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septiembre 4, 2017

Seis increíbles mujeres colombianas que rompieron el molde


El nuevo libro de Myriam Bautista recopila los perfiles de seis colombianas que rompieron el molde cuando la sociedad aún miraba a las mujeres independientes con recelo. Hoy influyen a las nuevas generaciones.

Durante los años cuarenta, según cuenta una famosa anécdota, el obispo de Me-dellín, Joaquín García Benítez, llamó a la pintora antioqueña Débora Arango a su despacho para reclamarle por pintar mujeres desnudas en sus óleos. Cuando ella le explicó que el maestro Pedro Nel Gómez, uno de los artistas colombianos más reconocidos de la época y uno de sus profesores, hacía lo mismo, el sacerdote le respondió con una frase lapidaria: “Pero él es hombre”. Débora le preguntó si había pecados para mujeres y pecados para hombres, y ante el silencio del jerarca, salió de allí, volvió a su casa y siguió pintando.

Esta historia sirve de ejemplo de todas las presiones que sufrió durante su juventud la que hoy algunos consideran la artista colombiana más importante del siglo XX. En ese entonces era una joven desconocida e ignorada por muchos de los exponentes del arte nacional, que repudiaban sus desnudos, sus representaciones de la miseria en la ciudad y sus sátiras políticas, a las que consideraban pornográficas y obscenas.

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De hecho, y a pesar de su prolífica obra, Débora expuso muy poco, vendió solo algunos cuadros y constantemente recibió críticas de políticos, religiosos y asociaciones de mujeres que defendían la moral. Así que se recluía en su casa y pintaba para sí misma. Solo cuando bordeó los 80 años, en 1984, el Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), encabezado por Alberto Sierra, decidió sacarla del olvido y hacerle una retrospectiva. Así comenzó su gloria: se hicieron exposiciones en todo el país y los críticos comenzaron a considerarla una de las más grandes del arte nacional.

La historia de su vida hace parte de Rebeldes, el nuevo libro de la escritora y periodista Myriam Bautista González, conocida por sus muchos amigos como la entrañable “compañera”, que reúne los perfiles de seis mujeres que rompieron los esquemas y lograron destacarse en distintas áreas cuando gran parte de la sociedad rechazaba a cualquier mujer que no siguiera la regla tácita de ser ama de casa. Junto a Débora están Soledad Acosta de Samper, la gran escritora colombiana del siglo XIX; María Cano Márquez, la abanderada de las luchas sociales durante los años veinte; Emilia Pardo Umaña, periodista que logró ir más allá de las páginas sociales; Cecilia Cardinal de Martín, pionera en el tema de la sexualidad femenina; y Virginia Gutiérrez de Pineda, la socióloga que estudió por primera vez a fondo a las familias colombianas.

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“Al inicio del proyecto me propusieron mezclar mujeres de antes y de ahora –cuenta Bautista–. Pero a mí me pareció mejor escoger a seis que ya no estuvieran vivas y que sus huellas fueran visibles en distintos campos”. Así que durante nueve meses se dedicó a investigar en documentos, a hablar con familiares y amigos y a leer o escuchar entrevistas. Al final encontró a líderes que, además de haber muerto hace un tiempo, compartían otras características: vivieron durante finales del siglo XIX y comienzos del XX, una época en la que los derechos de las mujeres aún eran un tabú y la sociedad, en Colombia y el resto del mundo, era machista. Y también, a pesar de haber logrado avances palpables en sus respectivos campos, poco después de morir terminaron olvidadas o menospreciadas, muchas veces por sus propios colegas, amigos y familiares.

Eso le pasó a Emilia Pardo Umaña, una joven de la alta sociedad bogotana que, aburrida de la vida familiar y social de las mujeres de su época, se apuntó a trabajar en el diario El Espectador, en 1934. Allí empezó cubriendo la sección de vida social, en donde escribía sobre matrimonios, bautizos, fiestas de 15 años y cocteles, pero pronto quiso dar el salto a las páginas de noticias y opinión, para entonces exclusivas de los hombres. Lo logró y fue la primera periodista colombiana con escritorio propio en una sala de redacción. Pasó por El Tiempo, El Siglo y El Mercurio, tuvo un espacio en la radio, lideró la fundación del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) en 1945, y sus columnas (de tinte político) eran de las más leídas y comentadas. Pero después de su muerte, pocos solían destacarla cuando recordaban a los grandes periodistas de su época.

“Yo ya había escrito una pequeña biografía de ella en los años noventa –recuerda Bautista– y en esa época hice unas 30 entrevistas a periodistas que la conocieron y a personas que la leyeron. Y casi todos me decían que era una vieja chistosa, que le gustaba tomar trago y hacer apuntes jocosos, pero que no investigara su vida porque no valía la pena el esfuerzo. Pero cuando me puse a revisar la prensa de la época, las controversias que causaban sus columnas salían en las primeras páginas y todos los columnistas hombres, como Enrique Santos Montejo, Calibán, la referenciaban”.

Algo similar sucedió con Soledad Acosta de Samper, quien entre 1833 y 1913 escribió 48 cuentos, 43 ensayos, 21 novelas, 21 libros de historia y 4 obras de teatro. No solo fue una de las escritoras más prolíficas del siglo XIX en Colombia, sino que estudios recientes ubican su obra entre las más importantes de la época en el país. Pero hoy pocos la conocen o la leen –a pesar de que versiones digitales de sus libros se consiguen gratuitamente en la Biblioteca Nacional–, y si no fuera por investigadoras que se han especializado en su obra, hoy ni siquiera haría parte de los listados de escritores colombianos decimonónicos.

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También Virginia Gutiérrez de Pineda, una de las pioneras de la antropología en Colombia, que hoy aparece en los billetes de 10.000 pesos, vivió una discriminación similar. Ella recorrió el país para estudiar a las comunidades indígenas, algo que jamás había hecho una mujer. Además fue pionera en hacer estudios sobre la medicina antropológica, la conformación de las familias colombianas, las razones de la mendicidad infantil y las vidas de las personas en los barrios populares. Pero hasta hace unas pocas décadas aún la excluían de las recopilaciones de los antropólogos y sociólogos más importantes.

Incluso en el caso de la líder sindical María Cano, una de las más conocidas, los libros de historia se referían a ella en pocas líneas y solo desde los años noventa salieron películas y grandes biografías de su vida. “Esta es una sociedad patriarcal con una mentalidad machista que escatima y es miope con el trabajo de las mujeres. Yo diría que pasa aún hoy, en pleno siglo XXI”, afirma Bautista.

Esa mentalidad muchas veces influyó a las mismas protagonistas, que vivían una dualidad entre su vida familiar y sus logros profesionales. Débora Arango, según cuenta el libro, a pesar de sus obras provocadoras era una mujer de misa diaria, muy católica, que se quedó viviendo con sus papás y cuidó a su padre durante sus años de enfermedad. María Cano se retiró al final de su vida por petición de su esposo e incluso, como lo muestra Bautista, él llegó a responder las entrevistas por ella teniéndola al lado. Y Virginia Gutiérrez dijo alguna vez que se arrepentía de haber abandonado su vida familiar, de mamá, por el trabajo.

Estas son las historias que reúne Rebeldes: un grupo de mujeres ejemplares que cambiaron las cosas cuando todo les era adverso.

FUENTE: SEMANA


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