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mayo 4, 2020

Mary Luz López, la activista de las mujeres explotadas sexualmente desaparecidas


Fue víctima del conflicto armado: la reclutaron, la violentaron y le desaparecieron a su esposo. Dice que la escritura la ha dignificado y la impulsó a trabajar por sus compañeras “que hoy nadie recuerda”. Espera que la justicia transicional esclarezca qué sucedió con ellas.

Contarle la vida a una desconocida por celular no estaba dentro de los planes de Mary Luz López. “La pandemia no nos deja otra opción”, le digo. Ella, después de un suspiro de resignación, responde: “Hagámosle”. Le interesa que la gente conozca su historia. Que en Colombia se sepa cómo la guerra quedó inscrita en el cuerpo de decenas de mujeres que, como ella, vivieron la violencia y esclavitud sexual, la prostitución, el desplazamiento y el reclutamiento. Pero también, para esta escritora, es igual de importante relatar cómo se pasa la página del conflicto y la desigualdad. Y que después esas memorias sean útiles para dignificar a quienes no sobrevivieron, para armar el rompecabezas de la paz, para reclamar una justicia que hoy sigue distante.  

Nació en el municipio de Nariño (Antioquia) y muy pequeña, junto a su mamá, dejó su tierra. Se desplazaron por la violencia intrafamiliar. Su madre se cansó de los golpes de su esposo y arrancó con sus niños hacia la Comuna 8 de Medellín, donde vive hoy. Aunque parecía que ese hecho la alejaría de la violencia de género, fue tan solo el primero de una larga lista.

“Llegamos a una casita de madera que tenía muchos huecos, pero mamá hacía una cosa de maicena con agua y cubría las paredes con el periódico para así aislarnos del frío. Yo era muy chismosa y cuando empecé a leer, practicaba leyendo las paredes de mi casa. No veía la hora de que mi mamá cambiara las paredes improvisadas para leer otras cosas. Ese era el único acceso que tenía a la lectura. Bueno, y las casas de familia donde trabajaba como empleada doméstica, pero no los podía tocar porque eran de los ricos. Para mí, en ese momento, los libros, eran también de ellos”. Desde entonces, relata Mary Luz, sentía afinidad por las letras, aunque esa verdad tardaría décadas y algunos dolores en llegar.

La estadía en Medellín duró muy poco. Luego volvió al oriente antioqueño, porque la ciudad era invivible. El mundo criminal era un vecino que sólo era separado por una reja endeble. Pensando que todo sería distinto en aquel campo tranquilo que recordaban, decidieron asentarse en La Florida, una vereda en Carmen de Viboral. Sin embargo, allí los grupos armados merodeaban y el hambre era el amo y señor de las tierras que antes eran prósperas. Una vez más se enfrentaron a la violencia: “Allá me llevó un grupo armado ilegal. Tenía 14 años. Me llevaron en medio de una reunión a la que fue gente, pensando que ellos eran los salvadores”, rememora Mary Luz. 

Esta mujer rubia, alta y de facciones finas dice que en esa experiencia se sintió “como un inodoro”. Un comandante de escuadra y un integrante raso abusaron sexualmente de ella. Les pedía a sus agresores salir de ese lugar para abrazar a su mamá. Uno de ellos le dijo que lo haría, no sin antes aprovecharse varias veces más. Hoy prefiere no nombrar el grupo armado ni los responsables, aunque su caso está siendo investigado. Ha sido una de las pocas mujeres que han denunciado ese agresor y por eso teme de las represalias. 

En el grupo armado duró tres meses: “La gente de adentro notó lo que pasaba conmigo. Me dieron $ 5.000. Me dijeron que era difícil ajusticiar a un compañero, así que me sacaron. Y me pidieron que no abriera la boca, porque ellos sabían dónde vivía mi familia”. Mary Luz pensó que en el camino le iban a disparar. Sólo supo que estaba a salvo cuando se montó en una tractomula en la vía Medellín-Bogotá. Después de horas y horas de andar, llegó a su casa y su mamá casi se desmaya del susto: “Pensaba que yo estaba muerta. Cuando se dio cuenta que no, fue una alegría enorme”. 

La alegría duró poco. La comunidad de la vereda le pidió que se fuera, porque otro grupo armado estaba en la zona y sabía que ella “era del otro bando”. Una vez más, agarró la ropa que le regalaron y volvió a Medellín, a esa ciudad hostil que ya la había expulsado una vez:  “Llegué a la famosa Comuna 13 con 15 años. Ahí tenía un conocido de la vereda. Él me dio posada en la casa. Luego terminamos juntos. Es el papá de mis hijos. Yo hoy pienso que solté los muñecos de plástico, cogí el fusil y cogí los muñecos de carne, mis niños“. 

