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diciembre 17, 2018

¿Feminismo o feminismos?


Muchas mujeres acusan al feminismo “hegemónico” de apropiarse de la voz de las mujeres y argumentan que no existe un solo feminismo. Así, desde un “feminismo” de influencia posmoderna, las defensoras de la prostitución defienden que es un oficio y que puede ser “empoderante” y acusan a las feministas de ser puritanas y de intentar apropiarse de la noción misma de feminismo. Esto ocurre también con el intento de reivindicar el sadomasoquismo ético y el porno “feminista”, pues leemos argumentos como que el dominio y la sumisión en la cama pueden ser liberadores y transgresores. Algunas mujeres conservadoras señalan que sus vidas son tan satisfactorias como las de los hombres y que ser mujeres les trae gratificaciones especiales. Según explican les encanta ser galanteadas, vestir femeninas y preparar magdalenas.

Como señala MacKinnon, nadie quiere silenciar a estas mujeres diciéndoles que su pensamiento está manipulado, pero tampoco podemos aceptar como feminista cualquier experiencia de una mujer. Las conservadoras y posmodernas descritas, aunque piensen que sus posiciones están muy distantes entre sí, parten de la misma premisa: las mujeres son libres, tienen muchas alternativas, o bien, los problemas se resuelven reinterpretando lo que nos ocurre. Es decir, ambas posiciones, que solemos llamar “feminismo neoliberal” (para estupefacción de las posmodernas), parten de una posición subjetivista. Feminismo, para ese punto de vista, significa “hago lo que me sale del coño” o “si hago lo mismo de siempre pero sintiéndome empoderada, se transforma en algo feminista”.

MacKinnon señala que el intento de no rechazar a ninguna mujer diciendo “está engañada” supone que habitualmente el feminismo responde al dogmatismo con la tolerancia. Cuando algunas mujeres niegan la desigualdad entre los sexos o sostienen que las mujeres tienen poder para hacer lo que quieren, están faltando a la realidad más elemental que oprime a muchas mujeres y las hace víctimas de explotación y privación. Aunque el feminismo surge de la experiencia de las mujeres, no es subjetivo ni una visión parcial entre otras posibles. El patriarcado existe como realidad material que se impone sobre todas las dimensiones de nuestras vidas de forma absolutamente real y por eso la teoría feminista se respalda con datos empíricos, como el porcentaje de mujeres prostituidas que son inmigrantes, que proceden de las clases empobrecidas o que fueron víctimas de abusos o violencia antes de verse abocadas a la prostitución.

El feminismo posmoderno no es “un feminismo” sino una reacción patriarcal que se inició durante el siglo XX y que hoy continúa intentando contener el empuje del movimiento feminista. Sulamith Firestone expuso el origen de dicha reacción que permitió frenar las transformaciones económicas y políticas que reclamaba el feminismo histórico e impedir un cambio social de mucho mayor calado. El completo programa revolucionario del feminismo fue quebrándose poco a poco mientras se construían el mito del poder de la belleza y la estafa de la liberación sexual. Firestone expone el desarrollo de esta reacción en el contexto estadounidense. La reacción comienza en los años veinte con el fenómeno de masas de la moda y el estilo, que alimentó una obsesión femenina con el amor y el matrimonio, promovido por revistas femeninas como Vogue, Glamour y Cosmopolitan. La búsqueda de un estilo estético con el que expresarse a una misma fue sustituyendo al énfasis feminista en el desarrollo del carácter por medio de la educación y la autonomía, que había sido la gran apuesta de la sufragistas en el plano de la cultura.

La emancipación femenina recuperó cierto empuje en Estados Unidos durante la Guerra, cuando las mujeres fueron necesarias para ocupar los buenos trabajos vacantes por estar los hombres en el frente, pero en los años cuarenta y cincuenta, era necesario que las mujeres regresasen a casa, de modo que fueron bombardeadas con la ideología del amor y el matrimonio como fuente de realización femenina. Betty Friedan documentó esto en su célebre obra “La Mística de la Feminidad”.

Mientras las madres caían en brazos del consumo y la psiquiatría, las jóvenes fueron adoctrinadas con el fenómeno adolescente. Las jovencitas soñaban con escapar del aburrimiento de la casa de mamá gracias a un romance adolescente. Se popularizaron las películas de animadoras y futbolistas, y todas las chicas soñaban con ser la más popular del instituto. Los chicos no fueron adoctrinados por el sentimentalismo empalagoso. Ellos fueron a la universidad en los años setenta y viajaron en manada con sus amigos. Para ellos estaba la cultura del porno. El porno y la comedia romántica son las dos caras de una misma moneda, de una misma ideología. Los chicos tenían muchas seguidoras que perseguían su sueño del romance adolescente, así que las mujeres tenían que pasar la prueba y ellos querían sexo. Solo eso. Si una chica exigía a cambio de ello “su romance”, era tachada de retrógrada y frustrada, de ser dependiente y una carga.

