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noviembre 7, 2019

¿Son las mujeres más pobres que los hombres?


En las discusiones sobre las políticas públicas para la igualdad de género existe una acostumbrada conversación alrededor del fenómeno conocido como la “feminización de la pobreza”. Este último se refiere a una situación global donde las mujeres en general son más pobres que los hombres.

Este término ha sido acuñado sobre todo por ONG dedicadas a abogar por los derechos económicos y sociales de las mujeres, es común encontrar el concepto en reportes y publicaciones. No obstante, cuando se mira con más detalle, desafortunadamente, es un fenómeno que no se ha estudiado con el suficiente rigor. He hablado con varias de estas organizaciones y generalmente cuando llego a la pregunta ¿cuál es el proceso de evaluación para determinar que las mujeres son más pobres que los hombres?, pocas veces he encontrado una respuesta convincente.

Sin duda, me he sentido frustrada y decepcionada, porque creo que recogiendo la evidencia necesaria es posible demostrar que efectivamente esto está ocurriendo, por la ya precaria situación de las mujeres a nivel mundial. Existen algunos pocos experimentos llevados a cabo, sobre todo en Estados Unidos, que han logrado empíricamente probar el postulado, no obstante estos resultados no representan más que ese contexto específico. Por otro lado, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ha logrado articular datos cualitativos y cuantitativos que hacen que América Latina sea el continente que más ha avanzado en demostrar que la pobreza afecta más a las mujeres que a los hombres.

Y es que no se trata de contar cuantas mujeres habitan en un hogar considerado como pobre, la situación es mucho más compleja.

Las mujeres son quienes tienen más trabajos precarios, más trabajos de medio tiempo. Las mujeres ganan casi un 30% menos que los hombres a nivel mundial, cifras similares que en Colombia. La mayoría de padres solteros son mujeres. Todos estos son indicadores de que efectivamente las mujeres pueden ser más pobres que los hombres. Sin embargo, aquella medición que permite conclusiones más concretas, es el poder de negociación de una mujer en el hogar y estos datos suelen no existir. En Colombia la unidad de medición del censo nacional, es el hogar y no el individuo, lo que genera una invisibilización alarmante de las mujeres en el país.

¿Por qué el poder de negociación debe ser medido? Porque quien tiene el poder de tomar decisiones económicas en el hogar es quien tiene mayor control sobre los recursos. Caroline Criado Perez, en su libro “Mujeres Invisibles”, expone datos de estas dinámicas en países como el Reino Unido, Brasil, Francia, Bangladesh y Filipinas. Cuando los programas gubernamentales, por ejemplo, brindan subsidios directamente a las mujeres y no a las cabezas de hogar (que suelen ser los hombres), las tendencias de consumo en la adquisición de productos femeninos y para niños y niñas aumentan. Cuando las transferencias se hacen a los hombres ocurre lo contrario, más adquisición de productos masculinos, menos inversión en las necesidades del hogar y los hijos, y en muchos casos mayor compra de alcohol y tabaco. Lo cierto es que en la mayoría de las políticas públicas este tipo de subsidios se hace al jefe de hogar.

Existen casos donde inclusive cuando las transferencias son hechas a mujeres su poder sobre los recursos económicos en el hogar es tan bajo, que es su pareja quien termina tomando las decisiones sobre cómo gastar este dinero. Esto abre la puerta a dos escenarios principales:

El primero, hay mujeres que pueden estar viviendo situaciones de pobreza dentro de hogares no considerados pobres. Una mujer puede habitar en un hogar no considerado pobre, sin embargo, desde su individualidad no tener acceso a propiedad, al tomar decisiones sobre recursos financieros y a no poder cubrir sus necesidades básicas.

El segundo, es que en hogares pobres, quienes están en una situación de mayor vulnerabilidad son las mujeres, pues son contextos de alta escases, donde los pocos recursos que existen pueden estar no cubriendo en lo más mínimo las necesidades de las mujeres. En ambos escenarios el riesgo de violencia hacia ellas aumenta, pues dependen económicamente de las decisiones de su pareja, lo que reduce su autonomía y libertad.

Por supuesto, esto también requiere de una mirada rural vs. urbana. Las aún más precarias situaciones en la ruralidad, especialmente en el contexto colombiano, hacen que las mujeres estén mucho más expuestas y se ubiquen en la base de la pirámide como las más pobres de los pobres.

En Colombia, existe una necesidad inmediata de comenzar a recolectar datos segregados por género como una de las acciones más importantes para combatir la violencia contra las mujeres.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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