Menú

Entérate

agosto 2, 2018

Mujeres de ébano: secretos de belleza milenarios desde el desierto de Namibia


En un territorio en el que escasea el agua, esta se destina al baño de los hombres. Las mujeres himba utilizan humo para limpiarse y mimarse a diario.

Bien vale seguir la senda menos recorrida para encontrar parajes, historias y seres inolvidables.

Hace poco viví una de estas aventuras en Namibia, África. Camino al Parque Nacional de Etosha, famoso por su fauna salvaje, nuestro guía, Sebastien Mayer, sugirió que nos detuviéramos en una pequeña aldea, Omapaha, donde habitan los himba.
Los himba son la última comunidad nómada del sur del continente africano.  Un grupo de hombres y mujeres de impactante belleza y calidez humana, que sobreviven en la aridez de este paisaje casi desértico, aferrándose a su legado cultural.

Maravilladas por su alegría, sencillez e impactantes costumbres –además de su piel de ébano, radiante por sus rutinas de protección y cuidado–, estuvimos en Omapaha un buen rato, para compartir relatos y aprender de sus tradiciones milenarias.

Aquí está un poco de lo que descubrimos entre risas y traducciones entrecortadas (su idioma es el otjihimbay), en las que siempre estuvo el deseo de conectarnos unas con otras y mantener un diálogo espontáneo y enriquecedor entre mujeres.

La vida cotidiana

En el último siglo, los himba han sobrevivido desde un genocidio masivo, organizado por las autoridades coloniales alemanas, hasta una grave epidemia que acabó con el ganado, su fuente de sustento y riqueza. Poco a poco, han tenido que acomodarse a la nueva realidad política y geográfica, para establecerse en pequeñas aldeas con sus familias y animales.

A nuestra llegada a una de esas aldeas, primero nos detuvimos en la pequeña escuela, creada para enseñar a los niños a leer y escribir en el idioma oficial de Namibia. Los jefes de la comunidad deciden quiénes asisten a clase y quiénes van al campo a aprender el oficio de los mayores.

Nos encontramos preciosos niños y niñas aprendiendo a contar, que no tardaron en mostrarnos cómo debíamos saludar a sus madres cuando pasáramos a verlas.

De allí recorrimos una senda árida bajo el sol de la tarde para llegar a la aldea, en la que solo encontramos mujeres. Los hombres, a esa hora, pastoreaban su ganado. El poderío de un miembro de la comunidad depende de la cantidad de cabezas de ganado que posea. De ahí se amplían sus posibilidades de mantener varias esposas para procrear numerosos hijos que les ayuden con el trabajo en el campo.

Protección del sol: para cuidar su piel, las mujeres preparan una pasta hecha de manteca, ocre, o tierra, y barro.

Sus viviendas, construidas en forma circular, en torno al kraal (o corral central en el que se protege el ganado en las noches), están hechas de una mezcla de barro, excrementos de animales y madera de mopane (árbol que crece en lugares cálidos y secos).

Fuera de las chozas empezó nuestra visita con estas hermosas mujeres que preparaban su comida junto al fuego. Su dieta se basa en granos (como el maíz), tubérculos (como la malanga), huevos, leche y carne en ciertas ocasiones. Todas lucen fuertes y saludables, a pesar de que realizan los trabajos más arduos: acarrear el agua y la leña, reparar las viviendas, preparar  los alimentos y cuidar a los pequeños.

La expectativa de vida en estas condiciones es realmente corta –40 o 50 años en las mujeres–, pero ellas, ajenas a otros mundos y orgullosas de su labor, no parecen preocuparse por el futuro, habitan serenas el presente. El hoy es lo primordial.

Peinados singulares

Todas son esbeltas y hermosas. Llevan aparatosos peinados que parecen tocados inspirados en la fauna local de las planicies africanas. Su elaboración requiere horas enteras: una vez se trenza el cabello, se recubre con una mezcla especial de manteca y ocre o tierra.

