Esta semana conocimos que una falla de Valencia, la de Borrull-Socors modificó sus estatutos para adaptarlos al siglo XXI y permitir que cualquier hombre o niño pueda ser fallero mayor a partir del año que viene. Ahora la Junta Central Fallera tendrá que aceptar o no, dicha modificación.

La figura de la Fallera Mayor es una parte importante del mundo fallero. Pero básicamente lo es por la ornamentación de sus vestidos y complementos. Estatutariamente y según el artículo 29 del preámbulo o título preliminar del reglamento fallero por el que se rige la Junta Central Fallera, “La fallera mayor será la única mujer que ejercerá la representación honorífica de la comisión de falla en los actos propios y oficiales”.

Observamos en este artículo dos expresiones que dan a entender que esta figura es una figura prácticamente silenciada y casi meramente decorativa. Dichas expresiones son “única” y “honorífica”. Y lo que entiendo es que el resto de mujeres de la falla, sean o no falleras no pueden representar honoríficamente a sus agrupaciones falleras. Y por extensión, la fallera mayor solo puede representar a su falla de manera honorífica. Desde mi punto de vista esto rezuma sexismo por todas partes.

La resistencia del mundo fallero a los cambios y a la eliminación del sexismo en sus monumentos no es nueva. A principios de este año se presentó un pre-informe de análisis de las fallas de la ciudad de Valencia desde una perspectiva de género . Dicho trabajo fue elaborado por la Universitat de València, por encargo del Consell Municipal de les Dones i per la Igualtat. Y es muy curioso observar cómo en sus conclusiones aparece esto:

“A la luz de este estudio, queda claro que existen grandes diferencias entre hombres y mujeres en la Fallas de València, tanto en la participación de las estructuras organizativas, donde las mujeres no tienen el mismo acceso que los hombres, como en su representación en los monumentos”.

Con este ejemplo quería hacer visible la reticencia a los cambios por parte de quienes están al frente de las comisiones de fiestas y festejos de las diferentes ciudades y comunidades. La mujer como florero, como elemento decorativo de unas fiestas organizadas, todavía y mayoritariamente por hombres.

Las fallas son, como he dicho un ejemplo, pero pasa lo mismo con cada población que tenga su reina y corte de honor de sus fiestas patronales.

Hay otro ejemplo todavía creo que más grave y que es la imposibilidad de las mujeres de desfilar en los actos importantes de las famosas fiestas de Moros y Cristianos de Alcoy. Y si, he dicho imposibilidad hasta hace muy poco.

Unas fiestas, como todas ellas, sufragadas en parte con dinero público, o sea con impuestos de mujeres y hombres, que relega a las mujeres a espacios meramente de boato y sin los mismos derechos que los hombres deberían ser, desde mi punto de vista, unas fiestas anticonstitucionales. Y no me vale el argumento tantas veces escuchado del “siempre ha sido así”. Y no me vale, porque si no hubiese sido por haber ido venciendo esas resistencias al cambio con el fin de mejorar, nuestras sociedades seguirían ancladas en la edad de piedra.

La resistencia al cambio hacia unas fiestas y tradiciones con mayor equidad entre mujeres y hombres, viene impuesta por el patriarcado que, a través de la diferencia y con la excusa de la especificidad de esos actos, impide el avance de las mujeres que quieran cambiar el estatus existente.

Esta resistencia a los cambios no entiende de política de partidos porque nos las hemos encontrado y las seguimos encontrando en pueblos y ciudades gobernadas por la derecha y por la izquierda y a quienes les importa más el puñado de votos que se puede perder puntualmente por cambiar alguna cosa para hacer unas fiestas más igualitarias, que la situación de inequidad que se consolida por no querer avanzar un poco.

Sigue sin ser éticamente correcto la situación de exclusión de las mujeres de espacios de toma de decisión en las comisiones de fiestas de los pueblos. Se sigue escondiendo debajo del discurso del “siempre ha sido así” la necesidad de cambios que igualen y respeten por igual a las mujeres y a los hombres en las fiestas y tradiciones de nuestros pueblos y ciudades. Y no es de recibo que, con la excusa de “vamos a pasarlo bien y a divertirnos” no queramos analizar el estrato de sexismo subyacente en la repetición año tras año de esos actos que, no por más repeticiones, van a cambiar solos.

Y todo ello sin entrar a valorar la naturalización con que se llega a tratar las vejaciones que durante la celebración de las fiestas han de sufrir las mujeres. Eso lo dejaremos para otra reflexión.

Es cierto que los cambios siempre suscitan temor y nos pone en alerta para ver qué puede ocurrir. Pero es igual de cierto que se han de crear espacios de reflexión para que esas modificaciones sean hechas desde la consciencia de la necesidad de igualar a las personas, también, en momentos de ocio y culturales. Y si para ello los estatutos de las asociaciones de fiestas del tipo que sean han de modificarse, hágase. Con tranquilidad, después de las reflexiones y discusiones constructivas necesarias para ello. Pero hágase.

Aplaudo la decisión de la dirección de la falla Borrull-Socors de Valencia por caminar en la adaptación de unas fallas más igualitarias entre mujeres y hombres. Esperemos que la Junta Central Fallera, camine en la misma dirección y nos sorprenda modificando también sus estatutos y adaptándolos en el camino de equidad entre mujeres y hombres también en las fiestas.