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julio 16, 2018

Las mujeres en el ‘boom’ latinoamericano: o invisibles o asistentas


El ‘boom’ tuvo sus hitos incontestables, pero también mandó a las tinieblas a autores poco interesados en escribir la gran novela latinoamericana y a mujeres a menudo asfixiadas por el machismo y el canon literario de la época. «Cuando veo ‘Mad Men’, identifico a Don Draper con la imagen del escritor del ‘boom’, exitoso, convincente, trajeado y encorbatado, fumando y bebiendo whisky, hablando de negocios, arte o política, mientras a su alrededor orbitan mujeres vulnerables», disparó el escritor Iván Thays, que definió el movimiento como un club que no admitía señoras. En restitución, aquí van unos cuantos nombres que están siendo rescatados del ninguneo o la chanza despiadada que recibieron en vida.

CLARICE LISPECTOR: «El odio era un vómito que los libraba del vómito mayor: el vómito del alma»

Clarice Lispector, hija de refugiados ucranianos judíos que llegó a Brasil con apenas dos meses de vida, sacaba tiempo de donde podía para escribir. Su hijo Paulo, fruto de su matrimonio con el diplomático Maury Gurgel, suele recordarla con la máquina de escribir sobre el regazo, tecleando absorta en medio del salón, mientras a su alrededor los niños correteaban, el teléfono sonaba y la asistenta pasaba la aspiradora. Se hacía difícil determinar si, en el centro del torbellino doméstico, Lispector -que no sabía freír un huevo y los quehaceres cotidianos le importaban un pito- perfilaba una de sus columnas en las que, con pseudónimo y para ganarse la vida, prescribía recetas y consejos de moda o belleza, o bien se encontraba resbalando por una de esas pendientes introspectivas, conflictivas e inquientantes en las que iba en busca de la «palabra-cebo» que, como ella misma decía, le permitía «captar la entrelínea, algo que está más allá del lenguaje».

“¡Se muere mi personaje!”, gritó a la enfermera poco antes de fallecer

La escritora (1920-1977), que con 9 años perdió a su madre a causa de una sífilis que había contraído cuando unos soldados rusos la violaron en grupo, falleció de cáncer de ovarios a los 57 años. «¡Se muere mi personaje!», gritó a la enfermera. Quizá pocas personas fueran tan conscientes como ella de la obra abisal, desconcertante y experimental que dejaba tras de sí («sé un montón de cosas que nunca he visto», decía) y que en los últimos años ha dejado, por fin, los márgenes rumbo a la catedral del canon literario del siglo XX. Una de las primeras en vindicarla, la filósofa francesa Hélène Cixious, definía así sus laberintos y océanos interiores: «Si Kafka fuera una mujer; si Rilke fuera una escritora brasileña judía nacida en Ucrania; si Rimbaud hubiera sido madre y hubiera llegado a cumplir 50 años; si Heidegger hubiera sido capaz de dejar de ser alemán… En este ambiente escribe Lispector».

ELENA GARRO: «Si los intelectuales son revolucionarios, yo soy antirrevolucionaria»

Podría decirse que la vida de Elena Garro es una madeja imposible de desenredar, un mensaje encriptado autodestructivo e irresoluble. La madre maldita del realismo mágico -ella siempre renegó de la etiqueta por «mercantilista»- y uno de los pulsos más brillantes y feroces de Latinoamérica asiste últimamente -y desde la tumba- a una exhumación literaria que intenta mirar, por fin, más allá de sus problemas mentales y de su insano matrimonio con Octavio Paz, del que llegó a decir: «Yo vivo contra él y escribo contra él (…). Todo, todo, todo lo que soy es contra él».

De verbo aniquilador -«es tan grande el poder de su veneno que se han intoxicado hasta los bañistas del mar de Mármara», dijo de ella Carlos Fuentes una vez que le dijeron que se hallaba en Cannes-, se enfrentó a los intelectuales de izquierdas por, según ella, desdeñar la causa indigenista («si ellos son revolucionarios, yo soy antirrevolucionaria»), al mismo tiempo que, tras la matanza de Tlatelolco de 1968, se prestó a colaborar con la policía secreta, como consta incluso en informes de la CIA.

La escritora es una madeja imposible de desenredar, un mensaje autodestructivo y encriptado

Tras el siniestro episodio, huyó de México y parece que de sí misma, y se afincó junto a su hija Helena en Europa. En el papel que les tocó jugar, el poeta, cuya egolatría podía resultar asfixiante, pasaba por ser el intelectual respetado. Ella, el peligroso abismo. «Octavio buscó siempre el ascenso, yo no he hecho más que meter la pata», dijo años después sobre una errática trayectoria marcada por sus delirios persecutorios y por el irrespirable machismo de la época. “En México -dijo en una ocasión-, por el simple hecho de ser mujer, todo queda invalidado, todos se confabulan para ver cómo te dañan”.