Cuando las niñas no han llegado a la pubertad, este peinado consta de dos trenzas tejidas hacia adelante en la parte superior de la cabeza.

Con la llegada de la adolescencia, se añaden más trenzas. Luego, tras su ceremonia matrimonial y el nacimiento de su primer hijo, se les permite usar una pieza ornamental llamada erembe, elaborada en cuero por ellas mismas.

El método de protección solar 

Para cuidar su piel del sol recalcitrante, las mujeres preparan otra pasta hecha de manteca, ocre, o tierra, y barro. La aplican de pies a cabeza. Es sorprendente ver su cuerpo cubierto por esta mascarilla que les da un tono cobrizo especial y además las hidrata y les ayuda a transpirar menos. Parecen recién maquilladas con polvos minerales, de esos que en tiendas de las nuestras valen una fortuna y que allí, simplemente, los provee la madre naturaleza.

Conexión femenina: una vez les mostré las fotos de mi hija, se sintieron más cerca de mí como mujeres.

Ellas dicen que este tono rojizo simboliza su unión con la tierra, que les ofrece vida y sustento, pero también representa el color de las sangre, que les recuerda que están vivas.

Esta pasta, llamada otjize, se aplica dos veces al día, según sus actividades. Con frecuencia le  añaden hierbas aromáticas, como la salvia africana –que crece allí, salvaje, en las praderas–, para darle un aroma fresco a su piel.

Son rostros en los que no hay un trazo de acné o grasa excesiva. Son luminosos y siempre llevan una sonrisa radiante, de dientes más blancos que esa nieve que sus ojos nunca han visto.

Me preguntan en su idioma si tengo hijos y les cuento sobre mi niña, Victoria. Se sorprenden con las fotos del celular donde aparecemos con nuestro labrador amarillo, Goldy, en medio de un campo nevado, montando en trineo.

Los hijos crean una conexión inmediata y sus chiquillos corren a nuestro alrededor mientras ellas nos muestran sus joyas, sus ropajes, y admiran los nuestros. Ni una mínima gota de sudor cae por sus cuerpos o rostros, en cambio, mi camiseta de algodón ya está empapada sin remedio.

Mientras las observo, pienso que los polvos y los cosméticos minerales, que tanto recomiendo para pieles con tendencia al acné, volverán a ser parte de mi rutina de verano.

Al investigar un poco más sobre los componentes del barro, el ocre y la arcilla que utilizan, descubrí que minerales como la hematita, derivada del hierro, es la responsable de protegerlas del sol, reducir el crecimiento de vellos corporales e incluso repeler insectos. La grasa animal les provee la hidratación que la piel necesita. Es una poción mágica que logro aplicar sobre mi piel para probarla. No huele, no irrita y tiene un sutil aroma a hierbas frescas.

Baño de humo 

Me impactó aprender, en medio de este calor implacable, que estas mujeres de ébano no se bañan nunca.  Si de niñas pueden chapotear en algún riachuelo, en épocas de lluvia –aunque el agua es escasa en este país desértico–, la tradición les enseña, una vez llegan a la pubertad, a limpiarse y mimarse a diario con humo. Es un ritual tan bello como simbólico que se hace al alba, a la salida del sol. El baño, con la poca agua disponible, está destinado a los hombres.

 

P1010627

Una de las esposas del jefe de la comunidad nos muestra en su choza, con parsimonia y encanto, cómo el humo recorre y refresca sus axilas, su cabello y, por último, sus zonas íntimas, cuando se sienta en un pequeño taburete y coloca el humo debajo.

Diseño textil

Mientras que los hombres visten con trapos anudados a la cintura, sandalias básicas y el cabello peinado a manera de turbante, cuando son de alto rango, las prendas femeninas –elaboradas con técnicas sorprendentes– podrían hacer parte de una pasarela y serían dignas de la admiración de un Alexander McQueen o un Jean Paul Gaultier, por su sensualidad intrínseca.

