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diciembre 17, 2019

La madre que vio cómo convirtieron a su hija en “falso positivo”


Este es el testimonio de Luz Marina Cuchumbe, una campesina de Inzá (Cauca) quien ha conocido, a través de la voz de otras madres, de más de 800 casos de “falsos positivos” entre Cauca, Nariño y Putumayo, luego de que el Ejército asesinó a su hija de 17 años.

“Mi hija era una niña deportista y el 7 de enero de 2006 salió de su casa para ir a jugar microfutbol en una vereda aledaña en el oriente del Cauca. Ahí tenía 17 años. Los hermanos no la querían llevar porque era menor de edad y decían, “nosotros nos vamos a quedar y no nos hacemos cargo de ella”. Ellos iban para un encuentro donde había deporte y fiesta hasta el amanecer. Ella luego se fue con el cuñado y quedaron de bajar a la media noche, pero nada. Siendo las 5 de la mañana, tocaron a mi ventana y me gritaron: “doña Luz Marina, doña Luz Marina, levántese que su hija está herida”.

William, el cuñado, ese sí había quedado herido y estaba en el centro de salud. “Y quién los hirió”, pregunté al joven que me avisó. “No, que unos disparos”, me dijo. Entonces busqué un carro para poder traerlos al hospital, si era verdad que estaban heridos. Contraté un camperito y me fui con mi sobrino y mi hermana. Cuando íbamos llegando al caserío de Belén, mi sobrino me dijo: “tía, por aquí tiene que estar Hortencia”. Y él dio la vuelta y vi a mi hija estaba tirada en la orilla de la carretera y el otro muchacho al lado, Manuel se llamaba.

Entonces me tiré de la moto y cogí a mi hija. Estaba fría, porque ese día llovía. Yo la levanté en mis brazos y luego sentí que me alumbraban con linternas por todas partes y me dijeron: “hijueputa guerrillera qué hace aquí”. Yo estaba sorprendida, pero decidida a morir si ese día me tocaba, y les grité: “¿qué es esto?, explíquenme qué está pasando”. Ellos estaban vestidos de camuflado de las Fuerzas Militares, pero en ese momento no estaba segura si eran militares porque tenían la cara tapada con pasamontañas. Me acuerdo tanto que uno de ellos me dijo: “cállese la jeta vieja pendeja, vaya cóbresela a Uribe y deje de chillar”.

Yo les insistía que me explicaran qué pasaba y uno de ellos me respondió que mi hija estaba muerta por malas compañías. “Pero ¿cuáles?”, les pregunté. Entonces me respondieron: “mire, el joven que está allá tirado es un comandante de la guerrilla”. “Cuál, no mienta, él es un joven de la comunidad”, le respondí. Luego me querían sacar a la fuerza de donde estaban los cuerpos, pero yo me resistí y les pedí la verdad de lo que había pasado. En un momento solté a mi hija y me lancé a la cara de uno de esos hombres para quitarle el pasamontaña, pero fallé. Ahí me golpearon con un arma y quedé tirada. Al final me sacaron y me fui al caserío para hablar con la junta comunal.

Entonces fui al caserío a donde estaba la caseta bailable, busqué al presidente de la junta y le dije: “allá a la salida está mi hija muerta y su ahijado”, porque ni se había dado cuenta de nada. Apagó la música y luego informó por el altoparlante que había dos muertos a la entrada del pueblo. A los pocos minutos la gente se empezó a aglomerar para ver quiénes eran los muertos, pero los hombres encapuchados ya habían atravesado una guadua en la carretera para impedir el paso.

Había unas 200 personas, gente borracha porque eran ya casi las 4 de mañana, y les gritaban que dijeran quiénes eran y que por qué habían asesinado a los dos muchachos, “o les quitamos las armas”, gritaba la gente. Entonces empezaron a empujar la guadua y los armados se quitaron los pasamontañas y gritaron: “somos el Ejército Nacional”. Mucha gente con rabia les gritó que esas personas eran campesinos de la comunidad. Después de eso empezaron a decir que había sido un error, una mala información. Yo llamé al alcalde y me dijo que esperara ahí para llegar con el inspector de Policía y hacer el levantamiento.