De vuelta a México en 1993, la mujer que según Elena Poniatowska «amaba y odiaba en la misma respiración» y era «mágica y adictiva, pero vivía contra sí misma», acabó sus días malviviendo en una pocilga de Cuernavaca junto a su hija, su perra Enriqueta y 37 gatos. Sin un duro pero envuelta en un abrigo de piel de pantera, pedía dinero a todo el que se acercaba y, aquejada de un enfisema pulmonar, mataba el hambre, y su vida, a base de Coca-cola, cigarrillos y café. Con este historión y una obra incontestable, ¿adivinan cómo promocionó la editorial Drácena la última reedición de ‘Reencuentro de personajes’? «Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges».

ROSARIO CASTELLANOS: «El trabajo no me ha herido como el amor y la convivencia»

El legado de la mexicana Rosario Castellanos (1925-1974) llega hasta hoy con una dualidad estremecedora. En sus ensayos, novelas y artículos periodísticos, pulsó con lucidez desde el desencaje de las mujeres en un mundo de hombres hasta la «espantosa» opresión en Chiapas, empresa que le costó, por cierto, ser tachada de «provinciana y caserita». Incluso en su doliente poesía, apuntaba Elena Poniatowska, «hacía abstracción, trazaba signos; al descifrarse, descifraba el mundo». Pero, ay, sus cartas. Su correspondencia es el reverso doloroso de un intelecto bien armado, una carta de amor desesperado que se alarga 17 años, los mismos que duró su convivencia con el profesor Ricardo Guerra.

Así, sus escritos dan cuenta de una infancia desdichada, de abortos, de la muerte de una niña recién nacida, de la crianza de su hijo, de la vara feroz con la que se psicoanalizaba, de sus intentos de suicidio, y de un amor tóxico y no correspondido al que ella, lectora de Simone de Beauvoir, respondía flagelándose y tirando de buena cara y tranquilizantes. Poco a poco, sin embargo, se fue recomponiendo. Y tras años convirtiendo «sus celos patibularios en un refinado instrumento de tortura», sigue Poniatowska, logró echar la culpa y las dependencias por el desagüe y, en 1971, firmó el divorció. Tres años más tarde, siendo embajadora en Israel, murió electrocutada al contestar el teléfono tras salir de la ducha. Un despiadado final para alguien que «siempre fue ninguneada en los medios culturales por gente harto inferior a ella», apuntilla el cronista José Joaquín Blanco.

MARÍA LUISA BOMBAL: «La muerte es una aventura que me parece más accesible que la huida»

«Juan Rulfo no existiría sin María Luisa Bombal», afirmaba días atrás la escritora Núria Amat, en alusión a la novela ‘La amortajada’, escrita 16 años antes que ‘Pedro Páramo’ y sobre una mujer fuerte y de vida azarosa que, de cuerpo presente, ajusta cuentas con quienes la están velando. Sin embargo, mientras Rulfo se fue convirtiendo en el mítico padre del ‘boom’la figura de Bombal (1910-1980), formada en la Sorbona, quedó eclipsada por el morbo que provocaba una vida que transitó entre Sudamérica, Europa y EEUU, y que estuvo cuajada de alcoholismo, intentos de suicidio y relaciones tormentosas en las que no faltó un tiro en el brazo al que fue su primer y gran amante. Teniendo en cuenta el historial de sus colegas de artículo, imaginarán que murió consumida y sola, en la habitación colectiva de un hospital de Santiago de Chile. Sin embargo, a los 17 años de su muerte, se publicaron sus obras completas y los estudios de género se han empleado en excavar su figura.

NÉLIDA PIÑÓN: «La familia es lo único que mata»

La escritora brasileña (1937), la más laureada del grupo y con un hatillo a rebosar de premios, destapaba así el frasco de los rencores en una entrevista con Elena Hevia. «Los hombres presumen de no tener interés por lo que escriben las mujeres para no tener que declarar públicamente su talento. Prefieren decir que no las han leído», aseguraba con sorna esta autora que, a diferencia de otras colegas de vidas más erráticas, sí ha invertido ambición y tiempo en ir a por la gran novela latinoamericana. «Sigue habiendo unos prejuicios impresionantes. En mi caso, circuló que yo tenía un cierto talento y eso fue considerado peligroso para algunos».