Son arneses con faldas cortas, cortados y cosidos por ellas mismas, en pieles de becerro. Las tiras, repujadas con metal, en algunos casos, recubren su torso, pero dejan los senos siempre al descubierto, sin importar la edad.

En los tobillos usan mallas de metal para protegerse de las mordidas de serpientes y que indican el número de hijos que tienen.

Imposible no admirarlas con sus trajes de guerreras de la vida, estoicas, atractivas, seguras de su sensualidad. Las fotos lo demuestran todo.

Joyas y accesorios

Aparte de sus originales tocados en la cabeza, el estatus social dentro de la comunidad se aprecia por la joyería que ostentan.
El collar en forma de cuerno que lucen varias mujeres indica que son casadas. En sus muñecas usan diversas pulseras y en la cabeza, tiaras.

Compramos algunas de las piezas que ellas fabrican. Todavía llevo a diario uno de sus brazaletes, que uso para no olvidar nunca que, por arduas que resulten ciertas circunstancias, la vida siempre florece, se renueva y continúa.

Religión 

Cada mañana, para comunicarse con su dios, utilizan el fuego sagrado (okuruwo) –que arde constante fuera de la choza del jefe y cerca al corral céntrico donde pernocta el ganado para estar protegido del ataque de las fieras– que les conecta a sus venerados ancestros. A medida que el humo sube al cielo, se elevan sus plegarias al dios supremo, Mukuru.

Siempre hay una responsable de mantener este fuego ardiendo. Para celebrar esta fiesta de calor y vida, las mujeres danzan vigorosamente, aplauden, saltan y entonan canciones.

Tienen muchos motivos para orar y confiar en la protección divina para su supervivencia.

Sobrevivir contra todos los pronósticos

Esa es la tarea diaria y la consigna para el futuro. El gobierno de Namibia, en épocas recientes, propuso la construcción de la represa hidroeléctrica Epupa, en el río Cunene, lo cual llevaría a la inundación definitiva de sus tierras ancestrales.

Los líderes himba se han opuesto radicalmente al proyecto por considerarlo una amenaza que acabaría con sus tradiciones y su espacio vital. Hasta el momento han tenido buena acogida, pero no hay nada definitivo aún, aparte de la realidad inminente de la prevalencia de la tecnología que podría imponerse.

Estilo: imposible no admirarlas con sus trajes de guerreras de la vida, estoicas, atractivas, seguras de su sensualidad. 

El agua es vida, así que es probable que en países como Namibia, en los que además es un lujo,  se sacrifique una cultura, como la himba, en pro de ese líquido sagrado. En un futuro, los miembros de esta comunidad tal vez sean reubicados en pequeñas poblaciones sedentarias donde su vocación nómada quedará en el pasado.

Cada experiencia de nuestro viaje fue irrepetible. Cada conversación, única. Hoy agradezco a las mujeres de ébano, que me contagiaron con su magia y me recordaron el sentido de la vanidad femenina.

Verlas arreglarse para ellas mismas, para mantenerse bien y para protegerse –no necesariamente para conquistar a sus hombres–, reforzó el placer que siento cada mañana cuando me miro al espejo y escojo cómo quiero vestir y maquillarme.

Gracias a ellas también volvieron a aparecer en mis estantes de belleza las mascarillas de arcilla o de barro, con las que embadurno religiosamente mi rostro y cuerpo una vez por semana.

Nunca olvidaré sus pieles radiantes, tan sanas por su estilo de vida y por los beneficios que les aporta la madre tierra. Tampoco olvidaré la franqueza y la amplitud de sus sonrisas, que traje atrapadas en mi corazón y en un pequeño estuche elaborado con piel de cuerno de vaca, donde aún queda algo de su pomada mágica, de su olor a África.

FUENTE: EL ESPECTADOR


Más Noticias