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septiembre 24, 2018

El renacer del Alto Naya


El 21 de abril de 2001 el Alto Naya vivió la tragedia que trae consigo una masacre paramilitar. El hecho rompió el tejido comunitario creado por los indígenas nasa, campesinos y afrodescendientes que compartían la vida y el trabajo del campo en la región. Este año, después de 17 años, en el mes de agosto, sus pobladores conmemoraron el hecho por primera vez en la vereda Río Mina, -lugar que concentró la violencia paramilitar-, para transformar el dolor en una herramienta colectiva contra el olvido y volver a cultivar sus sueños y esperanzas.

Laura Cerón para el CNMH

El Alto Naya nace imponente en las montañas de la cordillera occidental, entre los departamentos del Cauca y Valle del Cauca y se conecta con el río que lleva su mismo nombre. Antes del 2001, el Naya no conocía la guerra de frente, pero sí sus consecuencias. Desde 1950 recibió a varias familias de indígenas del pueblo Nasa que encontraron en sus tierras fértiles un lugar donde vivir después de la violencia bipartidista. A la parte baja del río, cerca de la desembocadura que termina en el océano pacífico llegaron pueblos afrodescendientes que buscaban refugio desde finales del siglo XVII a causa de la esclavitud. Campesinos, indígenas y afrodescendientes que trabajaban en la parte alta de la montaña andaban días enteros por sus laderas y filos, abriendo caminos para transportar víveres y herramientas hasta organizar los primeros caseríos, entre ellos La Playa, El Playón y Río Mina.

El pasado 3 de agosto, más de 300 personas decidieron volver a recorrer sus caminos para asistir a una fiesta por la memoria. Luego de 17 años, el Cabildo Playón Nasa Naya  organizó la primera conmemoración de la masacre en la vereda Río Mina, lugar que vivió la muerte de varios de sus pobladores el 21 de abril de 2001. Para la comunidad este acto de memoria fue motivo de alegría, pues sentían que estaban cumpliendo un sueño al dignificar el recuerdo de sus seres queridos y reivindicando su derecho a vivir en el territorio.

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* Durante la conmemoración, niños y niñas pintaron piedras con los nombres de las víctimas y las fechas de los asesinatos de la masacre en el Alto Naya que luego harían parte de un memorial que se construyó en Río Mina. Foto por: Carlos Bravo para el CNMH.

¿Cómo entró la violencia al Alto Naya?

Los sueños de las familias que habitaron el Alto Naya con la esperanza de encontrar un lugar tranquilo para vivir se vieron interrumpidos con la llegada de la coca a la región. Según el Análisis de conflictividades y construcción de paz del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la bonanza cocalera que se dio desde la década de los 80 y se desplegó por el sur del país, convirtió las tierras nayeras en una fuente de disputa entre los actores armados. La primera entrada armada la hizo la guerrilla de las FARC y posteriormente el ELN, quienes controlaron la zona durante el periodo de mayor efervescencia.

Las históricas condiciones de exclusión y la creciente demanda de la coca atrajeron a muchas personas en busca de trabajo a la región; sus angostos senderos se transformaron en caminos de herradura por el que diariamente transitaban cientos de mulas para abastecer los caseríos.

Desde 1998, los indígenas nasa buscaron organizar un cabildo como un ejercicio propio y autónomo de gobernanza. Sin embargo, el control que establecieron los grupos armados en la región cobró la vida de varios dirigentes, entre ellos el primer gobernador del cabildo de La Playa, Elias Trochez, quien fue señalado de apoyar a los paramilitares y fue asesinado en el 2000 por el ELN. Para muchos la presencia de los grupos armados en la región siempre fue un motivo de discusión, “ahí comenzó el problema con los grupos armados porque decían que queríamos pasar por encima”, afirmó Alex.

La vida en el Naya sufrió un fuerte impacto con la masacre que llevó a cabo el Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en la región. “Era semana santa y en esa semana no enseñé. En mi escuela no había nadie, los niños ya estaban en su casa. Yo vivía en un caserío cerca y el martes nos avisaron que iban a entrar los paramilitares. Nos dio pánico y miedo porque no los había visto en mi territorio. Según lo que la gente decía era que iban acabando a todo el que se iban encontrando”, afirmó Alex Rodríguez* habitante de la región.

El resto es historia: las armas, las muertes, el dolor y la huída. Aunque esta cifra no está confirmada, los habitantes aseguran que el terror sembrado en Río Mina con la masacre de varios de sus pobladores llevó al desplazamiento de cerca de 3.000 personas a los municipios y ciudades cercanas.

