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octubre 28, 2019

Excombatientes de las Farc: enfermeros en la guerra y en la paz


Por más de 15 años, Jesús Alejandro Caro y Johana Omaira Gómez fueron enfermeros en las filas de la guerrilla. La semana pasada se graduaron como técnicos auxiliares de enfermería y en servicios farmacéuticos y hoy sueñan en hacer de ello sus proyectos de vida.

El martes 22 de octubre, 35 excombatientes de Bogotá e Icononzo fueron certificados como técnicos en auxiliares de enfermería. / Fotos: Cruz Roja

Los dos tienen hoy un título que certifica lo que aprendieron cuando estaban en el monte. En las Farc duraron más de quince años curando heridos y capacitándose en salud, pero en la vida civil no estaban certificados para hacerlo. Sin embargo, el pasado 22 de octubre, la Cruz Roja colombiana los certificó como técnicos auxiliares de enfermería y en servicios farmacéuticos, en medio del proyecto “Fortalecimiento de Comunidades para la Paz”, que benefició a 135 excombatientes de las Farc de Antioquia, Cundinamarca, Cesar, Cauca, Norte de Santander, Arauca, Caquetá, Tolima y Meta. Más de un centenar de antiguos médicos de guerra que hoy están avalados para atender a la población de las zonas aledañas a los espacios de reincorporación que habitan. Estas son las historias de dos excombatientes que se graduaron en la ceremonia del 22 de octubre y hoy sueñan con seguir preparándose para salvar vidas.

Jesús Alejandro Caro Campos, “Libardo González”

Mallorquín, como antibiótico y antiinflamatorio en heridas contaminadas; árnica, para usar en contusiones, hervir y aplicar en el área afectada en paños calientes; yerba de chivo, como antiespasmódico; ortiga, como drenante; y el bejuco tripa e’ pollo para la leishmaniasis. Jesús Alejandro Caro no olvida las recetas que usó cuando era enfermero de las Farc y lo llamaban Libardo GonzálezLas plantas que tenía al alcance de la mano en las montañas del Caquetá siempre le sirvieron para suplir la ausencia de los medicamentos o el equipo que se utiliza en los centros médicos tradicionales.

Cuando Jesús Alejandro tenía catorce años, una escuadra guerrillera pasó por su vereda en Puerto Rico (Caquetá) con uno de sus hombres herido. Se quedó mirando cómo el enfermero de ese grupo guerrillero lo atendía y se le acercó. “Ve, yo quisiera algún día aprender al menos a aplicar inyecciones”. El hombre le respondió: “Pues ingrese y aprende, yo le enseño”. Era el médico de la columna móvil Teófilo Forero de las Farc, conocido como Johnny, y un año después, cuando Jesús Alejandro se les unió, él se convirtió en su profesor de auxiliar de enfermería.

Luego de los tres meses del entrenamiento básico político-militar, cuando en las filas preguntaron en qué se quería especializar, escogió la enfermería. DJohnny aprendió primeros auxilios, normas de inyectología y farmacología. Luego de terminar de capacitarse, lo delegaron como el enfermero de la cuarta compañía de la Teófilo. La compañía que le prestó seguridad a la sede de los diálogos de paz en San Vicente del Caguán, durante el gobierno de Andrés Pastrana. Esa fue la zona por la que principalmente anduvo durante sus más de veinte años en las Farc.

El que fue su profesor murió años después en un bombardeo de la Fuerza Pública, en el mismo que murió la Pilosa, guerrillera y compañera sentimental del Paisa, comandante de la Teófilo. Ahí lo enviaron al Bloque Oriental a seguir capacitándose como médico y luego en cirugía general, como aprendiz de Laura Villa, que había estudiado medicina en la Universidad Nacional. En septiembre de 2010, cuando el Ejército bombardeó el campamento donde estaba Jorge Briceño, el Mono Jojoy, quien murió en ese operativo, quienes se habían estado capacitando en cirugía general estaban preparando ahí mismo su fiesta de grado.

Caro nunca estuvo en la primera línea de combate. “Yo recibía los heridos, pero a uno se los entregaban lejos de donde era la confrontación armada. A uno como médico en las Farc lo cuidaban mucho”. Pero además de atender a quienes resultaban heridos de bala o de esquirlas por explosiones en los combates con la Fuerza Pública, buena parte de su labor en salud estuvo enfocada a resolver las inclemencias de la selva.

“Esa área de San Vicente del Caguán es muy endémica, hay mucho paludismo, mucho mosquito transmisor de la malaria y mucha leishmaniasis”. De esta última, que produce úlceras en la piel, fue víctima él mismo y sobre su cuerpo hizo “prácticas” con el fin de encontrar cuál planta era más efectiva para combatirla. En todo caso, recurría a las plantas cuando no era posible conseguir los medicamentos. “Yo ahí sí no sé muy bien cómo los conseguían, lo importante es que uno pedía y le llegaban”.

Jesús Alejandro Caro dice que nunca tuvo que ver a ningún paciente suyo morir. No solo sus compañeros excombatientes sino a policías y soldados que atendió innumerables veces, cuando eran tomados como prisioneros. “El médico no tiene color político, uno lo que tiene es una responsabilidad con la salud y a quien llegue hay que brindarle una buena atención”.

