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junio 4, 2019

La nobel de paz que con una huelga de sexo acabó una guerra


Leymah Gbowee logró movilizar a mujeres de Liberia para acabar guerra que por años asoló a su país.

Mientras usted lee estas líneas, hay varios países que pelean algún tipo de guerra. Quien lo cuenta sabe lo que dice. Es Leymah Gbowee, una enorme mujer de 47 años cuyo papel fue fundamental para el cese de la violencia en su país, Liberia, tras más de una década de guerra civil. Por ello recibió el Premio Nobel de la Paz en 2011. Desde entonces, su papel de referente en favor de la paz, pero, sobre todo, su lucha por mejorar la situación de las mujeres, se ha robustecido notablemente. Hoy recorre el mundo buscando generar conciencia sobre la necesidad de acabar con cualquier brecha de género, un flagelo que todavía azota en todo el mundo, pero que encuentra menos reparos en el continente africano.

Hace unas semanas, Argentina fue uno de los hitos en su incesante recorrido. Invitada por el gobierno de Santa Fe, en el marco del programa ‘Santa Fe debate ideas’, Gbowee dialogó con la socióloga Dora Barrancos en el auditorio del Centro Cultural Konex sobre el papel de las mujeres en los procesos de construcción de paz. La acompañaba Janey, una de las más pequeñas de sus ocho hijos –algunos biológicos y otros adoptivos– y que, con apenas 9 años, ya ha recorrido 43 estados norteamericanos y varias decenas de países en el mundo junto con su madre.

Treinta años atrás, cuando en 1989 estalló la guerra civil en su país, nada hacía imaginar que la trayectoria de vida de Gbowee hasta nuestros días sería la que fue. Leymah era entonces una adolescente de 17 años que acababa de terminar la secundaria y soñaba con ser pediatra. Vivía sin apremios económicos con sus padres, hermanas y abuela, en una comunidad muy unida, en la que los vecinos se ayudaban los unos a los otros. Pero algunos años más tarde se encontraba en la miseria absoluta, viviendo junto con su pareja y padre de sus primeros cuatro hijos. El cuarto crecía en su vientre cuando ella decidió abandonarlo y volver con su familia, cansada de los malos tratos que recibía.

Me sentía muy poca cosa. Me quería suicidar. Pero Dios tenía otros planes para mí”, rememoraba frente al auditorio del Konex. Poseedora de diez grados de doctorado honorarios y distinguida por prestigiosas instituciones mundiales, la historia de esta mujer inspiró el documental ‘Pray the Devil Back to Hell’, que se estrenó en 2008. También escribió su biografía, titulada ‘Mighty be Our Powers’, que en español se tradujo como ‘Un sueño de paz’. Actualmente dirige la Gbowee Peace Foundation Africa y también se desempeña como directora ejecutiva del Programa Mujeres, Paz y Seguridad en el Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, y colabora con numerosas iniciativas mundiales relacionadas con la paz, el desarrollo y la búsqueda de oportunidades para los jóvenes. Con cierta periodicidad escribe como columnista en medios de renombre, como ‘The Huffington Post’ o ‘The New York Times’.

“La guerra civil en Liberia tuvo lugar en dos actos sangrientos. El final de la primera guerra civil en 1996 y la elección de Charles Taylor como presidente al año siguiente hicieron poco para apaciguar la larga historia de sectarismo del país. En la segunda guerra civil, que comenzó en 1999, numerosos grupos rebeldes se alzaron en oposición al régimen de Taylor. A medida que el conflicto se extendía, Liberia se hundió en el caos. Mujeres y niños enfrentaron niveles sin precedentes de crueldad y desplazamiento”. Así describía, sintéticamente, la tragedia de su país en una columna publicada en septiembre último en el NYT.

Pero ¿cómo fue que logró atravesar su tragedia personal hasta superarla y transformarse en líder de un movimiento que fue crucial para alcanzar la paz en Liberia? En 1993, Gbowee había comenzado a trabajar, de manera no muy estructurada, junto a organizaciones sociales, brindando contención a las víctimas de la guerra.

“Me encontré allí con muchas mujeres. Muchas de ellas habían sido violadas, a una le habían cortado los senos y se los habían sacado. Tenían diferentes formas de discapacidades, pero así y todo eran optimistas, todas pensaban que se podía lograr la paz. La más pesimista entre todas ellas era yo. Sin embargo, me di cuenta de que necesitaban una voz, alguien que las representase, porque en todas las reuniones del proceso de paz solo había hombres. Hacían falta mujeres para la paz. Y sentía que tenía que involucrarme en eso, aunque no sabía cómo”, recuerda, en diálogo con ‘La Nación’.