La prostitución en la guerra

El papá de sus hijos era un maltratador. No respondió nunca por ellos y terminó preso por ladrón, así que ella asumió las riendas del hogar a los 20 años. Al principio trabajó en una cafetería, pero la remuneración era baja y sólo la llamaban una vez a la semana. El hambre y el desespero la llevaron a la prostitución. Cuando Mary Luz explica cómo empezó, lo hace de afán, como queriendo salir de un momento incómodo: “Eso fue muy duro. No te das cuenta cuándo estás adentro. Luego lo dejaba y cuando estaba ahogada volvía. Pero en ese primer momento estuve poco hasta que encontré otra cosa limpiando quebradas con el Instituto Mi Río”. 

Limpiar quebradas le parecía un trabajo digno y bien pago, pero tampoco duró mucho. En esa época— aunque también continúa hoy —la violencia afectaba la Comuna 13 y en medio de una jornada, un grupo de hombres armados encerró a los trabajadores en una cueva: “Eran milicias. Nos quitaron los machetes. Nos amenazaron. Ha sido uno de los momentos más duros que he vivido porque pensé que nos iban a matar. No lo hicieron. Eso sí, nos pidieron que enviáramos un mensaje a los patrones, que terminó devolviéndome a mi muerte, a la prostitución: que no contrataran a nadie de por ahí”. Desde ese momento, Luz Mary asegura que “la guerra la subió a los zapatos de tacón”. 

En la Comuna 13 tuvo que vivir varias operaciones militares que, manifiesta, se hacían con la colaboración de los paramilitares. Señala que la Operación Orión, ocurrida en 2002, fue sólo un pedazo de la historia de terror y dolor que vivieron en esa loma de Medellín: “Recuerdo falsos positivos, niños que asesinaron en un parque y los uniformaron. Recuerdo helicópteros y militares, muchos militares”. 

Estaba tan cansada de la guerra que se fue a Doradal a seguir trabajando en la prostitución. En ese momento comprendió que la guerra no estaba focalizada, todo el país vivía el mismo infierno y al llegar supo que los paramilitares también tenían poder allí: “Usted no sabe cómo manejaban la prostitución ellos”, exhala. 

Mary Luz vio y vivió la violencia de los grupos armados contra las mujeres prostituidas. Muchas compañeras fueron desaparecidas, aún desconoce el número exacto. Recuerda afligida a una mujer cercana con quien trabajó y de un día para otro no se supo nada más de ella. Cuando la buscaron, su cuarto estaba revolcado. Años después ella le escribiría el poema “Te busco” y entendería que la guerra se ensañó contra las mujeres, sobre todo contra ellas, las más vulnerables: 

¿Dónde quedaste peregrina? Parece que recorriste el país entero. No quería ese fin para ti…¿Querías estar acunada en brazos de mamá o seguir entre bambalinas y aplausos nocturnos? Tal vez de la cintura hacia abajo sólo veían un tazón, pero yo en todo el cuerpo veía tu corazón. Te busco en el valor que no te dieron los hombres… Te busco porque es lo correcto, porque me lo exige el alma a todo pulmón. Te busco por todas las mujeres que no tienen voz, por las vidas que han callado para siempre; según los violentos por no tener valor. Te busco porque encontrarte será encontrarme, será encontrarlo, será encontrar paz.

Cuenta que los paramilitares las obligaban a hacerse pruebas médicas y luego ellos las reclamaban. Si alguna mujer tenía un enfermedad grave, como SIDA o VIH, la desaparecían.También eran víctimas de desnudez forzada, violencia sexual, lesiones personales y “la conejeada”, cuando los hombres les pedían un servicio y no les pagaban. “Una vez me obligaron a estar con una compañera. Yo no hacía ese tipo de servicios, pero me amenazaron. Nos metieron en un tanque, nos hicieron bailar a punta de pistola. Ahora puedo contar esto. Durante mucho tiempo me metía debajo de una mesa para narrar estas historias”.

Esos episodios la hacen afirmar con vehemencia que la prostitución no es trabajo, como todos lo llaman: “Los cuerpos de los seres humanos no deben ser comprados, no son mercancía. Yo he estado ahí y lo he llamado “trabajo” para no sentirme mal. Pero eso solo deja un montón de heridas emocionales… ¿sabe por qué me cuesta hablar de esto? porque aún me derrito del dolor, de la vergüenza. Desde que dejé la prostitución soy feliz, soy persona. Antes sólo era una basura”. 

