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febrero 9, 2018

El clóset ideal para universitarias incluye minifalda


La indignación que causó la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB) al recomendar ciertas prendas a sus estudiantes, nos llevó a preguntarnos si es posible hacer un manual de estilo para la U.

De acuerdo con la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), en Medellín, una de las preguntas más recurrentes entre sus “primíparos” es ¿qué me pongo para ir a la universidad? Según ellos, esa fue la motivación detrás del artículo “¿Cómo vestirse para la ir a la universidad?”, que se publicó el pasado 30 de enero en el portal de noticias de la institución.

En el artículo, que estaba dirigido a las mujeres, la universidad recomendaba no asistir con ropa demasiado apretada, con leggins –pero gruesos– y se pedía “usar ropa discreta”, pues “no hay nada más incómodo que distraer la atención de tus compañeros de clase y profesores. Para eso te sugerimos evitar utilizar escotes profundos, faldas cortas o ropa muy ajustada al cuerpo”.

La publicación se viralizó y el jueves, estudiantes –hombres y mujeres– decidieron ponerse faldas para entrar en el campus. La UPB respondió con dos escuetos comunicados en los que lamentó si el texto había ofendido a alguien “por la interpretación dada” y dijo que buscaban “dar algunas recomendaciones generales sobre la comodidad en el ambiente universitario”. Dijo, además, que no había intención alguna en imponer un código de vestuario.

Si un estudiante me pregunta qué debe ponerse, yo le respondería: ‘Vístase con lo que se le antoje, que usted esté tranquilo con lo que se pone'”. William Cruz, experto en historia del arte y de la moda. Para la UPB, “la interpretación dada” tiene que ver con las críticas que hicieron estudiantes, periodistas y expertos de género respecto al carácter sexista del mensaje. Para historiadores del arte y el vestuario, lo que esconden las recomendaciones de la universidad va mucho más allá de una simple interpretación.

“Lo cierto es que lo que está haciendo la universidad nos remite a una práctica histórica de vigilar el cuerpo femenino para mantener regulado y calmo el deseo masculino”, dice Angélica Gallón, editora de moda de Univisión y profesora de historia de la moda. No es una cosa nueva: en el siglo XIX, cuenta Gallón, las faldas de crinolina –esas faldas anchas con varillas– eran tan ligeras que bastaba una brisa breve para dejar al descubierto las pantorrillas de las mujeres. ¿Cuál fue la solución? Alargar la ropa interior de las mujeres hasta los tobillos.

En ese sentido, para Gallón, “la UPB está operando bajo las mismas prácticas. Lo que en el fondo están diciendo es que la única forma de que no haya afrentas a la moral es vigilar la ropa de las mujeres”. Si la mujer se saliera de esa vigilancia, algo raro estaría buscando: “¿y usted qué tenía puesto?”, es una pregunta que todavía se hace a muchas víctimas de violencia sexual.

“Cuando la U dice que no se lleve escote profundo ni falda, reafirma la idea de que las mujeres deben seguir normas claras para habitar los espacios públicos, porque si no lo hacen, corren peligro”, explica. En cierto sentido, se trata de la vieja práctica de culpabilizar a las mujeres por asuntos como el acoso callejero o la violación, en los que los únicos culpables son quienes acosan.

La consecuencia, explica Gallón, es que las mujeres dejan de ser las únicas dueñas de sus cuerpos: al parecer, todo el mundo puede opinar –con un silbido, una grosería o una agarrada de teta– sobre ese espacio íntimo y privado.

Un manual para universitarios debería enfocarse en la practicidad del estudiante y en los atributos funcionales de las prendas. Es decir, debería tener en cuenta el clima de la ciudad, por ejemplo, a la hora de recomendar tejidos”. Diana Lunareja, diseñadora de vestuario, comunicadora de moda y bloguera. 

Sofía Díaz, integrante de los colectivos PACA y No es Normal, de la Universidad de los Andes, ve un problema más en la publicación: que pretende decir cuáles códigos de vestuario son adecuados, y que desconoce que “la vestimenta refleja la identidad de las personas”. “No deberían decirle a los estudiantes que sigan cierto estándar de belleza, o que se sometan a mostrarse de cierta forma, tratando de reflejar la perteneciente a cierto grupo social”.

El problema de esta guía, dice Diana Lunareja, diseñadora de vestuario, es que en lugar de dar recomendaciones para que la gente esté cómoda en el campus, tiene “indicaciones completamente descontextualizadas de las luchas de las mujeres para ser respetadas sin importar lo que se pongan”.

Por eso, les preguntamos a expertos de moda y activistas si todavía debería existir un “debería” a la hora de vestirse.

“A estas alturas es apenas risible que una institución asuma que puede controlar la forma como se visten las personas. Porque es una cosa de derechos humanos”, Érika Rodríguez Gómez, consultora para ONU Mujeres y abogada.

“Un universitario debe vestirse como se sienta cómodo. Una institución educativa no puede confundir su verdadero quehacer con sus valores católicos”. Alejandro Vallejo Torres, periodista con énfasis en moda.

En el siglo XXI, en el 2018, seguir con estas cosas es terriblemente obsoleto. Las mujeres se pueden vestir como quieren, más si están en tierra caliente. Pero los compañeros, los hombres, también deberían protestar, porque los hacen parecer como que no pueden controlarse, como animales, y eso es insólito”, Florence Thomas, feminista y psicóloga.

“No puede haber un código de vestuario dentro de una universidad. Esos son espacios de respeto y los códigos de vestuario nunca son neutros. Son políticos, están basados en clase, en género, en sexualidad”, Diana Ojeda, investigadora del área de estudios feministas y de género del Instituto Pensar.

“¿Por qué son tan peligrosas unas piernas y unos senos expuestos? Si la universidad fuera más segura, no habría riesgo en ir vestidas como quisiéramos”. Angélica Gallón, editora de moda de Univisión.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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