Ellas intentaron ser más independientes para satisfacer a los chicos: leían, pintaban y hacían manualidades. Pero al final lloraban por amor sentadas en sus caballetes. Las mujeres habían olvidado la historia de la lucha por la emancipación de su clase sexual. Como señala Firestone: “por supuesto que ellas soñaban con escapar de su estrecha vida, pero no tenían ningún lugar al que ir. Fueran donde fuesen, seguían siendo “chicas”, la más completa irrelevancia como personas”.

En los sesenta el sufragismo (que fue un movimiento revolucionario que se extendía mucho más allá de la lucha por el voto) había sido olvidado. Las mujeres eran consideradas ciudadanas con plena igualdad jurídica, pero no tenían ningún poder en la práctica. Tenían posibilidades educativas, pero no se esperaba que las utilizaran. Tenían libertad en el modo de vestir y en las costumbres sexuales, pero eso había servido para esconder su explotación sexual. “Las mujeres fueron bombardeadas por doquier con imágenes eróticas de sí mismas, se sintieron al principio confusas ¿es posible que esta sea yo? y finalmente, irritadas”. La píldora anticonceptiva liberó a las mujeres de la tiranía reproductiva que habían sufrido sus madres y abuelas, pero la ideología de la liberación sexual pronto mostró ser una estafa en relación con la emancipación femenina. Había sido una concesión envenenada.

El Caballo de Troya del feminismo vino de esa reacción patriarcal que comenzó en los años veinte y que culminó en la “revolución sexual”.

En los setenta ocurrió algo muy importante: el movimiento feminista se rearmó rápidamente, obligando a los partidos políticos a hacer concesiones. Si algo positivo había tenido la ausencia emocional de los hombres fue que las jóvenes se volcaron con pasión en la militancia de causas idealistas, poniéndose del lado de las minorías sociales, la paz y el ecologismo. Este aprendizaje fue crucial para la segunda ola feminista. Las mujeres estaban cansadas de mecanografiar los discursos para los hombres “revolucionarios”, estaban cansadas de satisfacer sus necesidades sexuales y afectivas. Estaban cansadas de ser el segundo sexo.

El Caballo de Troya del feminismo vino de esa reacción patriarcal que comenzó en los años veinte y que culminó en la “revolución sexual”. Las chicas no querían convertirse en mujeres mandonas y enfadadas, querían ser siempre bellas, alegres y sensuales. La retórica de la “revolución sexual”, lejos de mejorar la situación de las mujeres, sirvió de utilidad para los hombres, que celebraron rápidamente el fin del “puritanismo”. Gracias a la disponibilidad de tantas “chicas liberadas” y “transgresoras”, las mujeres podrían ser explotadas sexualmente a una escala mayor y de forma mucho más barata.

Las mujeres feministas deseaban abandonar la restricción puritana que la tradición había impuesto a las mujeres. Pero el patriarcado había sido muy rápido desarrollando la cultura de la pornografía y la dictadura de la belleza femenina. Las jóvenes se abrieron al deseo sexual esperando encontrar reciprocidad y amor. Pero los hombres se habían adaptado deprisa al nuevo modelo del sexo-consumo. Es el neoliberalismo sexual que describe muy bien Ana de Miguel en su célebre ensayo.

Toda esta ideología de la belleza, la cosificación y la sexualización femenina sirvió siempre para mantener a las mujeres en un lugar socialmente subordinado. Las mujeres debían olvidar sus aspiraciones de tener las mismas oportunidades que los hombres y el mismo respeto social. El patriarcado les mandaba un mensaje: si se ponían exigentes con los hombres solo lograrían estar solas y convertirse en juguetes intercambiables. Podías ser la mujer de uno o la mujer de todos: el patriarcado había logrado perpetuar su vieja división de las mujeres. El auténtico poder social e institucional estaba a buen recaudo en manos de los hombres mientras a las mujeres se las adoctrinaba en las maravillas de ese poder consistente en “conseguir que los hombres hagan aquello que tú quieres” (un sucedáneo de poder que encubre la ausencia de poder directo).

Además continuaba existiendo la necesidad social y económica de emparejarse porque la sociedad está diseñada de modo que las mujeres tenemos más posibilidades de tener un éxito vicario que un éxito propio (tenemos menos credibilidad social, cobramos menos, nos quedamos embarazadas y cuidamos a las criaturas sin que el mercado de trabajo nos de tregua). La dependencia emocional de las mujeres con respecto a los hombres es producida por una opresión real económica y social.