Mary Luz dice que el amor la impulsó a dejar la prostitución. Volvió a Medellín a la Comuna 8 y se enamoró de Andrés. Es el único hombre que nombra: “Esa persona, un campesino humilde, me hizo muy feliz. A pesar de que la familia le decía que no se metiera conmigo, que yo era una “puta”, él se quedó y vivimos felices mucho tiempo. Tuvimos problemas porque ninguno tenía trabajo y el hambre entró por la puerta grande. Nos separamos un tiempo. Después nos seguíamos viendo, hasta el 12 de diciembre de 2008, el día que lo desaparecen“. 

Como miles de personas en el país, nunca supo que pasó. Andrés era mayordomo en fincas de Puerto Valdivia y sólo le dijeron que lo mataron y lo echaron al río Cauca. “Hay muchas preguntas que quedaron al aire — solloza — y nunca pude ir a buscarlo porque nos amenazaron”. Durante años decidió no volver a nombrarlo, pero su cuerpo le recordaba que Andrés le dolía, que su ausencia la enfermó. Aunque intentó volver a la prostitución, no pudo: “Empecé a tener episodios de ansiedad. Pensé que me iba a enloquecer. Ahí fue cuando en 2014 me juré nunca volver a esa explotación, a buscar otras maneras, así me comieran los bancos”.  

La escritura, la salvación

Dejar la prostitución fue una decisión que tomó con el apoyo de una psicóloga que la acompañó cuando declaró, casi diez años después, algunos de los hechos que había vivido: “Ella me ayudó a ocuparme de mí, ella me dijo que escribiera y eso me hizo bien. Escribí mi primer texto llamado “Años perdidos”. Hice varias copias y se los dejé a mis compañeras, aunque en vano. Es muy difícil persuadirlas que dejen la prostitución. Aunque más fácil que una mosca logre salir de una telaraña”. 

Luego escribió, de manera muy intuitiva, un texto sobre la desaparición de Andrés. Lo leyó primero en un encuentro con víctimas. Después se lo encontró en otros espacios donde se buscaban a personas dadas por desaparecidas e incluso supo que sus palabras eran declamadas en entregas dignas

“— Señor mar, majestuoso mar, respóndame por favor, el río me dijo que tú tienes a mi amor.

—¿Quién eres y por qué lo reclamas?

— Yo soy la mujer que más lo amó, y él es el hombre que más me amó, ¿podrías ser tan amable de  devolvérmelo? Es que si tú lo haces, volvería la felicidad a mi vida, volvería a vibrar mi corazón, ya no cuidaría tanto de mis flores, porque él estaría y no envejecería sola, él sería mi compañía.

— Mira, Mary, no te puedo devolver a Andrés. Él está en mis profundidades, y cuando llegó no tenía aliento de vida, él decidió quedarse aquí y yo lo recibí, siempre lo hago, es mi deber

—¡¡No, no!! Lo quiero, ¡dámelo!

— No puedo, Mary, por favor entiende

¿Me puedes hacer un favor señor mar?

— Sí claro, dime.

— Me le das el más profundo de los besos, el abrazo más fuerte que hayas dado, le dices que no se imagina cuánto lo amo y extraño y el día venidero que tú devuelvas a tus muertos, Dios me permitirá vernos, mientras tanto, cuida de él como yo lo haría. Gracias por escucharme y darme noticias de él.

— Tranquila, Mary, cuando gustes ven a mis orillas para que lo sientas cerca. Y ten presente que yo velo por él”. 

Mary Luz entendió rápidamente que sus palabras conmovían a los demás y también la liberaban del peso de la violencia. Que los escritos le devolvían la dignidad que en tantas ocasiones sintió perder. Que por fin, y como pocas veces, los demás se preocupaban por su existencia. Se empapó de información sobre el conflicto armado y las víctimas. Hizo un diplomado en atención psicosocial para trabajar con ellas y desde entonces no ha parado. 

Primero encontró un grupo de mujeres llamado Ave Fénix y juntas crearon El refugio del Fénix: el final de una noche de agonía, un libro de relatos de siete víctimas del conflicto armado que sufrieron y resistieron a diferentes tipos de violencia. Las unió, explica Mary Luz, “la posibilidad de renacer de sus cenizas”. Allí volvió a escribir sobre Andrés: “Derramaría una o mil lágrimas si tuviera una tumba donde llorarte“. 

