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enero 16, 2020

Interpelando la categoría de género


Introducción

Agradezco a la Corporación Región por invitarme a escribir en la revista con ocasión de la conmemoración de sus treinta años de trabajo en pro de la democracia, la justica y la paz; la considero un reconocimiento al trabajo que durante treinta y siete años hemos realizando desde la Casa de la Mujer, organización feminista, que no declina en su compromiso con las mujeres, la paz y la construcción de una sociedad a nuestra medida: democrática, justa, pluralista, respetuosa de la otredad, de la naturaleza y libre de violencias contra las mujeres.

En este artículo pretendo acercarme parcialmente a las actuales discusiones en torno al concepto de género; reconozco que desde el lugar en donde me sitúo, se dejan de lado realidades, debates, reflexiones y aproximaciones que deben ser abordadas desde la academia y la política.

El género, categoría de análisis de los años setenta, permitió a las mujeres desnudar metafóricamente el cuerpo y deshacerse de un entramado cultural denso que circulaba con la etiqueta de natural. En todas las sociedades conocidas, el género es un principio básico de organización social que no opera de manera neutra, sus contenidos, prácticas y símbolos varían de una cultura a otra, aunque el predominio masculino sea una constante (Rivera Garretas, 1994). Inicialmente fue descrito en oposición al sexo en el marco de una posición binaria (sexo y género), refiriéndose éste a los aspectos fijados por patrones y normas psico-socio-culturales, asignados a varones y mujeres y limitando el sexo, a las características anatomofisiológicas que distinguen al macho y a la hembra de la especie humana (Aguilar García, 2008).

La definición de género para Joan Scott, teórica feminista contemporánea, reposa sobre una conexión integral entre dos proposiciones: “el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y, el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder” (Scott, 1990, p.44).

Según Scott esto implica: a) aceptar el conflicto, lo cual lleva a examinar los sistemas de parentesco, es decir, las normas y formas de matrimonio, de filiación y la herencia; b) reconocer el género como sistema de poder y establecer las maneras como este se estructura y se ejerce en los espacios reconocidos del mismo. Por lo tanto, es necesario dirigir la mirada a las definiciones de persona y ciudadanía, en tanto sujetos de derechos y responsabilidades, y su participación en la esfera pública; c) considerar la subjetividad de los distintos actores y actoras sociales y económicos, las formas como se estructura el siquismo y se constituyen los sujetos y objetos de deseo; d) recoger y diferenciar la información por sexo y estudiar los espacios en los cuales interactúan las personas en función de géneros distintos; los ámbitos de dominio de uno u otro género; lo cual exige no sólo explorar las supremacías visibles sino también, las invisibles y oscuras hegemonías en el y ejercicio de poder e) analizar la construcción de los sistemas sexo/géneros en nuestras sociedades como formas de desigualdad, opresión y subordinación que se encuentran articuladas con otras formas de disparidad, sujeción, predominio y jerarquías sociales.

Algunas interpelaciones a la categoría de género

Es indudable que el “discurso del género”, ha visibilizado las reivindicaciones de las mujeres haciéndolas audibles a organizaciones, grupos y actores sociales y políticos que se sienten incómodos con el feminismo; asimismo, se entiende que haya sido adoptado fácilmente en nuestra sociedad en casi todos los ámbitos de la vida académica y de las prácticas sociales y políticas. Es claro que, políticamente no tiene el mismo significado e impacto, si en vez de hablar de “violencia contra las mujeres”, justicia social e igualdad para las mujeres, se habla de “violencia de género” y de “equidad de género”; el choque y la confrontación se mitigan usando del discurso de género que no aparece comprometido existencial y políticamente con las mujeres (Scott, 1990).

Por lo demás, en algunos discursos se asume que género es sinónimo de mujeres; esta visión no da cuenta de la exclusión, la desigualdad y las relaciones de subordinación y opresión entre varones y mujeres. Utilizar el género para no nombrar a las mujeres significa considerar que la “información sobre las mujeres es necesariamente información sobre los hombres, que un estudio implica al otro. Este uso insiste en que el mundo de las mujeres es parte del mundo de los hombres, creado en él y por él” (Scott, 1990, p.28). Asumir esta visión, conlleva desconocer o no indagar sobre las prácticas que realizan las mujeres, sus estrategias y tácticas cotidianas para hacerle trampas al poder y al orden de los simbolos, en los diversos contextos socio-políticos, a lo largo de la historia de la humanidad.

Feministas como: Braidotti (1994), Haraway (1995), Rivera Garretas (1994), Butler (2001) interpelan el género porque consideran que es una categoría que no cuestiona radicalmente ni la epistemología ni la política sexual del patriarcado y por sustentarse en su modelo relacional masculino/femenino. En el pensamiento del género, los lazos que constituyen identidad se producen entre dos sexos opuestos que se vinculan siempre, por marcadas jerarquías, desigualdades, opresiones y por la subordinación y la explotación, sean del tipo que sean.