En medio del proceso de paz, fue trasladado al frente tercero de la guerrilla y con ellos, una vez firmado el Acuerdo Final de La Habana, empezó su proceso de reincorporación en la zona veredal de Agua Bonita, en el municipio de La Montañita (Caquetá). Allí buscó por todos los medios seguir capacitándose en salud, pero no fue posible y fue a parar al espacio de reincorporación de Icononzo, en Tolima, porque allí había la posibilidad de estudiar un técnico agropecuario. “Aparte de la salud, mi otro interés son los animales, y yo dije si no puedo salvar humanos pues al menos salvar un animal. Entonces quería empezar por el técnico agropecuario y después ver si salía la oportunidad de seguir estudiando”.

Finalmente, con la coordinación de la Cruz Roja Colombia y Cruz Roja Noruega apareció la oportunidad de que le homologaran los saberes que aprendió en el monte y le dieran un título. Hoy, Jesús Alejandro Caro está certificado como técnico auxiliar de enfermería y quiere irse a servir en Santana Ramos, la vereda donde nació, donde aún no existe un puesto de salud.

Johana Omaira Gómez, “Yaneth Morales”

Yaneth Morales fue enfermera de línea de combate. Eso quiere decir que cuando iba a un enfrentamiento contra el Ejército tenía dos responsabilidades: no solo debía disparar su fusil, sino que debía estar pendiente si alguno de sus compañeros era alcanzado por las balas. Si había un herido, tenía que dejar de disparar y, en medio del fuego cruzado, dedicarse a atenderlo. La escena se repitió por al menos quince años en los que Johana Omaira Gómez, como es su nombre civil, fue enfermera en las filas del frente 55 de las Farc.

Su origen no dista mucho del de otros cuantos miles de excombatientes de esa guerrilla: campesino, rural y pobre. Oriunda de San Bernardo (Cundinamarca), su formación llegó hasta primaria porque “en mi casa somos nueve y éramos muy pobres, entonces si me daban estudio a mí en un colegio, no podían mis otros hermanitos estudiar, y como yo ya sabía leer y escribir preferí que estudiaran ellos”.

En su región, empezó a convivir prácticamente con las Farc, que se movían en la zona con comodidad, y cuando cumplió quince años se fue con ellos. Una vez adentro, dice, le dejaron claras las normas. Entre ellas, una de las más importantes: en la guerra no se debe tener hijos. Por eso, dentro de las filas siempre tuvo a la mano métodos de planificación como las inyecciones, el jadelle o la T.

Dos años tardó en encontrar su lugar dentro de las filas: enfermera. Andando por las montañas del Huila, Tolima, Cundinamarca y Caquetá perfeccionó su habilidad para curar a quienes resultaban heridos en combate, muchas veces hasta “pulmoneados” (con heridas en el pulmón) o “tripiados” (cuando las balas les perforaban el estómago y alcanzaban los intestinos); pero también a quienes los alcanzaba el dengue, el paludismo o la leishmaniasis. Dice que, a pesar de no contar con los equipos más sofisticados, siempre resolvía y los medicamentos que necesitaban, no sabe cómo, pero llegaban. Nunca tuvo que ver a uno de sus pacientes morir.

Por el contrario, tiene momentos memorables. En un combate por los lados de La Uribe, Meta, sus compañeros capturaron a un soldado del Ejército que estaba herido en un pulmón. “Le prestamos toda la atención, se le hizo cirugía, se le puso la trampa de agua, el tubo del tórax. Se atendió al compañero como si hubiera sido un camarada”. Tiempo después, en un canje de prisioneros, el soldado fue liberado y nunca volvió a saber de él.

Como enfermera, si tocaba practicar abortos lo hacía. A pesar de las denuncias que han salido de las mismas filas insurgentes sobre prácticas de aborto forzado a las combatientes farianas, ella dice que “cuando uno ingresa le explican el porqué de la planificación, pero a algunas esos métodos no les hacían y quedaban embarazadas, otras se descuidaban. Pero igual uno era consciente de que no se podían tener hijos, entonces en ningún momento era que a alguna se amarrara o se le hiciera de forma obligada”.

Johana Omaira cumplió la norma y su hija vino a nacer después de la firma del Acuerdo Final de La Habana. En 2017, ella y el frente al que pertenecía se concentraron en Icononzo (Tolima) y allí continuó preparándose en enfermería. Allí escuchó por primera vez que podría ir a Cuba a estudiar medicina. El requisito era ser bachiller y en cuestión de meses lo cumplió. Sin embargo, cuando estaba en detalles de papeleo, quedó embarazada. Hoy su hija tiene nueve meses.

Estando en su proceso de reincorporación en ese espacio, llegaron la Cruz Roja Colombiana y la Cruz Roja Noruega y le ofrecieron la oportunidad de capacitarse como auxiliar en servicios farmacéuticos. Su plan a corto plazo es poder montar una enfermería o una farmacia en ese espacio territorial para atender no solo a los excombatientes sino a la comunidad aledaña.

“Nosotros estamos mostrándole al país y al mundo que realmente sí queremos la paz y que estamos ahí en pie de lucha porque esto se llegue a dar, porque algunos siguieron en armas, pero los demás nos quedamos aquí”, sentencia Johana Omaira desde Icononzo.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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