Ese texto fue solo el inicio, porque después siguió trabajando con la Universidad de Antioquia y el Instituto Capaz en la creación de textos sobre la guerra. Participó, además, en la construcción de informes del Centro Nacional de Memoria Histórica, como Medellín BASTA YA y La guerra inscrita en el cuerpo, este último sobre la violencia sexual en el conflicto armado. 

Sólo cuando se lanzó ese informe, Mary Luz pudo hablar de su vida en la prostitución: “Yo no hablaba de la mujer prostituta, me daba vergüenza. Era fácil reconocer mis violencias en el conflicto armado, pero hablar de ese pasado me costaba. Empecé a contar las historias con una protagonista llamada Samantha. Luego llegó la construcción del informe y solté. Conté lo que viví”.

Hoy en el Museo de, Memoria Paz y Reconciliación, en Bogotá, reposan sus tacones, que le recuerdan su valentía para reconstruir su memoria y la de decenas de mujeres víctimas de violencia sexual. Antes de entregarlos exclamó: “Dicen que los zapatos de cristal solo son para princesas de libros infantiles. les presento los míos, no son de cuentos, son reales, talla 37. Cantidad de veces me los quitaron, me los admiraron, se los intentaron poner. No escogí tener estos zapatos y este oficio. De cierta manera, la guerra me volvió una mujer de cuatro letras. Como yo hay muchas mujeres que esta violencia las ha llevado a prostituirse. Cerrar el corazón y abrir las piernas es muchas veces lo que queda. Hoy me despido que creí que usaría toda la vida, de mis guerreros de cristal”. 

Actualmente, trabaja con el colectivo Putamente Poderosas, que ayuda a las mujeres explotadas sexualmente en la prostitución y a resignificar la palabra “puta”: “Yo lo hago para hablar de las violencias que como mujeres vivimos. No desde el empoderamiento, porque no es un trabajo digno. No hay derechos, no hay reconocimiento. Y puedo asegurar que el 90% de las mujeres que lo vivió está ahí porque le toca, no por una decisión pensada y voluntaria. Pero ellas existen y no puedo juzgarlas por tener otras opciones, sino apoyarlas. Yo sé qué es estar ahí y no contar con nadie que te de un espaldarazo para elegir otros caminos”. 

 Mary Luz trabaja con el colectivo Putamente Poderosas para resignificar el concepto de “puta”.Archivo particular

Mary Luz señala que, si bien a esas actividades les imprime su corazón, su proyecto más importante está con la justicia transicional. Hoy está trabajando arduamente, con otras compañeras e investigadoras, para reunir casos y memorias sobre la victimización de las mujeres prostituidas en el conflicto armado y entregarle esa información a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas y la Comisión de la Verdad: “Yo empecé a hablar de mi marido, pero él impulso para hablar de esas compañeras que hoy nadie recuerda, nadie reclama y a nadie le importan. No quiero que sus historias queden sin repuestas”. 

El año pasado participó en el encuentro de la Comisión llamado Mi cuerpo dice la verdad, con otras víctimas de violencia sexual, y en otros espacios de procesos de búsqueda. Ha sido guía para quienes buscan esclarecer qué sucedió y por qué. Sin embargo, por la pandemia, sus reuniones con estas entidades están postergadas, pero eso no detiene su compromiso de reivindicar a sus compañeras y encontrar a su esposo. 

Su voz se une a la de decenas de mujeres y organizaciones, quienes le han reclamado a la JEP, desde su creación, que se abra un macrocaso para investigar los delitos de violencia sexual. Los estudios sobre los efectos del conflicto armado han demostrado una verdad ineludible: el paso de la guerra por el territorio causó afectaciones particulares y diferenciadas en las mujeres en relación con aquellas sufridas por los hombres. Tanto Mary Luz como las demás quieren que el país conozca sus historias y esas victimizaciones. 

Por ahora sigue en Medellín y abre las puertas de su casa para enseñarles a los niños y niñas de su comuna a escribir y a leer: “No quiero que terminen como los de aquí, metidos en malos pasos. Con ellos quiero empezar el cambio”. Eso le ha traído problemas, amenazas y hostigamientos. Aún así, seguirá con su liderazgo y con su proyecto de escritura, que inició con su primera publicación “Alzo mi voz“, en el que narra con más detalle sus historias y decisiones. Ahora su fe está puesta en que crezca: “Estoy escribiendo mi novela autobiográfica. confío en que lo que escribo es honesto, potente. Y quizá yo no sé de prosa, soneto, versos, pero sí de la vida. Y para eso no se necesita estudio, sólo vivirla”.  

FUENTE: EL ESPECTADOR


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