Sin embargo, ante la presión de la gente los soldados levantaron los cuerpos, los echaron al carro que yo llevé, encima echaron la moto en la que iban y arrancaron hacia el Huila. Yo cogí y me fui detrás en otra moto con un sobrino. “A 20 metros o les disparamos”, me gritaban desde el carro. Llegando al Huila, detuvieron el vehículo y tiraron los cuerpos hacia un abismo pequeño, y dijeron: “aquí van a venir a hacer el levantamiento”. Yo les dije: “¡cómo, si aquí no los asesinaron!”. Uno de ellos me dijo: “vaya consiga una funeraria para que lleve los cuerpos”. Me fui en la moto, conseguí la funeraria, regresé y de una los metieron a las cajas. Pensé que íbamos para el hospital, pero no, de una los metieron al Batallón de Infantería Cacica Piguanza. Allí, dice mi sobrino, que a mi hija le pusieron una granada y una pistola en la mano y los fotografiaron. Al otro día el Diario del Huila tituló: “guerrilleros abatidos en combate en Belén (Huila)”, ni siquiera mencionaba al Cauca.

A mi hija, Hortensia Neyid Tunja, un solo tiro le tumbó el corazón, al otro muchacho, a Manuel Antonio Tao, le pegaron 37. Ellos salieron de la caseta en la moto, iban tres montados, y ahí fue cuando les dispararon ráfagas de fusil por la espalda. Los cuerpos finalmente nos los entregaron ese 8 de enero a las 11 de la noche en el hospital de La Plata, pero volví a tener un agarrón porque le cambiaron el nombre a mi hija y le pusieron Jineth Quintero. Había tres hombres de civil y creo que eran del Ejército, y les dije: “ese no es el nombre de mi hija”. Uno de ellos me respondió: “entonces para que viene a reclamar sino es su hija”. “Es que ella es mi hija, pero este no es su nombre”, le ripostó.

Le rompí el papel en cien pedacitos y luego me mandaron a conseguir el registro civil. Ya lo llevé, le cambiaron el nombre y los dos cuerpos los llevamos para la comunidad en donde los enterramos. Luego nos fuimos de la casa, porque varios hombres intentaron intimidarnos después de los hechos. Meses después, cuando vimos que la casa se estaba cayendo, decidimos dejarla como la casa de la memoria donde están todas las pertenencias de Hortensia y Manuel, y los mensajes que les dejan sus amigos y hermanos.

En 2012 el Consejo de Estado condenó al Ministerio de Defensa por estos hechos y en marzo varios coroneles del batallón Piguanza pidieron perdón por lo sucedido. Pretendían hacerlo en un lugar cerrado, pero nosotros escogimos la gruta de la vida, que es donde inicia un sendero en homenaje a los dos difuntos. Después, viajé al exterior a Italia y Francia a denunciar el caso y luego, en muchas reuniones con víctimas del conflicto en Colombia, me encontré a madres como yo con similares historias y conocí que ese batallón (Piguanza) y el Magdalena tiene más de 800 casos de “falsos positivos”. 

De ahí en adelante no he tenido más contacto con militares y de verdad no hay nada. Sin embargo, conté a la Comisión de la Verdad mi caso, porque tengo esperanzas muy grandes en el proceso de paz. A finales de 2014 estuve en Cuba con la cuarta delegación de víctimas y fue la primera vez que tuve frente a frente al Estado, principalmente a los militares, para recordarles lo que me habían hecho. Estaba el general (Jorge Enrique) Mora, él me miró y dijo: “ese caso yo no lo conocía”. Y yo le dije: “pues conózcalo”. Ese día llevé un sirio grande para entregárselo a quien estuviera. En ese momento el general Mora por primera vez alzó la voz y dijo: “yo no tengo porque recibirle esta vela, yo no tengo ninguna responsabilidad”. “Ahí le queda, así no le guste”, le dije, “y enciéndela cuando se firme este proceso de paz, y acuérdese de mí y de mi hija que era una niña”, concluí y salí entre la multitud.

Terminó el encuentro, ya íbamos saliendo, yo estaba llorando y sentí que alguien puso sus manos en mi espalda. Era el general Mora que estaba detrás de mí: “doña Luz Marina, perdóneme, perdóneme”, y se le fueron las lágrimas. “Me he puesto en su papel de mamá y me duele mucho. Le prometo que le haré dar esa biblioteca que su hija soñaba”. Han pasado cinco años y no ha llegado nada. La seguiré esperando”.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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