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abril 27, 2020

La violencia en Buenavista (Bolívar) desde los ojos de una profesora de primaria


Fanny Cruz llegó hace tres años a este corregimiento, ubicado en el municipio de Santa Rosa del Sur en Bolívar, para trabajar como profesora de primaria de manera provisional. Nunca le había tocado enfrentarse al temor de las bombas y las balaceras hasta que llegó hasta ese lugar. Tuvo que separarse de sus hijos para protegerlos y en su relato recoge la angustia de los habitantes de este pueblo, en el que los niños ya juegan a la guerra.

“Aquella noche del sábado 28 de enero de 2018 un sonido muy fuerte terminó despertándonos del sueño más profundo. Estaba todo oscuro, afortunadamente mis hijos dormían en la misma habitación. Los buscaba desesperada con mis manos y me dijeron: ¿Qué pasó? No sabía qué responder hasta que la otra docente que comparte la casa golpeó la puerta y preguntó si estaba bien. Le dije: ¿Qué pasó, profesora? ¡Ella estaba muy asustada y gritó que en la estación había pasado algo! La mente de los seres humanos siempre piensa o se imagina lo peor. Me imaginé tremenda película. Corrimos al baño llorando del susto.

Esa noche aparte de fría, era tenebrosa y oscura. Recuerdo los gritos desgarradores de una mujer: ¡Ayúdenme! Luego el llanto de niños, unos disparos y sin darnos cuenta después de un año de vivir en este corregimiento donde abundaba la tranquilidad estábamos en medio de una guerra, que ni mis hijos, ni yo entendemos. En febrero de 2017, la Secretaría de Educación de Bolívar me dio la oportunidad de ser docente de primaria en provisionalidad en el municipio de Santa Rosa del Sur, en el corregimiento de Buenavista. Mi familia jamás imaginó que venía a presenciar la lucha entre hermanos colombianos, de haberlo sabido no me hubiesen dejado venir.

Nunca habíamos estado en una situación similar: el sonido fuerte de los aviones, helicópteros, luces de béngala. Nadie durmió esa noche. Con la primera luz del día, al abrir la ventana de mi habitación, vi que mucha gente corría al parque, también lo hice con mis hijos detrás. La mirada de terror de las personas del corregimiento era evidente al ver todo lo que había pasado. 

La subestación de Policía estaba en el piso, también la casa de al lado. Por todo el parque había escombros, cilindros, se escuchaban comentarios de la gente allí presente de que una bomba había explotado dejando a dos policías muertos y algunos heridos, daños en los techos de las casas y los vidrios de la Iglesia Católica dañados. Nunca antes había visto tanta gente en este lugar: alcalde, gobernador, sacerdotes, obispo, militares, entre otros. Algunos militares pasaron por todas las casas diciéndonos que habían más bombas que no habían explotado, que en las siguientes horas a la salida del pueblo personal militar especializado las harían explotar y en efecto eso pasó. No pudimos ocultar el miedo. También nos enseñaron a lanzarnos al piso y a tirar una colchoneta encima en caso de un enfrentamiento armado, aprendimos muy bien, en los siguientes enfrentamientos así lo hacíamos.

Después de aquel día de 2018, la intranquilidad invadió nuestras vidas. Uno, dos, tres, cuatro disparos se escuchan aún en las noches. En mayo de ese mismo año, a las 5: 00 a.m. se escuharon muchos disparos mientras que estábamos debajo de la cama con mis hijos. El pecho se nos quería salir. Ellos estaban molestos por un ataque de risa involuntario que me dio, pero de mis ojos salían lágrimas del temor por no poder protegerlos. Fueron 60 minutos de angustia y terror.

En ese mismo año, viajaba a las montañas de Guamoco con el Fondo Acción en un proyecto educativo. Allí conocí a una psicóloga del programa, Camila. Le conté todos mis temores sobre la situación de orden público en Buenavista y de esa risa involuntaria que se apoderaba de mí en el momento en que escuchaba disparos o explosivos. Ella me dijo que en mi afán por proteger a mis hijos no quería reconocer el temor o miedo y esto hacía que esta emoción me llevara a tener esa risa involuntaria, porque en realidad me moría del miedo aunque quería demostrarles a los niños que todo estaba bien.

En el año 2019, apenas regresábamos de las vacaciones de mitad de año y de nuevo fuimos víctimas de este conflicto. A esto de las 7 u 8 de la noche hubo un fuerte cruce de disparos que duró aproximadamente 40 minutos. Ya la mayoría de habitantes parece adaptarse a la situación, hasta hacen bromas de todo lo que pasa.

En la madrugada del 7 de enero de 2020, el corregimiento de Buenavista se vestía de temor. Fue una madrugada donde se escucharon tantas explosiones que perdimos la cuenta. Hubo disparos, vi la angustia de una familia con una bebé de brazos y su madre herida; los techos de algunas casa destruidos, las paredes llenas de agujeros y mucho material de guerra se encontraba en los patios de las casas. El horror de la guerra no ve posición social, edad y religión.

Desde entonces con frecuencia se escuchan comentarios entre algunos estudiantes de que la guerrilla no quiere ver a la Policía en el corregimiento y que en cualquier momento pueden enfrentarse. Desde mi ventana veo a las personas que viven cerca a la subestación salir en la noche con colchonetas a quedarse en las afueras del caserío, situación que genera intranquilidad en las personas que no estamos acostumbradas a vivir este conflicto armado.

Panfletos aparecieron anunciando que seguirán los enfrentamientos, situación que me llevó a tomar la decisión más difícil: separarme de mis hijos para no exponerlos a vivir más en este conflicto. No hay palabras para describir lo que se siente dejarlos. Quisiera reclamar el derecho a la paz y tranquilidad para todas las personas de Colombia y en especial de Buenavista, pero, ¿a quién le reclamo?

Siento que en este momento la salud mental de todos los habitantes del corregimiento no es la mejor. Una compañera docente permanece en una clínica de reposo. Y mientras tanto, los estudiantes dibujan grupos armados y juegan a la guerra. Como docente me siento angustiada por el futuro de mis estudiantes, familias y compañeros. La impotencia me invade, solo puedo enseñarles a recibir amor y dar amor, considero que así se puede conseguir la paz y armonía en el salón de clases, en el hogar y la sociedad. Ahora solo quiero irme, ya Buenavista no es ese sitio seguro para nadie de continuar esta guerra”.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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