La respuesta vendría algún tiempo después, de una manera impensada. “Una noche, yo estaba durmiendo en el piso y sentí que alguien me tocaba y me decía: ‘Despiértate, ve y reúne a las mujeres de tu iglesia para que empiecen a rezar por la paz’. Yo estaba sola. No había nadie más en la casa. Al día siguiente me levanté y fui a trabajar. Mi jefe era un pastor. Entonces le conté mi sueño y le dije: ‘Me parece que usted, pastor, tiene que reunir a las mujeres en la iglesia por la paz’. Pero el pastor me dijo: ‘No. El portador de un sueño es el que lo tiene que cumplir’. Y ahí empezó todo”.

Al principio eran veinte mujeres. Luego, cincuenta, setenta, cien. “Trabajamos durante dos años y medio capacitándolas para que fueran capaces de transmitir nuestro mensaje. Además, empezamos a ir a las mezquitas los viernes, los sábados al mercado y los domingos, a las iglesias”, enumera Gbowee, quien, mirando en retrospectiva, considera que lo más arduo de todo el proceso fue reunir a las mujeres, empoderarlas y lograr que dejaran atrás las diferencias en un país que posee dieciséis etnias y dos grandes grupos religiosos: cristianos y musulmanes.

Me sentía muy poca cosa. Me quería suicidar. Pero Dios tenía otros planes para mí

“Las reunimos y empezamos a hacer preguntas. Por ejemplo: ‘Si viniera una persona armada y comenzara a disparar, ¿ustedes creen que podría distinguir entre cristianos y musulmanes?’, o ‘Si alguien entra en esta habitación a violar mujeres, ¿ustedes creen que podría distinguir entre etnias?’. La respuesta era siempre: no. Lo que mostrábamos es que teníamos mucho más en común, que cuando se nos muere un hijo, lloramos de la misma manera; o que si violan a una hija, sufrimos igual. Que teníamos la misma humanidad y compartíamos muchas cosas”.

Las lecciones fueron muy fructíferas. La agrupación –llamada Women of Liberia Mass Action for Peace– fue creciendo hasta incomodar a los líderes de las facciones enfrentadas. “El mundo no creía que tuviéramos la capacidad de transformar Liberia. Nos llamaron ‘bulldogs’, prostitutas. Recibíamos amenazas. Pero teníamos una fuerte determinación. Hay que entender que comenzamos con un capital de diez dólares americanos. No teníamos dinero, no teníamos auto, no teníamos nada. Todos los días salíamos a protestar a algún lugar. Terminaba la protesta y nos reuníamos para evaluar lo que habíamos hecho y definir, de ser necesario, nuevos cursos de acción”.

Entre las diferentes estrategias desplegadas, la agrupación liderada por Gbowee llamó la atención mundial especialmente por una de ellas, cuando emularon a la Lisístrata de Aristófanes y se declararon en huelga de sexo hasta que el país se encaminara realmente hacia la paz. “Sabíamos que, en la medida en que habláramos de sexo, los medios iban a venir a entrevistarnos. La huelga de sexo fue, ante todo, una estrategia mediática”, analiza la activista, que reconoce que, en ocasiones, esta medida terminó eclipsando todas las demás. “Es un poco molesto, porque sabemos que el trabajo que hicimos fue sumamente estratégico. Pero vivimos en un mundo en el que las mujeres no son valoradas y en donde la mayoría es reducida a su sexualidad. Esto, en buena medida, se centra en disminuir, en subestimar el poder o el impacto que las mujeres podemos tener”, agrega.

Subestimadas, menospreciadas y hasta difamadas, las mujeres de Liberia lograron, tras largos meses de presión, comprometer al mismísimo Charles Taylor a iniciar el proceso de paz. El cese del fuego se logró semanas después. A las siguientes elecciones acudió el 75 por ciento del electorado, cifra récord en una nación acostumbrada a que las disputas de poder se dirimieran entre unos pocos. En aquellas elecciones, una mujer fue elegida presidenta: Ellen Johnson Sirleaf, quien también recibió el Premio Nobel de la Paz en 2011 junto con Gbowee y la yemení Tawakkol Karman.

La mujer que alguna vez recibió un mensaje de Dios mientras dormía en el piso hoy reparte su vida en tres hogares: uno en Liberia, otro en Ghana y el tercero en Estados Unidos (Nueva York), siempre que los compromisos internacionales se lo permiten y no la tienen dentro de un avión. No descarta, en un futuro, ser presidenta de su país. “Oré mucho y pensé muy cuidadosamente este tema, pero todavía no tengo una definición. De lo que sí estoy segura, es de que, si llego a ser presidenta de Liberia, voy a ser una muy buena presidenta”.

FUENTE: EL TIEMPO


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