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noviembre 14, 2017

La política como obra de arte


“Somos una reserva ética para la política, para la paz, para la economía de un país. Hay una continuidad de esa tarea que arranca en el espacio privado. O sea, no hay que empezar a decir que vamos a hacer política cuando vamos al Congreso. No, eso arranca en los espacios domésticos, donde te peleas tus lugares y construyes tu libertad día a día” Ángela María Robledo.

No puedo contar esta historia sin reconocer a las muchas mujeres que con su fuerza, su coraje, su testimonio de vida y su valor han nutrido estos años de mi tránsito por el Congreso de la República, un lugar patriarcal, anárquico, adusto si se quiere, pero también un escenario privilegiado en donde se puede hacer de la política una fascinante obra de arte.

Mi experiencia ha estado siempre guiada, compartida, codividida, nutrida y cuestionada por extraordinarias mujeres que en Colombia trabajan, siembran, tejen, paren y ayudan a parir paz en la cotidianidad. Mujeres que, como yo, son muchas en una: feministas, activistas sociales, madres, cuidadoras, empleadas domésticas, víctimas, mujeres cabeza de familia, jóvenes estudiantes, académicas, funcionarias públicas, activistas de derechos humanos, ciudadanas, lideresas comunitarias, desmovilizadas, rebeldes y políticas (…) Todas con la certeza de que el vuelo de una pequeña mariposa puede significar la diferencia.

Este espacio es corto para todas ellas, pero recuerdo hoy a Angélica Bello, una víctima de violencia sexual cuyo testimonio se sumó al de tantas otras que inspiraron la Ley 1719 de 2014, que busca garantizar el acceso a la justicia de las víctimas de violencia sexual, como es el caso de más de medio millón de mujeres en Colombia. Conocí a Angélica durante un debate de control político, su contundente testimonio de cómo su cuerpo y el de sus hijas había sido territorio de guerra para los paramilitares, para amilanar su fuerza y obligarla a desplazarse varias veces, me conmovió hasta las lágrimas.

Angélica no fue sólo la inspiración para la ley, sino que su testimonio y su vida nos dieron la fuerza para superar los múltiples obstáculos que atraviesan las leyes para las mujeres en el Congreso, pues a pesar de algunos logros, nuestras agendas siguen siendo marginales. Ella nos enseñó que se puede transitar del dolor a la dignidad y ayudar desde nuestra fuerza serena a cambiar el mundo. La voz de Angélica fue imprescindible para exigir atención psicosocial para superar tanto dolor y caminar hacia la reconciliación.

Hemos insistido con Liz Arévalo y Carolina Corcho en que el Estado debe superar las múltiples precariedades de la salud y la atención psicosocial para las víctimas del conflicto armado y desarrollar propuestas para que se haga énfasis en una atención en salud de calidad, realmente reparadora para ellas.

Las mujeres de este país, además de la guerra armada, han sufrido guerras simbólicas, exclusión e inequidad, pero de esos dolores se levantan para tejer colectivamente proyectos altruistas cargados de sentido, ese es el caso de María Roa. María botó literalmente su delantal de trabajadora doméstica y pasó a presidir la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico. Con María y otras mujeres propusimos la Ley 1788 de 2016, que reconoce el pago de prima a unas 800 mil personas que prestan el servicio doméstico, de las cuales el 95 % son mujeres. Con ella y otras tantas, como Ana Isabel Arenas y Alejandra Trujillo, avanzamos en la mesa de economía del cuidado que hoy perfila un Sistema Nacional de Cuidado que reconozca el aporte que producen las mujeres desde sus hogares a la riqueza de nuestro país.

De la mano de mujeres como Ruth Chaparro, Vilma Gómez y Remedios Uriana denunciamos el exterminio de los niños wayuus y la situación que viven los indígenas en La Guajira. Distintos datos nos llevaron a concluir que cada día dos niños mueren de física hambre y que más del 70 % sufre desnutrición crónica, al punto que obligamos al Gobierno a instalar la Mesa de Seguimiento Permanente a esta problemática. Logramos poner a La Guajira en la agenda nacional.

Fue gracias al trabajo solidario y riguroso que hicimos con María Cristina Hurtado que logramos cerrar algunos centros de reclusión para muchachos en conflicto con la ley, que en su mayoría son jóvenes sin oportunidades de trabajo y educación. Logramos mostrar que el Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes (SRPA) tenía enormes vacíos en su implementación y que muchos de estos “centros de rehabilitación” eran en realidad cárceles donde se violaban sus derechos.

Mariela Ávila, madre de familia del Colegio Metropolitano del Sur en Santander, y un grupo de mujeres denominado “Las Polas”, nos ayudaron a documentar y denunciar lo que en su momento se llamó “el carrusel de la alimentación” (corrupción en los programas para niños y ancianos) del ICBF, que le valió la renuncia a la directora Elvira Forero, en el año 2011.

Olga Amparo Sánchez, como tantas otras, ha sido nuestra aliada para denunciar las violaciones permanentes a los derechos humanos de las mujeres, la violencia sistemática, así como los feminicidios que aumentan día a día en medio de una impunidad que raya el 98 %. Con ella y otras mujeres nos aprestamos a conmemorar este 1° de diciembre 60 años del voto en búsqueda de paridad.

Difícil y lento. Las mujeres ocupan tan sólo el 15,6 de los cargos de elección popular, a pesar de la Ley de Cuotas. En la última legislatura, el número de mujeres congresistas aumentó siete puntos, pasando de 14,1 % a 21 %. Sin embargo, muchas de las 52 mujeres que llegaron al Congreso lo hicieron con dudosas agendas. En la reforma política que recién aprobó el Congreso, las mujeres quedamos otra vez excluidas. De paridad, alternancia y universalidad, ¡nada!

No claudicamos. Seguiremos trabajando juntas, transgrediendo y construyendo empoderamientos colectivos que nos permitan superar las diferencias, reencontrarnos y reconciliarnos para reivindicar el papel cotidiano de tejedoras de paz y soñar con nuestro valle encantado como María Zabala, a orillas del rio Sinú.

FUENTE: EL ESPECTADOR


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