El retorno

Durante los meses posteriores a ese 21 de abril de 2001, varios indígenas se desplazaron forzadamente a Santander de Quilichao, Timba, Buenos Aires y Jamundí. Sin embargo, muchos otros se negaron a abandonar sus tierras y decidieron regresar. Era eso o seguir viviendo en condiciones de pobreza.

Fue así como Río Mina poco a poco volvió a recuperar la vida que tenía antes. Sus habitantes decidieron hacerle frente a la guerra y organizar su territorio. Aunque desde el año 1998 habían formado el cabildo de El Playón, no fue sino hasta el año 2002 que este logro su reconocimiento por el Ministerio del Interior como parte de las múltiples luchas colectivas que emprendieron los indígenas del pueblo nasa. Con este reconocimiento la organización indígena iniciaría un camino para fortalecerse y hacer gobierno propio en el territorio.

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* La guardia indígena de la vereda Río Mina también la integran jóvenes afrodescendientes que habitan la región. Foto por: Carlos Bravo para el CNMH.

Con el tiempo se unieron a los demás cabildos conformados en la región del Cauca y Valle del Cauca e hicieron parte de la Çxhab Wala Kiwe Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN). Día y noche vienen trabajando  para fortalecer su estructura organizativa, recuperar sus prácticas culturales, proyectarse políticamente y actuar de acuerdo a las necesidades de sus habitantes.

Uno de sus sueños es ampliar y fortalecer el proceso de guardia indígena, símbolo de resistencia pacífica entre las comunidades indígenas. En 2016, gracias al trabajo organizativo y con las ventajas que trajo la firma del acuerdo de paz se inició una escuela de liderazgo junto a los otros cabildos de la región para capacitar a la guardia indígena en esta zona del país, además de formarlos como mecanismo humanitario de control territorial, protección y convivencia.

“Ahora uno se siente más protegido por las organizaciones que hay, el cabildo ha sido lo mejor que ha podido pasar en estos momentos. Uno se siente bien con ellos, las Juntas de Acción Comunal también hacen un papel muy grande en la región. Antes no había organización, si hubiese habido esta organización todo hubiese sido muy diferente. Antes no había líderes que nos prepararan física y mentalmente para muchas cosas, no venían las entidades, nada. Uno acá no se daba cuenta de lo que pasaba en el mundo”, comentó Carmen Muñoz*, habitante del Naya.

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Miembros de la guardia indígena de Caloto comparten sus conocimientos a los indígenas de la guardia indígena de El Playón durante la conmemoración. Foto por: Carlos Bravo para el CNMH.

Conmemorando la vida y los sueños del Naya

Durante tres días, el cabildo de El Playón organizó una serie de actos simbólicos que buscaban unir nuevamente a los nayeros y nayeras de la región. El hecho de convocar a los pobladores para recordar y sanar de forma colectiva se convirtió así en una estrategia la para la resistencia y pervivencia en el territorio.

En una ceremonia privada, los familiares de las víctimas recibieron unas mochilas tradicionales del pueblo nasa conocidas como cuetanderas y que son tejidas con lana de oveja. Las cuetanderas se ofrecieron como reconocimiento a los años de dolor, pero también como símbolo de la esperanza que representa el conocimiento ancestral y semilla de esperanza en el futuro.

“Conmemorar me parece muy bonito, muy importante porque le trae a uno recuerdos tristes pero uno se siente acompañado de que alguien está interesado en la región, podemos hablar con alguien que lo escucha. Uno sabe que la región del Naya la tienen en cuenta, no solamente para lo malo, no solamente decir que aquí hay mafia o guerrilla, no. Aquí vivimos seres humanos”, comentó Carmen.

Dentro de la conmemoración también se dieron espacios para dialogar y pensarse la región el Alto Naya. Uno en el que la economía cocalera, las intimidaciones a los líderes sociales y víctimas no hagan parte de su panorama social. Al contrario: que los niños y niñas tengan la posibilidad de crecer en un territorio autónomo y libre de violencia.

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Desde el retorno a Río, las mujeres han participado en la defensa del territorio desde espacios como la guardia indígena. Foto por: Carlos Bravo para el CNMH.

“El sueño mío a corto plazo es tener un colegio bueno, que desde el prejardín los niños aprendan la cultura naya, donde uno pueda decir ‘vea, este año salen 50 bachilleres del Naya’, que haya un enlace para que vayan a la universidad. Quisiera que la gente pensará diferente Quisiera que la juventud no sólo pensara en dinero. Mi sueño es que el Naya sea un lugar donde se respeta la cultura, las diferentes etnias, un lugar donde uno lucha por lo  que siente y anhela”, afirmó Fernando.

Con cantos, poesías, plantas medicinales y pinturas en piedras simbólicas, el pueblo nayero de Río Mina recordó por lo alto a sus víctimas. Con dolor, pero también con la esperanza de ver su pueblo fortalecido.


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