Muchas feministas pensaron que el problema estaba en ellas, que habían encontrado solo relaciones tóxicas y no un “amor maduro”. Pero en el fondo sospechaban que el problema era el patriarcado: ¿qué amor heterosexual puede existir en la cultura de la pornografía y la comedia romántica?, ¿qué amor puede haber dentro de un sistema de clases sexuales? Las terapias individuales poco pueden hacer frente a una estructura de poder que requiere una transformación colectiva. Ante los avances de la emancipación de las mujeres, el patriarcado ha reforzado su estructura ideológica: el porno, la cosificación, la belleza, la feminidad y el romanticismo constituyen este imprescindible auxilio cultural. En este contexto, la libertad sexual de las mujeres significa decir siempre “sí” y secundar a los hombres en todas sus fantasías humillantes inducidas por el porno.

El giro hacia esta noción identitaria del género puede entenderse como parte de esta reacción patriarcal que comenzó en los años veinte del siglo pasado. Estamos ante un “¡vivan las cadenas!” que toma la forma de un “¡vivan los tacones!” o “¡vivan las putas empoderadas!”

En los años noventa se produjo en el interior del feminismo un giro hacia el llamado “pro sex” y un desplazamiento conceptual de las nociones de género y feminidad. Tanto el feminismo sufragista como el radical fueron movimientos materialistas que lucharon por la desnaturalización del género, es decir, para mostrar que la feminidad no es otra cosa de la marca producida por la opresión de las mujeres. El ámbito de lo “femenino” no puede comprenderse fuera de la lógica patriarcal, pues está integrado por los caracteres actitudinales y estéticos de una clase social entrenada para la subordinación sexual y reproductiva. El género no puede comprenderse sin hablar del poder de los hombres sobre las mujeres. El feminismo siempre ha sido un movimiento radical que lucha por la transformación de las estructuras políticas, económicas y culturales. Hoy la “feminidad” se aborda como si fuese un estilo de vida disponible en el mercado capitalista y cargado de sensual glamour.

El giro hacia esta noción identitaria del género puede entenderse como parte de esta reacción patriarcal que comenzó en los años veinte del siglo pasado. Estamos ante un “¡vivan las cadenas!” que toma la forma de un “¡vivan los tacones!” o “¡vivan las putas empoderadas!” El “feminismo” posmoderno y el neoliberal trazan una estrecha alianza y dicen representar a las mujeres liberadas (a las “no mojigatas”) mientras la ultraderecha participa en el mismo juego mostrando que las mujeres guapas están de su parte: las que se depilan, las que los hombres quieren como madres de sus criaturas.

El feminismo siempre ha sido rico en debates y en corrientes teóricas, pero es fundamental saber distinguir entre nuestros objetivos y los de la reacción patriarcal. En estos tiempos hemos de tener memoria histórica y desconfiar de las apelaciones a los “feminismos” (en plural) que fortalecen la ideología de la cosificación sexualque Firestone describe de forma magistral.

Lejos de ayudarnos, algunos sectores de la izquierda dan voz a la reacción patriarcal mostrándose complacientes con el “feminismo” neoliberal que pretende legitimar la explotación sexual de las mujeres y la esclavitud del siglo XXI. Amparan con su neutralidad el discurso de la libertad de las mujeres para renunciar a sus derechos. La izquierda tiene claro que, por mucho que te guste tu trabajo, los sindicatos no van a defender que tú puedas trabajar 24 horas sin descanso; pero cuando hablamos de asuntos que conciernen a las mujeres, todo se aborda desde la perspectiva de la libertad individual, olvidando el bien común y perdiendo la memoria histórica de muchas mujeres revolucionarias que lucharon por un feminismo de clase.

El feminismo, (…) tiene que aguantar que (…) cualquier persona que reclame para sí la etiqueta “feminista” se sienta libre para propugnar justamente lo contrario de lo que las feministas defendieron.

Aunque es cierto que los ricos hace mucho que flirtean con todo lo que suena a callejero y que los hipster se hacen con el control de los barrios populares, no se ha llegado a la desvergüenza de hablar de “millonaries deconstruides”, “nuevas burguesidades” ni de la “obreridad como performance”. El feminismo, en cambio, tiene que aguantar que reivindicar la feminidad sea considerado algo feminista y que cualquier persona que reclame para sí la etiqueta “feminista” se sienta libre para propugnar justamente lo contrario de lo que las feministas defendieron.

FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA


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