciones que el patriarcado he ideado para cada sexo, privilegiando a los hombres y dominando a las mujeres. El género es el patriarcado mismo. Es herramienta y conceptualización de la jerarquía y la desigualdad sexual. De ahí, que la expresión violencia de género se aplique a aquella que, en sus variadas formas, los hombres ejercen contra las mujeres por el hecho mismo de que ellos como grupo pertenecen al grupo opresor y beneficiado por el sistema patriarcal y las mujeres al grupo oprimido. (Evidentemente, que uno, como sujeto individual, pertenezca al grupo opresor no implica adecuarse y asumir la exigencia patriarcal del mismo modo que yo, mujer blanca, hago lo posible por no participar del sistema de prejuicios del racismo ni, por supuesto, ejerzo violencia de ningún tipo contra las personas de otras etnias).

Siendo, por tanto, el género la razón de ser del sistema de dominación más férreo que ha existido y se perpetúa en todo tiempo y lugar, debe abolirse y, siguiendo a Amorós, conceptualizarse bien para politizar bien, es decir, en este caso: comprenderlo para erradicarlo.

En una pareja homosexual, esté compuesta por dos hombres o por dos mujeres, pueden existir, en efecto, situaciones de violencia física o verbal; puede haber una intromisión de una de las partes en la libertad de acción o en la intimidad de la otra persona; puede haber un trato degradante. Y, por supuesto, debe ser (y de hecho ya lo está) tipificado y perseguido como violencia doméstica. Pero, en ningún caso es posible considerarlo como violencia intragénero. La violencia ejercida dentro de una pareja homosexual no está respaldada ni generada por el sistema patriarcal, no se explica ni encuentra su causa en el género impuesto a cada persona que forma la pareja y que la sufre o la ejerce.

Hablar de violencia intragénero para referirse a los casos de violencia doméstica en el seno de una pareja del mismo sexo es un error conceptual de una envergadura sobresaliente. No sólo porque no tenga sustento teórico ni argumentativo sino porque debilita la correcta comprensión de las causas de la violencia de género, que absolutamente nada tienen que ver con las de la violencia doméstica, sea esta entre parejas del mismo sexo, hermanos, primas, cuñados o amistades que compartan piso, por ejemplo. La violencia de género es hija del sistema de dominación patriarcal y por tanto sólo es y puede ser la ejercida por parte de un hombre a una mujer por el hecho mismo de ser mujer.

Pero, lo que es más importante es que si el género aporta un rendimiento conceptual estimable es porque señala y engloba en su significado con precisión y exactitud la jerarquía que el sistema de dominación patriarcal ha impuesto sobre los sexos de un modo radical. Sólo las mujeres pueden sufrir violencia de género. La violencia que se ejerza entre personas pertenecientes (ambas) al grupo opresor o la que se ejerza entre personas pertenecientes (ambas) al grupo oprimido, por supuesto, existe. Existe y es lamentable y digna de ser y continuar penada pero no pertenece al marco teórico-explicativo de la violencia de género, tampoco matizándola de forma simplista y arbitraria como violencia intragénero.

Si no es claro, analicémoslo acudiendo a otro sistema de dominación: ¿Qué sentido, rendimiento teórico-explicativo o capacidad de resolución pragmática tendría hablar de “violencia intrarracial”? Absolutamente ninguno. Por supuesto, existe, y mucha, violencia entre personas de la misma etnia, pero será absurdo poner el foco en la coincidencia de que pertenecen a la misma etnia ya que no hay ningún sistema de dominación que entre los pares de la misma etnia exija la violencia de una parte de estos y la sumisión arbitraria de la otra (salvo, precisamente, por cuestión de sexo, pero entonces la pertenencia a la misma etnia volvería a ser irrelevante).

Lo lamentable, lo profundamente lamentable, no es que la presencia del concepto “violencia intragénero” sea poco explicativo, dudosamente acertado o desafortunado. Siendo todo eso, tiene una profunda capacidad para hacernos involucionar en la lucha contra la violencia sobre las mujeres por el mismo hecho de ser mujeres.

Las feministas no tenemos otra herramienta que no sea el cultivo exigente y esforzado de una conceptualización adecuada. Sin capacidad analítica, remover el sistema de dominación patriarcal se antojará utópico. Nos hemos (o nuestras predecesoras nos han) pertrechado de buena capacidad de análisis y de herramientas de traducción inmediata de esas reflexiones y conclusiones en acciones directas que debiliten el sistema de opresión. Si todos los conceptos que hemos ido ordenando, conceptualizando y estableciendo como cimiento para una aplicación práctica que abola las cadenas que oprimen a nuestro sexo son, de repente, manoseados, mezclados, simplificados y tratados de cualquier forma, sin escrupulosidad teórica ni buena aplicación política, todo, los tres siglos con sus trescientos años uno después del otro, habrán sido filfa.

Ninguna  estamos dispuestas a ello. Decir que existe violencia intragénero es decir que existen tantas posibilidades de violencia en tantos y diversos géneros que todas las personas, independientemente de la posición de opresoras u oprimidas que realmente ocupen, pueden ser víctimas o verdugos y que el género no es opresión ni raíz de violencia sino una etiqueta más en cada ser humano.

¿No aplaudirían con emoción los Espinosas de los Monteros, los Abascales, los Ortegas  a quien defienda que la misma violencia puede darse entre personas del mismo o del distinto género (impuesto) y que con género, al final, no mencionamos un sistema de dominación sino una pluralidad de la especie humana neutra e insignificante a la hora de subrayar el ejercicio de la opresión?

Al final, (yo la primera) sólo tenemos un camino para desempeñar nuestra tarea (cada uno/a la que le toque) con dignidad: evitar el adanismo. Ponerse a escuchar a quien sabe y sumar a lo ya aclarado. No revolver, y para mal, lo ya resuelto.

FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA


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