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mayo 21, 2018

Cuando dejamos de ser princesas para ser nuestro propio príncipe azul


El amor romántico ha sido la estrategia patriarcal para que las mujeres sintiéramos el deseo de encontrar una media naranja o alma gemela. Otra persona, que casualmente era un hombre, nos aportaría lo que nos faltaba: nosotras mismas estamos incompletas sin una figura masculina.

Hemos pasado siglos buscando un príncipe azul que nos convirtiera en princesas de cuentos de hadas, ese ser único y especial, que aporta en nuestras vidas lo que por nosotras mismas somos incapaces de conseguir. Hasta que llegó el feminismo a informar sobre los mitos del amor romántico, los cánones de belleza, el mito de la libre elección, los roles y estereotipos de género… básicamente lo que hizo el feminismo fue empezar a analizar cómo nos sometían a ser esclavas y sumisas de los deseos masculinos.

Hoy, en cambio, nos encontramos con el falso empoderamiento de la mujer en singular, cuando el empoderamiento debe ser de las mujeres —ya que somos un colectivo oprimido—, y no de individuos particulares. Ahora, gracias a este supuesto “empoderamiento”, somos nosotras nuestro propio príncipe azul. Esto suena maravilloso a simple vista: la mujer es independiente de los hombres y sus deseos ¿o no?.

Podemos auto-declararnos feministas; “mis acciones son feministas puesto que yo soy feminista”, de esa manera, cuando hablamos por ejemplo de maquillaje, afirmamos que nos maquillamos para nosotras mismas: “yo me maquillo porque me gusta verme bien”, ¿sin maquillaje te ves o sientes mal?, ese maquillaje, ropa o dietas que podemos realizar, casualmente está relacionado con los cánones de belleza, que ahora el neoliberalismo nos vende como diversidades. El modelo la Barbie hace tiempo que pasó de moda y ahora elegimos entre una gran variedad de cánones de belleza: puedes ser una Kim Kardasian, Angelina Jolie, Beyonce, Kirsten Stewart, Charlize Theron… podría seguir nombrando a mujeres de todas las razas y edades, que son diversas. Esto no es porque hayamos avanzado como feministas, esto es cultura de la pornografía; los hombres necesitan un catálogo más amplio de mujeres que desear. Ya no quieren un prototipo de mujer, quieren todo tipo de mujeres al servicio de sus deseos.

Pero no es cuestión de señalar individualmente lo que hace una mujer, el feminismo es una lucha colectiva. No vivimos en un patriarcado coercitivo que nos exige salir a todas con burkas o con uniformes, vivimos en patriarcados de consentimiento; las mujeres dejamos de trabajar para ser madres “libremente”, nos maquillamos “libremente”, tenemos deseos de sumisión “libremente”. Estamos siendo esclavizadas “libremente”. Nosotras mismas, con el discurso de la libre elección, le hacemos el trabajo sucio al patriarcado. No deberíamos enfocarnos en defender nuestras acciones individuales, puesto que en muchos casos no nos queda otra que amoldarnos al sistema en el que vivimos aunque sepamos la violencia que ejerce sobre nosotras. Cuando surgen estos temas siempre aparece la misma pregunta: ¿y entonces la solución es no maquillarse?; pues no, la solución no es no maquillarse o que todas dejemos de maquillarnos, eso son acciones individuales.
Lo que debemos analizar es la raíz, el origen de por qué somos las mujeres las que modificamos nuestro cuerpo, qué implica en nuestra vida social y sobre todo por qué seguimos viéndonos obligadas a realizarlo aunque sea para nosotras mismas.

Lo mismo ocurre con el debate de las fantasías sexuales; “hay fantasías fuera de lo patriarcal”, aseguran. Hablan del patriarcado como un ente o cuerpo etéreo que flota sobre nuestras cabezas. Así, los sistemas patriarcales son místicos, en lugar de estar configurados por todas las personas que estamos dentro del sistema.
Si el sistema opresor no existe, nuestras opresiones dejan de existir. Si nuestro análisis deja fuera el hecho de que todas las mujeres, en mayor o menor medida, somos obligadas socialmente a desear maquillarnos, a tener una sexualidad basada en la sumisión y la violencia; cuando convertimos todas estas imposiciones en meras preferencias casuales, la mujer deja de ser una persona que piensa, siente y actúa, y se la deshumaniza negando el hecho de que exista violencia hacia ella y en consecuencia es imposible que las mujeres nos identifiquemos como clase oprimida.

El peligro de pasar de ser princesas a ser nuestro propio príncipe azul, es que dejamos de ser sujeto oprimido, dejamos de ser víctimas de un sistema que nos obliga y le hacemos el trabajo sucio al patriarcado hablando de libre elección, cuando la realidad es que vivimos inmersas en todo un sistema que elige por nosotras sin que nos demos cuenta.

FUENTE: TRIBUNA FEMINISTA


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