El género es una categoría que no llega a las raíces de los diversos sistemas de dominación que se encarnan en el cuerpo de las mujeres, y sobre todo no da cuenta de las formas de acabar con ellos, porque no considera sus bases materiales ni la existencia y la importancia del contrato sexual que subyace a los procesos de formación misma del género. Braidotti (1994) hace énfasis en las limitaciones del concepto para explicar la formación de la subjetividad femenina y masculina, debido a la prioridad que da a las relaciones sociales entre las mujeres, y los varones y su reducción a un asunto de roles impuestos por la cultura; al respecto Butler sugiere:

“Si una es una mujer, desde luego eso no es todo lo que una es; el concepto no es exhaustivo, no porque una “persona” con un género predeterminado trascienda los atributos específicos del género, sino porque el género no siempre se establece de manera coherente o consistente en contextos históricos distintos, y porque se intersecta con modalidades raciales, de clase, étnicas, sexuales y regionales de identidades discursivamente constituidas. Así resulta imposible desligar el “género” de las intersecciones políticas y culturales en que invariablemente se produce y se mantiene” (2001, p. 35).

La categoría de género se encuentra en construcción y redefinición lo cual nos obliga a investigar, reflexionar, y contextualizar históricamente, la situación de y las relaciones entre las mujeres y los varones, partiendo de sus múltiples realidades, diversidades e identidades. Indudablemente es una herramienta útil para acercarnos a las complejas y variadas construcciones sociales, instrumento que debe ser enriquecido y contrastado con otros marcos conceptuales que ha desarrollado el feminismo y desde sus prácticas políticas y sociales.

En esta dirección, es necesario tener en cuenta los aportes que por décadas, viene haciendo la corriente del feminismo decolonial: plantea otro horizonte de sentido, distinto al impuesto por la modernidad, donde confluyen diversos saberes y conocimientos, que asumen una perspectiva situada, histórica y geopolíticamente, reconociendo la colonialidad del poder a nivel global, haciendo énfasis en los nexos de los países del norte con los países del sur y la inferiorización de las mujeres que fueron colonizadas, teniendo en cuenta la imbricación de las relaciones de clase, raza y sexualidad.

El feminismo decolonial va más allá de plantear las diferencias, su apuesta es por develar las relaciones de poder, que son estructurantes de la modernidad y la colonialidad y que, establecerán las diferencias entre las mujeres de una misma sociedad en relación con las mujeres de los países del norte. Asimismo, interpelan al(los) feminismo(s) de “corte occidental” por su pretensión homogeneizadora y excluyente que bajo la interpretación de que la opresión de género iguala a todas las mujeres, niega o no habla de la superposición de las opresiones, y del extrañamiento de muchas mujeres con un movimiento feminista con el que se identifican pero cuya agenda y legado histórico resultan, en gran medida ajenos, puesto que no se sienten nombradas y representadas por la mujer blanca, urbana, heterosexual (Eskalera Karakola, prólogo en las Otras Inapropiables, 2004, p. 9). Por lo demás, rechazan la base teórica universalista y la visión eurocéntrica de los movimientos sociales y del pensamiento feminista de “corte occidental”. Este rechazo según Curiel (2002) implica abdicar a un sujeto único, cambiando las nociones unitarias e identidades genéricas por conceptos de identidades y subjetividades de construcción compleja, en los cuales juegan las relaciones de poder atravesadas por la clase, la etnia, la sexualidad, la edad, la religión y el territorio, entre otras.

Entiende que el sujeto político de ese movimiento es irremediablemente heterogéneo, pues el escenario de opresión de “las mujeres”, no ha sido únicamente el de un proceso moderno que las excluyó, sino sobre todo, el de ese mismo proyecto moderno que, con todo y sus contradicciones, ha logrado que los sistemas de subordinación de las mujeres a los hombres (patriarcado y heterosexualidad normativa) sean funcionales a otros sistemas de subordinación de unas mujeres a otras (sistema colonial, capitalista y racista)” (Flórez, 2014, p 14).

Llegar a conclusiones en torno a estos aspectos no es tarea fácil, sobre todo cuando el tema de las identidades pasa por la subjetividad y también, por la acción política colectiva, pero fundamentalmente porque asumimos como principio ético, que nuestra práctica y nuestros presupuestos políticos deben revisarse constantemente como una forma de avanzar en la construcción de las utopías a las que aspiramos (Curiel, 2002, p.98).

