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julio 31, 2019

“Perdí mi libertad y mi dignidad”: Marcela Loaiza


Con la idea de tener una mejor calidad de vida, viajó engañada a Japón, donde ejerció obligada la prostitución por 18 meses y sufrió los abusos de la mafia Yakuza.

“Ser sobreviviente de trata es como tener un tatuaje en el alma: nadie lo puede ver, pero estará ahí por siempre”: Marcela Loaiza. Cortesía Vital Voices

“Mi nombre es Marcela Loaiza y soy sobreviviente de la trata de personas”.

Tenía 21 años cuando se ganaba la vida trabajando en el área de mercadeo de un supermercado y durante los fines de semana era bailarina en la discoteca Bahía, en Pereira. Con eso ayudaba con los gastos en su casa y mantenía a su hija de tres años. Una noche, en la discoteca donde trabajaba, conoció a Pipo, un hombre que se presentó como un cazatalentos que quería volverla famosa y le ofrecía importantes sumas de dinero por su trabajo.

Tiempo después su niña enfermó y ella recordó aquella propuesta. Contactó al hombre que conoció en su trabajo y un día, sin decir adiós, dejó Pereira y llegó a Bogotá. El “cazatalentos” le sugirió que fuese así para evitar despedidas dolorosas y arrepentimientos. Sin contar que este último llegaría tiempo después.

Desde el aeropuerto El Dorado emprendió viaje. Su primera escala fue Ámsterdam y de allí voló hacia Tokio. Era mediados de 1999 cuando Marcela salió por primera vez de Colombia al país en el que se estrellaría con una cruel realidad. “Acepté con la ilusión de tener una mejor vida, para salir de la pobreza y tener mejores oportunidades”, cuenta.PUBLICIDAD

Cuando llegó a Tokio se enteró de que no iba a iniciar una carrera como bailarina, sino que había caído en una red de prostitución de la Yakuza, la mafia más temida en Japón. No iba a ser bailarina, sino prostituta. “Tuve que vivir actos desagradables que afectaron mi dignidad, perdí mi libertad, no tenía derecho a opinar y debía trabajar de domingo a domingo”, narra Marcela.

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La Yakuza surgió en el siglo XVII y su nombre proviene de los números 8, 9 y 3, que se expresa fonéticamente ya, ku, za, cuyos puntos sumados dan 20, la peor mano que se puede sacar en el oicho-kabu, un juego tradicional de cartas japonés.

Esta mafia se dedica a cometer delitos relacionados con apuestas, drogas, prostitución, redes de extorsión, chantaje y fraude. De acuerdo con la Organización de los Estados Americanos (OEA), recluta anualmente cerca de 2.000 latinas para prostituirlas en Japón.

Un informe presentado en 2017 por la organización Women’s Link Worldwide señaló que entre 2010 y 2012, un 53 % de las víctimas colombianas fueron trasladadas a países de Asia del este, un 24,4 % hacia Suramérica, un 18,3 % a otros países de América Latina y el 4,3 % restante a otros destinos.

La trata de personas es un delito caracterizado por el traslado dentro o fuera del país de una persona con fines de explotación que puede ser sexual, laboral, mendicidad ajena, matrimonio servil, entre otros, sin importar su género, edad o lugar de origen, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Colombia es considerada un país de origen de la trata de personas, tanto hacia el interior como hacia el exterior del país, según la OIM. Las principales modalidades son la explotación sexual, los trabajos forzados y el matrimonio servil.

Su vida en Japón

Marcela ejerció durante 18 meses la prostitución. Cada diez días cambiaban su sitio para que no recordara los lugares en los que trabajaba. Pasó por las diversas calles, teatros y salones de masajes de Tokio. Fue violentada psicológicamente durante el tiempo que estuvo en manos de la mafia y solo le permitían llamar a su familia para informar que “estaba bien”, bajo las órdenes de sus proxenetas y la constante amenaza de que los matarían si les contaba su realidad.

Su proxeneta se quedaba con todo el dinero que ella ganaba en las calles. Además debía pagar una deuda de US$50.000, lo que equivale a aproximadamente $200 millones. “Antes de pagar mi última cuota yo tenía miedo de que me volvieran a vender, así que decidí escapar. Fue con la ayuda de un cliente y dos amigas que llegué a la embajada colombiana y ellos iniciaron mi proceso de deportación”.

Como el caso de Marcela existen centenas de historias similares en el país. Entre 2013 y 2019 se registraron en Colombia 560 casos de trata de personas, según cifras del Ministerio del Interior. De estas, el 84 % de las víctimas fueron mujeres y el 58 % corresponde a personas entre los 18 y 30 años. La modalidad con mayor incidencia fue la explotación sexual, con el 60 %, seguida de trabajos forzados (25 %).

Un cliente la ayudó a escapar

Ese cliente ya la conocía y había ganado su confianza. Se comunicaban a través de dibujos, pues no hablaban el mismo idioma. Marcela le dibujó una muñeca llorando y unas flechas que señalaban a Colombia como destino. El proceso para que él entendiera su mensaje tardó meses y varios papelitos más.

Planeó su escape junto a una compañera. Su cliente le dejó una bolsa en un restaurante cerca del sitio en el que ella trabajaba. En esta había una peluca, ropa, dinero y un mapa con la ruta hacia la embajada colombiana. En un descuido de su captor, Marcela corrió como nunca y logró escapar.

En 2001 regresó a Colombia con ganas de salir adelante. Sin embargo, al no encontrar oportunidades laborales volvió a ejercer la prostitución durante varios meses más. Hasta la fecha, todavía no era consciente, como la mayoría de los casos, que había sido víctima de trata de personas.

“Al regresar a Colombia me sentía perdida, desesperada, no confiaba en nadie, hasta que conocí la organización Las Adoratrices, en una iglesia. La hermana María Graciela me ayudó con terapias psicológicas y allí inició mi proceso de reintegración a la sociedad”. Para ella, este proceso fue largo, difícil y muy complicado, pues se pierde la confianza en todos, inclusive la propia.

Ante la impotencia de no poder contar su historia a su psicóloga, ésta le recomendó escribir por partes en un papel cada vez que la fuese a visitar. Gracias a ese ejercicio de catarsis escribió y publicó su primer libro en 2009, llamado Atrapada por la mafia Yakuza, y en 2011 sacó la secuela, denominada Lo que fui y lo que soy.

Actualmente, Marcela es activista y tiene una fundación desde 2011 que lleva su nombre y con la cual apoya a las víctimas de este delito. Se dedica a viajar por el mundo a contar su testimonio y a visibilizar la importancia de luchar contra la trata de personas. Vive con su esposo y sus tres hijas, de 24, 12 y 8 años, en Estados Unidos. Ellos conocen muy bien su historia, forman parte de su organización y la apoyan.

Para Marcela Loaiza, la trata de personas es un tema que debe hablarse en los hogares. Además, sugiere al Estado mayor compromiso con la protección de las víctimas, pues considera que esta parte aún está muy débil.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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