ESPOSAS Y SECRETARIAS: MERCEDES BARCHA, PATRICIA LLOSA Y MARÍA PILAR SERRANO


Vladimir Nabokov presumía de no saber ni escribir a máquina. ¿Para qué iba a restar tiempo a la construcción de su catedral literaria si Vera, su mujer, ya se encargaba incluso de abrirle y cerrarle el paraguas? Sin llegar a esa exquisita y privilegiada inutilidad, sí parece que uno de los papeles que el gran estallido latinoamericano reservó a las mujeres fue el de erigirse en el dique que separaba el proceso creativo de la tromba cotidiana, a tenor de lo que contó la propia María Pilar Serrano, esposa de José Donoso, en una acerada crónica que tituló ‘El boom doméstico’.

“ELLA DEFIENDE MI TIEMPO”

En sus tiempos en Barcelona, Mario Vargas Llosa, regular y metódico, escribía cada día de ocho a una del mediodía. Luego almorzaba y se echaba un rato a dormir la siesta. De tres a cuatro despachaba la correspondencia y después comentaba ‘Le Monde’ con su entonces íntimo Gabriel García Márquez en algún café cercano (vivían en Sarrià a una manzana de distancia). Más tarde, quedaba con amigos hasta una hora prudente que le permitiera tener «un rato con los niños» y madrugar de nuevo al día siguiente.

Para que eso pasara, Patricia Llosa debía estar las 24 horas de servicio. ¿Recuerdan lo que dijo de ella al recibir el Nobel? «Resuelve los problemas, administra la economía, pone en orden el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos: defiende mi tiempo», explicó el hoy novio de Isabel Preysler, quien también depositaba sobre los hombros de su esposa «las manías, los nervios y las rabietas». Al fin y al cabo, parecía decir el escritor, pocas cosas puede haber más imperiosas y elevadas que su trabajo literario.

Vargas Llosa afirmaba que “el único intelecto femenino” que respetaba era el de Aurora Bernárdez

LA PERFECCIÓN DE ‘LA GABA’

En su coronación en Estocolmo, García Márquez no habló de su esposa, Mercedes Barcha, pero sí solía hacerlo Carmen Balcells, la superagente literaria del ‘boom’. «Se puede decir cualquier cosa de ‘la Gaba’, siempre que se parta de la base de que es perfecta». En efecto, cumplía a la perfección con todas las tareas de lugartenencia e incluso, que se sepa, no puso un pero el día que su marido, roído por la novela que tenía en la cabeza –’Cien años de soledad’– paró el coche en medio de la carretera a Acapulco y dijo: «Ya está, ya tengo el libro. Vendemos el coche, nos morimos de hambre, pero lo escribo». «Una vez que yo quería empeñar un clip de platino con brillantes –explica María Pilar Serrano–, Gabo me dijo: ‘Que te acompañe Mercedes, ella está acostumbrada a hacer estas cosas y las hace bien’».

García Márquez aseguraba “detestar” a las mujeres intelectuales, según explica María Pilar Serrano

La mujer, según Serrano, era «la gran compañera y la amiga, la que compone todo lo que Gabo descompone». Y, como Patricia y ella misma, tampoco solía participar en aquellas tertulias y discusiones que «terminaban siempre en Flaubert». En el ‘boom’ más íntimo, aun capitaneado por la implacable Balcells, las mujeres no acostumbraban a ser consideradas colegas ni interlocutoras válidas. «El reparto de roles era muy definido, sobre todo en el caso de los García Márquez y los Vargas Llosa –escribió Serrano–. Un día, Gabo declaró, al volver de una larga entrevista con una profesora norteamericana, que detestaba a las mujeres intelectuales». Otra vez, Vargas Llosa –que medio en broma medio en serio acusó a María Pilar de «arruinar» su matrimonio por «instigar» a su esposa a aprender italiano– aseguró ante ella y Patricia y “sin arrugarse” que el único intelecto femenino que «respetaba» era el de la escritora Aurora Bernárdez, exmujer de Julio Cortázar.

UNA CORTINA TERRORÍFICA

María Pilar descorrió algunos visillos del boom, pero no los más míseros de su propia casa. A ello se puso su hija, Pilar, que en Correr el tupido velo (2009) destapó un hogar carcomido por las penurias económicas, el alcoholismo materno, y las paranoias y las agresiones machistas del escritor, un ser roído por su velada homosexualidad y el terror a no estar a la altura de su ego. Desgraciadamente, a los dos años de publicar el libro, Pilar se suicidó. De la aciaga familia, Vargas Llosa escribió: «No debió de ser nada fácil vivir junto a alguien para quien su trabajo literario era lo único que importaba, un objetivo a lo que todo lo demás, empezando por la mujer y la hija, debía subordinarse y, si era preciso, ser sacrificado». En efecto, descorrer algunas cortinas puede resultar terrorífico.


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