Quehacer para hacer realidad la justicia para las mujeres

De lo planteado, surgen algunas pistas que permiten dimensionar política y teóricamente el trabajo en pro de los derechos de las mujeres, y de la eliminación de las relaciones de opresión, subordinación y exclusión en que viven: 1) asumir críticamente el discurso de género, porque es insuficiente para dar cuenta de las múltiples y diversas situaciones de las mujeres, producto de los sistemas de opresión, dado que el análisis de género no consigue, no pretende quizás, deshacerse del orden socio simbólico patriarcal, aunque ciertamente exija su revisión y su reforma (Rivera Garretas, 1994); 2) reconocer que el enfoque de género da marcada importancia a los juegos narrativos, a los mecanismos de elaboración y de control del discurso, y poca relevancia a la vida material de las mujeres; 3) aceptar la emergencia de sujetos y conocimientos subalternos que antes no estaban en el escenario público, que no eran tenidos en cuenta y sobre los cuales se configuró una lógica de inferiorización; 4) no apostar por la universalización del concepto “mujer” sino entender las imbricaciones de clase, raza e identidades sexuales que definen las relaciones socio sexuales en las que se encuentran las mujeres colombianas.

Hoy, sí se desea construir paz y democracia, es necesario transformar las relaciones de subordinación, opresión, injusticias y exclusiones para grandes colectivos de mujeres; los patrones culturales que las sitúan en un plano de inferioridad; las violencias que a diario se ejercen sobre ellas por el simple hecho de ser mujeres; las prácticas discriminatorias; su escasa representación en la política formal y en los cargos de decisión y, el desconocimiento de la autoridad de las mujeres.

Lograr una democracia que incluya a las mujeres, no solo requiere un compromiso serio del Estado y la sociedad, también es indispensable derrochar energías, recursos y voluntades para que cada persona sin distinción de edad, origen, etnia, identidad sexual, condición económica, política o religiosa, construya espacios interiores para la fantasía, en los cuales sea posible subvertir la imposición, poner en suspenso la realidad; no tener que explicar las necesidades o justificar las ilusiones y los anhelos, y que sirvan de franja entre los deseos y las demandas de eficiencia. Espacios donde cada persona pueda sentirse apropiada de si, que no se colapsen ante la presencia de la razón patriarcal, y en los que se permita en épocas de terror, proteger el inalienable derecho a la rebeldía.

La rebeldía y la libertad

Después de tantos años de estar existencialmente en el feminismo, y bajo el riesgo de la impertinencia y la irreverencia, estoy convencida que es urgente buscar otras rutas, otros caminos, otras brújulas que nos permitan virar nuevamente el sentido de la historia. Un sendero o una vía debería ser recuperar la libertad y la rebeldía creadora, re-creadora en lo íntimo, lo privado y lo público; no de las otras, sino de nosotras y a partir de sí, instaurar una política para sí y desde allí continuar fisurando la lógica de la subordinación y la opresión en todos los espacios de la vida.

Debemos nuevamente asumir el reto de resignificar lo público, donde lo político sea, desde la experiencia histórica de las mujeres y no desde otros intereses y, hacerlo en aquellos aspectos que están limitando y cercenando la libertad, sólo de esta manera, podremos impedir que se nos vuelva a parcelar y fraccionar la experiencia concreta que significa ser mujer.

Retomar la palabra, el gesto y el deseo, pasa por una revisión profunda de nuestra historia de mujeres; analizar prácticas, discursos, fracasos y también, recoger nuestras profundas rebeldías y deseos de cambiar los signos de la historia y la vida, aunque no esté de moda en estas sociedades sumergidas en el letargo de las mercancías y la frivolidad.

Es necesario partir nuevamente de sí, “de las contradicciones vividas en primera persona, no para quedarse en sí ni para absolutizar la propia experiencia sino para llevarla a lo vivo del intercambio social” (Cigarini, 1995, p. 26), de forma que nos permitamos la mediación entre sí mismas y la realidad, superando la inmediatez y avanzando en el reconocimiento de la autoridad femenina, de las disparidades y de las diferencias entre nosotras.

Por supuesto, esta propuesta puede ser vista como una manera de motivar a prácticas separatistas, pero estos calificativos desconocen la importancia de las prácticas políticas de hacer centro, es decir, llegar al corazón de cada una hasta dirigirse al corazón de la sociedad para liberar el deseo y las energías femeninas y ponerlas en circulación en el mundo, como una manera de romper con la tendencia femenina de acurrucarse en el puesto secundario, grupal, pasivo y separado (Cigarini, 1995, p. 28).

Finalmente, para quienes tienen un compromiso serio con la radicalización de la democracia, con la justicia y la paz, y consideran que para lograrlo es necesario erradicar las violencias y las injusticias en contra de las mujeres, es perentorio someter a crítica su trabajo y el de las organizaciones, indagar dónde se ubican sus discursos y narrativas acerca de las mujeres, e interrogarse por el contenido que se le otorga en el análisis, a la categoría de género.

FUENTE: REGION.ORG.CO


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